Estudiemos el Apocalipsis con Juan
¡Sorprendidos
por música![1] En este libro lleno de sorpresas, llegamos ahora a una de las más
grandes. A como venían las trompetas (8:6-9:21), era de esperar que la séptima
fuera la peor de las catástrofes.[2] Las trompetas eran azotes indescriptibles, seguidos por el agridulce
mandato profético a Juan (10:11) y la violenta historia de los dos testigos
(11:3-13).[3] Sigue un aviso ominoso: en seguida, pronto, viene el tercer ¡ay! Entonces suena la trompeta ...y esuchamos un
alegre grito de victoria y un cántico jubiloso al Señor.
La
última vez que habíamos escuchado música era el cántico nuevo del coro unido de
vivientes y ancianos (5:9-13), complementado después por las aclamaciones
orales de la multitud redimida juntamente con los ángeles y los ancianos y los
series vivientes (7:10,12). De hecho, ninguno de los sellos (ni el séptimo) ni
de las trompetas traía música; eran de lucha y juicio, no de celebración ni
adoración.[4] Pero aquí, con la séptima trompeta, es como si el universo volviera a
encontrar su voz y su melodía para alabar al Señor.
Para
vivir este pasaje, que ha inspirado grandes composiciones musicales, hay que
entrar “cantando con gracia en vuestros corazones al Señor” (Col 3:16 RVR; Sal
100:1-5). Este himno antifonal se entenderá mejor con el trasfondo de las notas
del “Mesías” de Haendel, mientras el corazón está cantando,
A tí
la gloria, ¡Oh nuestro Señor!
A ti
la victoria, Gran libertador...
Gozo,
alegría, reinen por doquier,
Porque
Cristo hoy día
Muestra
su poder...,
y escuchando los triunfantes acordes del Padre
Nuestro,
Porque
tuyo es el reino, y el poder y la gloria,
por
los siglos de los siglos. ¡Amén!
El
bloque textual que concluye con esta celebración celestial comenzó también con
un culto en el cielo (Ap 4-5; 7:9-12).[5] Así forma una inclusio que encierra los sellos y las trompetas.
con toda su tragedia, entre dos grandes actos litúrgicos. A la vez, la adoración de la séptima trompeta introduce el resto
del libro hasta la consumación final del reino de Dios. Ewing (1990:118) describe la teología litúrgica del Apocalipsis
como escatología realizada y señala que en este libro el reino se realiza
primero en himnos (5:10; 11:15) y después en narración. En su celebración, hoy
también la comunidad experimenta la presencia del reino y anticipa su triunfo
final.
Podemos sugerir otra inclusio, ahora entre el primer sello
(6:1-2, jinete del caballo blanco) y la séptima trompeta. Debemos recordar que
los sellos y las trompetas constituyen juntos un ciclo unificado, en que el
séptimo sello consiste precisamente en las siete trompetas. Por eso la séptima
trompeta es el gran “finale” no sólo de las trompetas sino también del
septenario de los sellos. El jinete del caballo blanco recibe una corona al
salir al redondel, y va “venciendo y para vencer”. Siguen sellos espantosos
(muy diferentes al primer sello), una media hora de oración, y seis trompetas
también espantosas. Pero inesperadamente la séptima trompeta vuelve al tema
básico del primer sello: la victoria de la Palabra de Dios, del evangelio y del
Reino de Señor. El Cordero, que fue inmolado, vence para siempre. Nuestro Señor
reinará por los siglos de los signos. En la estructura de este par
interconectado de septenarios, Cristo es Alfa y Omega, el principio y el fin.
El grito de victoria desde el cielo (11:15). Apenas terminan los ecos
del séptimo trompetazo, y Juan oye fuertes voces desde el cielo. Puesto que
Juan no las identifica, tampoco debemos nosotros tratar de determinar de
quiénes procedía tal vocerío. La expresión “gran voz” se usa frecuentemente en
el Apocalipsis[6], pero sólo aquí aparece en plural (11:15,
“fuertes voces”, fônai megalai). El plural podría sugerir que la voz
emanaba de todo el conjunto de la corte celestial (vivientes, ancianos,
multitud de ángeles, santos redimidos) que unen su voz en esta triunfante
aclamación (Bonsirven 1966:206).[7] La frase
parece tener también fuerza aumentativa: la forma irregular (plural) llama la
atención para destacar la trascendencia y la gloria de su proclama. Como bien
comenta Walvoord (1966:183-184), lo que antes había sido “una voz” solitaria
ahora se hace “una gran sinfonía de voces que cantan el triundo de Cristo” (cf.
Carballosa 1997:217).
Pablo Richards
(1994:119) observa que mientras las demás trompetas son plagas, esta séptima
trompeta se contruye alrededor de la palabra. En todo el pasaje se destaca “la
voz”. No por nada el poderoso ángel habló del “día de la voz del séptimo ángel”
(10:7 Gr).
La séptima
trompeta es una antífona que se compone de un dístico que declama el cielo
entero (11:15), un himno eucarístico de doce renglones por los veinticuatro
anciones (11:16-18), y una visión final (11:19). Las voces celestiales abren la
celebración con un grito de triunfo: el
reino del mundo ha pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo (11:15, egeneto
hê basileia tou kosmou tou kuriou hêmôn kai tou jristou autou; cf.
12:10-12 arti egeneto...hê basileia tou theou hêmôn kai exousia tou jristou
autou; 7:10; 19:1-2, 6-8). El verbo egeneto es aoristo (pasado) y
probablemente significa “llegó a ser, devino”, similar a su sentido en Jn 1:14
(LouwN 13:48). Es posible suplir de nuevo el sustantivo “reino” (“el reino ha
llegado a ser reino de nuestro Dios”)
o entender el verbo egeneto con el genitivo como “el reino ha venido a
pertenecer a nuestro Señor” (Danker 196; ArndtG 158).[8] La afirmación gana más fuerza enfática por la
posición inicial del verbo egeneto en la oración (Aune 1998:638). ¡Aquí
se describe el acontecimiento culmimante de todos los siglos (Ap 10:6-7)!
El lenguaje del
reino de Dios no es muy característico del Apocalipsis. El sustantivo basileia
tou theou ocurre sólo aquí y en 12:10 (pero cf. 1:6,9; 5:10 Gr); el
verbo basileuô (“reinar”), con Dios como sujeto, aparece sólo en
11:15,17 y 19:6 (cf. 5:10; 20:4,6; 22:5) . Este lenguaje ocurre siempre
en cánticos litúrgicos: después de la séptima trompeta (11:15), de la derrota
del dragón (12:10-12), y de la caída de Babilonia (19:1-10; Richard 1994:119).
La iglesia, en su culto y alabanza, celebra desde ahora la victoria del reino.
En todo el
Nuevo Testamento la frase “el reino de este mundo” ocurre otra vez sólo en
Mateo 4:8-9, pero en plural, cuando el diablo ofrece a Jesús “todos los reinos
del mundo y su esplendor” a cambio de un solo acto de adoración. El plural en
Mateo se refiere a la diversidad de reinos humanos, cada uno con su gobernante,
pero todos sujetos a Satanás; el singular en Apocalipisis apunta a ese reino
unificado satánico, dentro de y encima de todos los reinos específicos, que un
día habrá de convertirse en el reino unificado del Señor (Aune 1998:638; Ladd
1978:142; Morris 1977:180).[9]
La palabra kosmos
aparece unas 185 veces en el Nuevo Testamento, especialmente en el cuarto
evangelio (86 veces) y las epístolas juaninas (24 veces), pero sólo tres veces
en todo el Apocalipsis (11:15; 13:8 y 17:8 en la fórmula “antes de la fundación
del mundo”). Es probable que kosmos aquí se refiere al mundo humano
opuesto al reino de Dios (Aune 1998:638; Kittel III:886). Una expresión
paralela es “las naciones del mundo” (ta ethnê tou kosmou, Lc 12:30; “el mundo pagano” NVI), bajo el
dominio del “dios de este mundo” (2 Co 4:4; Ef 2:2; 6:12; 1 Jn 5:19).
Esta
proclamación anuncia a gritos el cumplimiento de una gran esperanza secular de
Israel y de la iglesia, que parte básicamente de la promesa a David de un reino
universal y eterno (2 Sm 7:13-16; cf. Is 9:6-7; Dn 2:44; PssSal 17:4).
La frase “reino de Yahvé” ocurre pocas veces en el Antiguo Testamento (1 Cr
28:5 Hebr, “trono del reino de Yahvé”; 2 Cr 13:8; también con pronombres, “mi
reino” 1 Cr 17:14 o “tu reino” 1 Cr 29:11). Mucho más frecuente es el uso
verbal del “reinar” de Dios: “El Señor reina por siempre y para siempre” (Ex 15:18,
cántico de Moisés, citado en Apocalipsis 15:3-4). Especialmente importantes son
los Salmos llamados “de coronación” (Sal 2,47,93,96-99), a veces apuntando
hacia un futuro reino universal (22:27-31; 86:8-10; 145:1,11-13).
El libro de
Daniel, a que el Apocalipsis alude constantemente y acaba de citar con una
frase textual (11:7), da el trasfondo básico para la esperanza del reino. En su
interpretación del sueño de Nabucodonozar, dice Daniel que después del colapso
de los imperios de este mundo (la gran estatua), “el Dios del cielo establecerá
un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que
permanecerá para siempre” (Dn 2:44; cf. 4:34). “Su reino es un reino
eterno”, declara Nabucodonozor en una de sus proclamas (4:3), y lo repite al
final del relato de su locura (6:26). El tema del reino eterno es el clímax de
la visión de las cuatro bestias, a que ya Juan aludió en 11:7 y que subyace
gran parte del resto de su libro: Dios entregará a los santos “la majestad y el
poder y la grandeza de los reinos. Su reino será un reino eterno...” (7:27; cf.
7:14,22). Ese es el reino cuya llegada anuncia la voz de la séptima trompeta.
El libro de
Isaías también da mucho énfasis a esta esperanza. Young identifica cuatro
“oráculos sobre el rey que viene” (7:14; 9:6-7; 11:1-9; 32:1-8; NCB 437). Dios
promete un “Príncipe de Paz” encargado del gobierno de un reino eterno (9:6).
Juzgará con justicia (11:3-5; 32:1) y en lugar de la violencia, la tierra se
llenará del conocimiento de Dios (11:8-9) en el “reino apacible” de una nuva
creación (65:17; Ap 21:1). Y Dios
reinará “hasta tierras muy lejanas” (33:17,22; 52:7; Abd 21; Miq 4:7; Zac
14:9,16-17). Otros pasajes anuncian que todas las naciones se someterán a Yahvé
(45:23-25; 52:13-15) y vendrá hasta Jerusalén para adorarle (2:2-4; 66:22-23).
Es evidente de
los evangelios sinópticos que el reino de Dios fue tema central de la vida,
enseñanza y ministerio de Jesús. El ángel Gabriel anunció a María que su hijo
“reinará sobre el pueblo de Jacob para siempre. Su reinado no tendrá fin” (Lc
1:32-33). Los cánticos lucanos (1:46-55, 67-79; 2:29-31), que nos revelan el
estado de expectación al nacer Jesús, giran alrededor del mismo tema sin usar
la terminología del reino. Juan el Bautista anunció la cercanía del esperado
reino (Mt 3:2; cf. 4:17; Mr 1:15) y Jesús andaba predicando “el
evangelio del reino” (Mt 4:23; 935; Mr 1:14; Lc 4:43). A sus discípulos los
exhortó a “buscar primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mt 6:33) y a
orar para que venga ese reino y que se haga su voluntad en la tierra (6:10).
Esa petición, que bien puede haber sido también la de los mártires (Ap 6:9-11; cf.
8:1-4), es la que recibe su respuesta con la séptima trompeta.
Es necesario
preguntar en qué sentido el reino de Dios “llega a ser” con esta proclama. Dios
comenzó su reinado en el mundo cuando creó todo e impuso orden sobre el caos y
la nada (Sal 93:104; Caird 1966:141). Dios siempre ha sido también el Señor de
la historia.[10] Pero entró el pecado y sujetó la creación y la
historia al desorden que desafiaba la soberanía del Creador. Al venir
Jesucristo para redimirnos del pecado, con él vino el esperado reino de Dios
(Mt 12:28; Lc 11:20). Pero vino bajo un “ya” y un “todavía no”. El reino ya
vino, y de él somos luz, sal, semilla, y levadura. Pero todavía falta que el
reino se realize en su plenitud, en el fin de los tiempos (1Co 15:24-28).
Entre el “ya”
del reino que vino y el “todavía no” del reino que vendrá, en el presente
tiempo ese reino sigue coexistiendo conflictivamente con el imperio de la
maldad. El presente mundo está bajo el poder usurpado del diablo (Mt 4:8-9),
“el príncipe de este mundo” (Jn 14:30). Ese espíritu maligno ahora gobierna las
tinieblas de este mundo (Ef 2:2; 6:12). En la figura de Caird (1966:141),
Cristo es el soberano de jure del mundo pero su reino de facto
está disputado por el enemigo. El anuncio de la séptima trompeta anticipa la
inauguración de la plena autoridad de facto del Cordero que ha vencido,
cuando todos sus enemigos serán juzgados y el reinará supremo sin rival alguno
(Aune 1988:647). Lo absolutamente seguro de su reino se subraya por el tiempo
aoristo del verbo egéneto, para expresar un hecho tan asegurado que se
puede describir como si fuera ya realizado.
Las verdades más grandessólo se pueden expresar cantando
Impresiona mucho la musicalidad del libro
del Apocalipsis. A cada paso, y especialmente en sus pasajes de clímax, el
libro se vuelve lírico y se pone a cantar. Son frecuentes los instrumentos
musicales, sobre todo trompetas y arpas. En la liturgia de apertura, los cuatro
seres vivientes se unen con los veinticuatro ancianos, todos con sus arpas,
para dedicar su cántico nuevo al Cordero de Dios (5:8-10). Algunos pasajes,
aunque no usan el verbo “cantar” (adô) o el sustantivo “cántico” (ôdên),
son tan métricos y melodiosos que lo más natural es leerlos como cantados
(11:15-18; 12:10-12). En 14:1-5 escuchamos un coro de 144,000 voces, “como
arpistas que tocaban sus arpas”, cantando el cántico nuevo (14:2-3). En seguida
suena un dúo vocal, de Moisés y del Cordero (15:3-4). Y para dar un ejemplo
más, en capítulo 18 la caída de Babilonia se celebra con canciones de protesta
(18:9-19; Stam 1978:367-371). Es el cántico que inspira y anima al pueblo de
Dios en su larga lucha.
Antes de volverse una disciplina analítica y
a veces seca, la teología nació cantando. Muchos pasajes clásicos de la
teología sistemática nacieron como himnos que cantaba la comunidad (Fil 2:5-11;
Col 1:15-20). Los primeros credos suelen mostrar una estructura métrica e
hímnica (Ro 10:9-10; Col 3:16; 1 Tm 3:16; Tit 3:4-7).[11] El ser
humano, que al ser creado recibió el soplo divino, fue hecho para adorar a Dios
con todo su ser y proclamar su grandeza. La tarea del teólogo es la de
articular para la comunidad las armonías y las melodías de la fe.
Por eso, ¡no hay mejor entrada al sentir y
al sentido de este pasaje, que escuchar con el oído interior el “Aleluya” del
Mesías de Jorge Frederico Haendel!
[1] ) Con toda razón afirma Newport (1989:216), “Apocalipsis es el libro musical del Nuevo Testamento” (cf.
14:2-3; 15:2-4). Sobre el culto y los himnos en el Apocalipsis pueden
consultarse Stam (1998A:100-108); Pringent (1978:48-51); Thompson (1990:52-73);
y Aune (1997:314-317).
[2] ) Algo parecido ocurrió con el
séptimo sello que, después de unos desastres muy serios (6:3-17), presenta
sorpresivamente una media hora de silencio y la presentación solemne de
nuestras oraciones. Pero el trasfondo de la séptima trompeta es mucho más
desastroso y el contraste con 11:15 mucho más dramático. Mientras el séptimo
sello es una media hora de silencio (8:1), fuertes voces dominan el relato de
la séptima trompeta (11:15).
[3] ) Metzger (1993:71) describe la
séptima trompeta como “una irrupción de júbilo en el cielo”, totalmente
diferente a las demás trompetas.
[4] ) Estríctamente la adoración del
capítulo siete no era parte del sexto sello sino del interludio entre el sexto
y el séptimo.
[5] ) Debe destacarse también que en el
punto central está una liturgia de intercesión (8:1-4).
[6] ) Para “los gritos del Apocalipsis” puede notarse la frase fônê megalê 1:10; 6:10; 7:2,10; 8:13; 11:12,15; 12:10; 14:7,9,15,18; 16:1,17;
19:1,17; 21:3; cf. 18:2 isjura fônê, y “voz de trueno”, “voz de trompeta’, “voz de
muchas aguas”, “voces como el rumor de una inmensa multitud”. A veces parece
significar “en voz alta” pero su sentido suele ser más fuerte, como capta la
traducción NVI: “un gran clamor” 12:10; “un tremendo bullicio” 19:1.
[7] ) El sentido se capta bien por la
paráfrasis de Cerfaux-Cambier (1966:120), “un coro potente”, o de Peterson, “un
crescendo de voces” (The Message, NavPress, Colorado Springs, 1993,
p.528).
[8] ) Thompson (1998:128) opina que egéneto aquí significa “la
transición de una condición a otra”. En cambio, Rowland (1998:643) rechaza la traducción “llegó a ser” porque afirma que
en el Apocalipsis ginomai suele significar “es, era” sin la idea de un
cambio (cf. 11:15a, hubo voces
fuertes). Entonces el texto afirmaría que el reino siempre había pertenecido al
Señor (cf. Wall 1991:151-152). Sin embargo, los paralelos como 12:10
(con arti, “ahora”) y 19:1-2, 6-8 (también con las voces fuertes)
favorecen la traducción “llegó a ser”. Muchos de los pasajes donde egeneto
puede traducirse “era, estaba” implican a la vez un cambio de una situación
anterior diferente (6:12; 8:1; 16:3-4,10,19; 18:2).
[9] ) Michaels (1997:144) relaciona “el
reino de este mundo” con la gran ciudad mundana (11:8), conocida como Babilonia
en el resto del libro.
[10] ) Sobre este tema central del
Antiguo Testamento pueden considerarse Sal 47, 1 R 19:15-17; Isa 10:5-11; 13:1-22: 44:24—45:7; Jer 25:9, 27:6;
Am 1:3--2:16; 9:7-8; Hch 2:23; 17:26;
Ef 1:10; Ap 1:5:
[11] ) Cf, Ethelbert Stauffer, New Testament Theology (NY:
Macmillan, 1955), p.200; y p.303 n.585.
Sobre el autor:
Juan Stam se nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación con América Latina . Es Dr. en Teología por la Universidad de Basilea. Docente y escritor de libros, artículos y del Comentario Bíblico Iberoamericano del Apocalipsis de Editorial Kairós.
Sitio web de Juan: Juan Stam
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