Hablar, o escribir en este caso, acerca del texto bíblico en
general, y del texto del Antiguo Testamento en particular, plantea de
entrada el problema del punto de partida. ¿Por dónde comenzar? Así como
en nuestros días el libro promedio no se empieza a escribir por el
principio (por lo general, las introducciones son casi lo último que se
escribe), así también, en el caso del Antiguo Testamento, el orden
presente de los libros que lo componen no es en modo alguno indicio de
su orden cronológico.
...en el caso del Antiguo Testamento, el orden presente de los libros que lo componen no es en modo alguno indicio de su orden cronológico. (Twitea esto)
Tal vez sea más conveniente, y a la larga más provechoso, buscar en
las páginas mismas del texto bíblico algunas pautas de su desarrollo
histórico y, al mismo tiempo, plantearse una pregunta fundamental: ¿Qué
se necesita para escribir un libro?
La respuesta, como habrá de verse, no es una sola sino múltiple.
Porque si alguien respondiera que se necesita tener algo qué decir (lo
cual es cierto), pronto será necesario pasar de lo abstracto a lo
concreto, y entonces alguien hará notar que se necesitan ciertos
materiales, tales como plumas, papel, tinta (en nuestro tiempo, un
equipo de computación), etc. Pero aun cuando estos aspectos materiales
se resuelvan y el escritor cuente con ellos, queda la cuestión de que
hace falta, además, un sistema de escritura o, en términos más
comprensibles, un alfabeto.
No terminan allí los problemas. Incluso en la situación ideal de que
el escritor logre salvar todos estos problemas abstractos y concretos,
antes de emprender la tarea de escribir necesitará de algo que es
fundamental; ese algo es tiempo y, junto con éste, las condiciones
ambientales adecuadas para dedicarse a escribir.
Si estos planteamientos se transportan a los días del Antiguo
Testamento, pronto resultará evidente que los problemas se agigantan.
Los escritores del Antiguo Testamento (así, en plural, pues fueron
muchos quienes lo escribieron, y esto en diferentes épocas y
circunstancias) no contaban con los recursos materiales con que cuenta
el escritor de nuestros días.
Su sistema de escritura fue evolucionando, a partir de un alfabeto de
veintidós consonantes, hasta llegar a la escritura vocalizada que hoy
se conoce como puntuación masorética (véase más abajo, Texto
Masorético). Los materiales en que escribieron fueron lajas de piedra,
tablillas de arcilla, hojas de metal, cueros de vaca y papiros, y
escribieron con punzones, estiletes, cinceles y plumas de ave. La tinta
que usaban no era indeleble, ya que estaba hecha de un compuesto de
carbón y goma arábiga.
En cuanto al tiempo, basta una lectura somera de los primeros ocho
libros del Antiguo Testamento para constatar que fue precisamente tiempo
lo que menos tuvieron los israelitas desde la salida de Egipto y hasta
la consolidación del reino davídico. Tal vez sea durante el reinado de
David y Salomón donde pueda localizarse, o suponerse, un posible
principio del texto veterotestamentario.
Aunque lo que sigue tendrá esta presunción como punto de partida, tal
presunción no niega la realidad de los hechos históricos que, de manera
no histórica, fueron transmitidos oralmente de padres a hijos, y que
constituyen lo que hoy se conoce y reconoce como tradición oral.
Los primeros textos
A. La evidencia bíblica. En el libro del Éxodo leemos que el Señor le
dijo a Moisés: «Escribe esto para memoria en un libro» (17.14).1 También
leemos que Moisés «escribió todas las palabras del Señor», frase que al
parecer se refiere a los Diez Mandamientos (Ex 24.4; cf. 34.1, 27, 28;
Dt 4.13 passim). Más adelante leemos que Moisés dejó por escrito el
peregrinaje de los israelitas por el desierto, desde que salieron de
Egipto hasta que llegaron a la ribera oriental del río Jordán (Nm
33.1-2ss.).
La tradición ha extendido el sentido de estas palabras para avalar la
paternidad literaria de Moisés sobre los primeros cinco libros de la
Biblia. Esto, sin embargo, pudo no haber ocurrido necesariamente así,
especialmente si se toman en cuenta los factores mencionados antes.
Lo que sí es posible decir es que, al parecer, con esta naciente
monarquía dio comienzo una actividad literaria nunca antes conocida en
Israel. Que esto pudo haber sido así lo corrobora el hecho de que, a
partir del reinado de David y Salomón, se desarrolló la escritura a
nivel profesional, y en tal manera que personajes como Seraías, Seva,
Sebna y Mesulam reciben el título de «escribas» (2 S 8.17; 20.25; 2 R
18.18,37; 19.2; 22.3). Se considera que tal actividad fue en aumento, y
así parece señalarlo el texto bíblico cuando dice que, durante la caída
de Jerusalén (587 a.C.), Nabuzaradán se llevó a Babilonia, entre muchos
otros cautivos, al «principal escriba del ejército, que llevaba el
registro de la gente del país» (2 R 25.19).
Los acontecimientos mencionados tuvieron lugar durante el período
llamado pre-exílico, es decir, antes de la caída de Jerusalén y del
cautiverio en Babilonia (587-540 a.C.), y pueden enmarcarse dentro de un
espacio temporal que se remonta a los siglos XII-X a.C. Es importante
señalar lo anterior para determinar, hasta donde es posible hacerlo, el
desarrollo cronológico de la escritura y, por ende, de la formación del
texto bíblico que llamamos Antiguo Testamento.
B. La evidencia arqueológica. Los primeros escritos
del Antiguo Testamento parecen haber sido recogidos en la antigua
escritura fenicio-hebraica, de la que se han derivado prácticamente
todos los alfabetos conocidos. Evidencia de esta escritura es el
abecedario de Izbet Sartah, hallado en 1974 y fechado en los siglos
XII-XI a.C., el cual constituye el ejemplo más antiguo de la antigua
escritura hebrea. Este abecedario es más antiguo incluso que el
calendario de Gezer (siglo X a.C.) y que la piedra moabita (siglo IX
a.C.), aunque los antecedentes de esta escritura pueden remontarse
varios siglos atrás y hallarse en la llamada escritura sinaítica, que a
partir de las inscripciones encontradas en las minas de Serabit el-Hadem
el célebre arqueólogo William F. Albright fechó hacia el siglo XV a.C.
Hay que hacer notar, sin embargo, que el texto del Antiguo Testamento
que hemos recibido está escrito en lo que se conoce como escritura
cuadrada, o escritura aramea, que comenzó a usarse después del
cautiverio en Babilonia.
Tal vez fue, entre otras cosas, este cambio de escritura lo que habrá
originado el llamado cisma judeo-samaritano, pues mientras que los
samaritanos mantuvieron la Torah o Ley, en la antigua escritura
fenicio-hebraica por considerar que tal escritura preservaba el antiguo
texto tradicional con mayor pureza, los judíos por su parte adoptaron la
escritura aramea porque, según entendían, ésta existía ya antes del
destierro y Esdras, el «escriba versado en los mandamientos del Señor»
(Esd 7.11), la había reintroducido.
Desarrollo del Tanak
Se entiende por Tanak el conjunto de libros sagrados que la comunidad
judía agrupa en tres secciones principales denominadas Ley, Profetas y
Escritos, y que en el ámbito cristiano constituyen lo que se conoce como
Antiguo Testamento. El nombre Tanak proviene del acrónimo que forman
las consonantes iniciales de los nombres de estos tres grupos de libros:
Torah, Nebi’im y Ketubim, es decir, Ley, Profetas y Escritos.
A. La Ley y los Profetas. A partir de la salida de
Egipto y hasta el retorno del exilio babilónico fue desarrollándose en
el seno de Israel un corpus de escritos que llegó a ser conocido como la
Ley y los Profetas (cf. Mt. 5.17-18; 7.12; 11.13; 22.40; 17.3-5).
Aunque su desarrollo y formación a¬barca varios siglos, en lo que sigue
se intentará ofre¬cer una visión esquemática de su proceso histórico.
La reforma de Josías. Al ver el orden presente de
los varios libros del Antiguo Testamento, el lector promedio tiende a
pensar que el primer libro que se escribió fue Génesis, que el segundo
fue Éxodo, y el tercero, Levítico, y así sucesivamente, hasta llegar al
libro del profeta Malaquías. Tal percepción tiene un valor práctico,
aunque pronto resulta evidente que carece de sustento. Es innegable, por
supuesto, que en algún momento deben haber surgido los primeros
documentos veterotestamentarios, aunque a estas alturas resulta poco
menos que imposible decir cuáles fueron estos documentos, y cuándo y
dónde fueron escritos, y por quién.
No obstante esto, hay un dato que puede servirnos de brújula. En los
días de Josías, rey de Judá (640-609 a.C., y más concretamente en el año
621), tuvo lugar una impresionante reforma religiosa a partir del
hallazgo del «libro de la ley» (2 R 22.3, 8ss.). Puesto que «ley» ha
sido la traducción tradicional de torah, palabra hebrea que en realidad
significa «enseñanza» y que se asigna generalmente a los primeros cinco
libros de la Biblia, es decir, al Pentateuco, resulta natural que el
lector promedio concluya que, en efecto, la ley hallada en ese tiempo
era el Pentateuco.
Pero el texto bíblico no dice esto, por lo menos no de manera
explícita. Lo que sí dice es que, además de ordenar la destrucción de
los ídolos de otros pueblos, Josías ordenó celebrar la Pascua porque
ésta no se había celebrado «desde los tiempos en que los jueces
gobernaban a Israel» (2 R 23.22).
La mención de la pascua, que conduce a establecer una relación
directa entre la reforma de Josías y cuatro de los cinco libros del
Pentateuco que hacen referencia a esta práctica ritual, ha hecho que los
estudiosos convengan en que existe una innegable relación entre por lo
menos el libro de Deuteronomio y la reforma de Josías, también conocida
como reforma deuteronomista.
Más aún, es un hecho reconocido que el carácter y estilo de
Deuteronomio predomina en el pensamiento y la literatura del Antiguo
Testamento, como puede constatarse en libros tales como Josué, Jueces,
Reyes y Jeremías.
Lo anterior significa que el texto de la ley hallado en los días de
Josías puede ser el antecedente más antiguo del texto del Antiguo
Testamento. Significa también que a partir de éste fue generándose lo
que hoy conocemos como Pentateuco.
El exilio babilónico. El segundo libro de los Reyes
(25.1-21) y el libro del profeta Jeremías (39.1ss; 52.3ss) nos narran la
caída de Jerusalén y el destierro masivo de sus habitantes a Babilonia,
a manos del rey Nabucodonosor, en el año 587 a.C. Este destierro duró
más de cuarenta años y llegó a su fin cuando Ciro de Persia hizo su
aparición en el escenario histórico en el año 540 a.C. El libro de
Esdras (1.1-4) y el segundo libro de Crónicas (36.22-23) nos dicen que
Ciro mismo emitió un decreto que autorizaba a los judíos a volver a
Jerusalén y reconstruir la ciudad. Esto ocurrió en el año 538 a.C.
Por lo general se piensa que en Babilonia el pueblo judío sufrió su
cautividad en condiciones infrahumanas y en medio de nostálgicas
añoranzas (Sal 137.1-6), lo cual es en gran medida cierto. Pero verdad
es también que algunos de ellos, si no todos, gozaban de ciertos
privilegios y de relativa libertad, e incluso llegaron a ocupar puestos
importantes en el reino, como el texto bíblico mismo lo corrobora (2 R
25.27-30; Jer 29.4-10; 52.31-34; Ez 8.1; 12.1-7; Neh 1.11; Is 55.1-2).
Fue durante este período, esencialmente triste en la historia de
Israel, cuando surgieron insólitas joyas literarias como los libros de
Ezequiel y de Isaías de Babilonia, grandes profetas y poetas israelitas.
Con esta literatura surgió, al mismo tiempo, una visión renovada del
pacto sinaítico (Jer 31.27-40), el cual Dios establecería con un nuevo
pueblo (Ez 36—37). Fue durante este período cuando se recobraron una
visión y una práctica renovadas del culto al Señor (Lv 17—26).
Fue también durante este período cuando, de alguna manera, nació un
pueblo nuevo, el judaísmo, producto de los dos conjuntos de textos que
este pueblo nuevo reconocía como palabra de Dios. Tales textos eran la
Ley (Torah), que el sacerdote Esdras leyó «en presencia de hombres y
mujeres y de todos los que podían entender» (Neh 8.3ss), y los Profetas
(Nebi’im). Este binomio literario habría de prevalecer como palabra de
Dios hasta el primer siglo (cf. Mt. 5.17-18; 7.12; 11.13; 22.40;
17.3-5).
B. Los Escritos. A la vuelta del destierro, y
probablemente como resultado del choque cultural entre la comunidad
judía y su entorno geopolítico, fue cobrando fuerza entre la comunidad
judía una corriente de pensamiento que, aunque sin duda presente en
siglos anteriores (cf. Jue 9.7-15; 14.14, 18; Pr 25.1), fue
consolidándose durante el llamado período helenista. Este momento
filosófico y literario en el contexto de Israel es conocido como la
corriente sapiencial, cuya rica producción literaria habría de quedar
finalmente recogida como resultado del llamado Concilio de Yamnia (véase
más abajo, «Canonización del Tanak»). A continuación, un breve repaso
de este período.
El período helenista. En el año 336 a.C. un joven
príncipe macedonio inició una impresionante carrera militar que, en el
lapso de diez años, lo llevó a extender su dominio desde los Balcanes
hasta la ribera occidental del río Indo y el norte de África. Este joven
era Alejandro de Macedonia, mejor conocido como Alejandro el Magno. Su
hegemonía fue no sólo militar sino también cultural y lingüística, ya
que su lengua materna, el griego, llegó a ser la lingua franca de los
pueblos por él subyugados, y la cultura griega se convirtió en el modelo
a seguir.
Uno de los grandes legados del reinado de Alejandro fue la fundación
de Alejandría, ciudad famosa por su vasta biblioteca y por el ambiente
cultural que en ella prevalecía. En esta ciudad, situada en la ribera
occidental del delta del Nilo, se estableció una colonia judía que hizo
honor al elevado nivel cultural de la ciudad.
Una de las grandes contribuciones de esta comunidad fue su amplia
producción literaria, la cual incluyó la traducción al griego de la Ley y
los Profetas, así como de otros libros que circulaban entre la
comunidad judía, lo mismo en Palestina que en Alejandría. Con el tiempo,
algunos de estos libros llegarían a formar un nuevo grupo, el cual
llegó a ser reconocido como escritura sagrada y recibió el nombre de
Escritos (Ketubim). Fue así como llegó a conformarse el Tanak, es decir,
los tres grupos de libros que constituyen el Antiguo Testamento, tal
como hoy día lo conocemos: Torah, Nebi’im, Ketubim.
Canonización del Tanak
En las líneas anteriores se ha esbozado a grandes rasgos la historia
de la formación del Antiguo Testamento. Aquí se propondrán las posibles
razones que condujeron a su formación.
La Ley (Torah). Es probable, como se ha señalado,
que la reforma de Josías haya contribuido al reconocimiento y cuidadosa
transmisión posterior de la Ley como palabra de Dios. Es probable
también que la experiencia del destierro babilónico haya contribuido a
fortalecer esta visión de la Ley, ya que un pueblo que lo había perdido
todo (templo, rey, nación y libertad) sin duda encontró en la
observancia de la Ley el mantenimiento de su identidad como pueblo.
Puede asegurarse que, tanto durante el destierro como a la vuelta de
éste, el reconocimiento y la observancia de la Ley como palabra de Dios
hicieron del pueblo judío una comunidad nueva y un pueblo más firme que
nunca en su fe.
Los Profetas (Nebi’im). Los libros de Esdras y Nehemías nos hablan de
las pugnas y abierta lucha que los judíos debieron librar constantemente
contra los samaritanos quienes, entre otras cosas, no reconocían más
escritos sagrados que la Ley. Es probable que, ante la recalcitrante
postura samaritana, la comunidad judía no sólo haya afirmado su fe y
reverencia por la Ley como escritura sagrada, sino que hizo extensivo
tal reconocimiento a los libros de los Profetas.
Los Escritos (Ketubim). Las pugnas entre la
comunidad judía no terminarían allí. Con el surgimiento del
cristianismo, y ante el uso que los primeros cristianos (por supuesto
judíos) hacían de las escrituras hebreas traducidas al griego para
probar que Jesús de Nazaret era el Mesías prometido (la traducción
griega del término hebreo meshiaj es precisamente kristós), el sanedrín
reunido en Yamnia (o Yabné) hacia finales del siglo I d.C. optó por
desautorizar la versión griega de las escrituras hebreas.
Uno de los criterios que el sanedrín estableció para determinar qué
libros eran escritura sagrada y qué libros no lo eran, fue precisamente
el lenguaje: los que estaban escritos en hebreo fueron reconocidos como
escritura sagrada; los que estaban en otra lengua no fueron reconocidos
así. Tal razonamiento automáticamente desautorizó a la versión griega de
las escrituras hebreas, la cual llegó a formar, junto con otros libros,
lo que hoy se conoce como Versión Griega del Antiguo Testamento, o
Septuaginta (LXX).
El canon del Tanak. A partir del llamado Concilio de Yamnia, el Tanak quedó constituido de la siguiente manera:
Ley: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
Profetas: (anteriores) Josué, Jueces, 1-2 Samuel, 1-2 Reyes; (posteriores) Isaías, Jeremías, Ezequiel, y (profetas menores) Los Doce.
Escritos: Salmos, Job, Proverbios, Megillot (Rut, Cantares, Eclesiastés, Lamentaciones, Ester), Daniel, Esdras-Nehemías, 1-2 Crónicas.
El texto masorético
A. El texto de ben Asher. El texto tradicional del
Antiguo Testamento que ha llegado hasta nosotros se conoce como Texto
Masorético. Su nombre proviene de la palabra hebrea masorah, que
significa tradición, ya que fueron precisamente los llamados masoretas, o
«portadores de la tradición», los que se encargaron de la preservación y
transmisión del texto del Antiguo Testamento a través de los siglos.
Si bien pueden documentarse varias corrientes de tradición, dos son
las escuelas principales que se ocuparon de la preservación y
transmisión del texto hebreo, a saber, la escuela babilónica y la
escuela palestinense. Aunque con sus propias particularidades, estas dos
escuelas no sólo se ocuparon de la escrupulosa transmisión del texto
sino también de su interpretación, para lo cual desarrollaron ciertos
signos diacríticos con valor vocálico que, anotados en la parte superior
o inferior del texto consonantal, determinaban la lectura correcta o
más generalmente aceptada de cierta palabra. Por ejemplo, en casos como
la secuencia consonantal zkr, esta vocalización determinaba si la
lectura correcta debía ser zeker, «remembranza», o zakar, «varón».
Tal vocalización tuvo un desarrollo lento y tardío, que históricamente
puede remontarse a la Edad Media. Con el tiempo, este sistema de
vocalización fue depurándose hasta llegar a lo que se conoce como
puntuación tiberiana, y que es la que ha prevalecido, como todo
estudiante de hebreo puede constatar. Esta puntuación tuvo su auge entre
los siglos VIII-X de nuestra era, y está ligada a la familia masorética
de ben Asher. Fue precisamente un notable miembro de esta familia de
masoretas, Aarón ben Moshe ben Asher, quien produjo una edición
completamente vocalizada y acentuada, y que constituye la base de las
ediciones modernas del Antiguo Testamento hebreo.
Hay cuatro manuscritos hebreos que se consideran textos de ben Asher.
Uno es el códice del Cairo, que recoge a los Profetas (anteriores y
posteriores) y que puede fecharse hacia fines del siglo IX d.C.; otro es
el códice de Aleppo, fechado hacia la primera mitad del siglo X pero
destruido, junto con la sinagoga sefaradita en que se encontraba,
durante los combates que se libraron en Siria en 1949; otro es el
manuscrito 4445, que se encuentra en el Museo Británico y que abarca de
Génesis 39.20 a Deuteronomio 1.33, y finalmente el códice de Leningrado,
que se completó en el año 1008 d.C. y que ha sido la base de las tres
ediciones de la Biblia Hebraica, preparada por Rudolf Kittel, lo mismo
que de la Biblia Hebraica Stuttgartensia, publicada por la Sociedad
Bíblica Alemana.
B. El texto de ben Neftalí. Otra familia masorética
que merece ser mencionada es la de ben Neftalí, aun cuando su obra no
sea del todo conocida. Al parecer los manuscritos conocidos como Erfurt
1, 2 y 3, que pueden fecharse entre los siglos XI-XIV, tienen la obra de
ben Neftalí como su base textual. También se sabe que el sistema
vocálico de ben Neftalí es muy parecido al de ben Asher, con
divergencias menores, y que el gran maestro judío Maimónides no
consideró que el texto de ben Neftalí pudiera competir en calidad con el
texto de ben Asher.
C. Otros textos. A partir del siglo XI han surgido
otros textos del Antiguo Testamento que combinan el texto de ben Asher
con el de ben Neftalí. Además de los manuscritos de Erfurt, ya
mencionados, está el códice de Reuchlin (1105), que contiene los
Profetas; el texto de Jacob ben Jayim (1524), el texto hebreo que
aparece en la Biblia Políglota Complutense (1520), y las ediciones
políglotas de Amberes (1569-1572).
Los rollos de Qumrán
A partir de 1947, año en que fueron descubiertos en las cuevas de
Qumrán los rollos conocidos como del Mar Muerto, la noción de una
transmisión textual altamente escrupulosa ha resultado debatible. Si
bien es cierto que los textos de Qumrán han sido fechados
aproximadamente un siglo antes de la era cristiana, lo que nos lleva
unos mil años antes del texto de ben Asher, y si bien después de ser
cotejados se ha podido corroborar una transmisión textual
fundamentalmente cuidadosa, también es cierto que esta transmisión
textual no parece haber sido tan rígida ni tan uniforme como se pensaba.
En primer lugar, estos rollos nos remiten a los días del texto
consonantal, lo que obliga a los estudiosos a reconsiderar la
vocalización masorética. Por ejemplo, en el Salmo 100 la lectura
tradicional «porque él nos hizo, y no nosotros (a nosotros mismos)»
revela que la palabra hebrea lo’, que se traduce como «no», pudo
resultar de una percepción equivocada de la palabra hebrea lo, que suena
igual pero que significa «de él». Y así, la lectura de esta línea en Q
(abreviatura de Qumrán) es «porque él nos hizo, y de él nosotros
(somos)».
En segundo lugar, hay en Q divergencias con respecto a TM en la
división de los párrafos. Además, siendo como es Q un texto muchos
siglos anterior a TM, usa la llamada escritura plena, donde las llamadas
consonantes vocales cumplen la función de la tardía vocalización
masorética, lo cual es entendible, ya que ésta no existía en aquellos
tiempos.
La versión Septuaginta
En párrafos anteriores se ha hecho mención del llamado Concilio de
Yamnia, donde el sanedrín de esa ciudad dejó establecido el canon hebreo
del Antiguo Testamento. Sin embargo, como resultado de esa decisión
surgió otro canon del Antiguo Testamento, al que por razones prácticas
llamaremos canon griego.
Ya se ha dicho que la comunidad judía de Alejandría tradujo al griego
los textos de la Ley y los Profetas, junto con otros textos que ya por
entonces circulaban entre los judíos pero que aún no formaban un corpus
reconocido. Entre esos textos se encontraban los libros que después de
Yamnia llegarían a conocerse como Escritos, y también otros que, por no
contar con una contraparte hebrea, quedaron excluidos del canon hebreo.
Los más conocidos son Tobit, Judit, 1 y 2 Macabeos, Eclesiástico,
Sabiduría, Baruc, el llamado Ester griego, y algunos fragmentos
adicionales al libro de Daniel, aunque no debe pasarse por alto el hecho
de que hay en esta versión otros libros, a saber, 1 Esdras, la Carta de
Jeremías, 3 y 4 Macabeos, Odas y los Salmos de Salomón. Todos estos
libros, más los libros presentes en el Tanak, han quedado recogidos en
la versión griega del Antiguo Testamento conocida como Septuaginta
(LXX), edición de Alfred Rahlfs.
La importancia de LXX no puede minimizarse. Como traducción de los
textos hebreos es de gran utilidad para reconstruir el posible original
hebreo cuando éste no es del todo claro. Además, desde la perspectiva
cristiana, es un hecho que la iglesia primitiva hizo de LXX su primera
Biblia. De esto dan constancia las numerosas citas del Antiguo
Testamento en el Nuevo Testamento griego, la mayoría de las cuales son
citas directas de LXX.
Es necesario recalcar también la antigüedad de LXX, ya que antes del
hallazgo de los rollos de Qumrán fue LXX la versión que representaba un
texto del Antiguo Testamento varios siglos más antiguo que el texto
Masorético.
Debe hacerse notar, sin embargo, que el texto de LXX está integrado
por varias versiones, algunas más literalistas que otras, las cuales han
quedado recogidas en la edición de Rahlfs, ya mencionada. Destacan
entre ellas las siguientes:
A. La versión de Áquila. Como resultado del rechazo
de LXX por parte de la comunidad judía, y de la adopción de ésta por la
iglesia primitiva, hacia fines del primer siglo un prosélito judío
llamado Áquila tradujo los textos hebreos al griego ciñéndose a éstos lo
más literalmente posible. Tan literal resultó esta versión que sólo es
posible entenderla si se retraduce al hebreo.
B. La versión de Teodoción. Poco es lo que se sabe
de este personaje, que al parecer revisó un texto anterior al de Áquila,
y que fue ampliamente usado y difundido. El estilo de Teodoción es más
fluido que el de Áquila, y su influencia en la literatura apocalíptica
es innegable, ya que llegó a ser la versión oficial del libro de Daniel
(como puede verse en la edición de Rahlfs), y es además frecuentemente
citada por el autor del Apocalipsis.
C. La versión de Símaco. De este personaje se sabe
que era un ebionita de fines del segundo siglo. Su versión es menos
literalista que las dos anteriores, e incluso raya en lo parafrástico,
aunque en no pocos casos contribuye a dilucidar el texto hebreo. Esto
merece una mención especial a la luz de las más recientes teorías de
traducción, ya que a diferencia de las otras dos versiones mencionadas
Símaco centra su interés más en el lector potencial que en el texto
fuente.
Unas palabras finales
Lo anterior dista mucho de agotar el tema. Es apenas una visión
panorámica de una historia larga y abundante en múltiples peripecias, en
las que no ha faltado el espíritu de controversia. Aquí se han señalado
apenas algunos aspectos técnicos, que poco aportarán a los
especialistas pero que esperamos abran nuevas rutas y sugieran algunas
pistas para aquellos lectores que quieran ahondar en el tema. Debiera
ofrecerse alguna bibliografía, pero tal vez sea mejor simplemente
sugerir, a quienes deseen mayores lecturas, que acudan a los
diccionarios bíblicos existentes, donde hallarán artículos más
específicos y amplias bibliografías en torno a cada tema allí tratado.
Cabe recomendar aquí la lectura del Prefacio a la Biblia Hebraica
Stuttgartensia (pp. XXVII-XXXVI) y el texto clásico Der Text des Alten
Testaments, de Ernst Würthwein (1973), del que hay traducción al inglés
(The text of the Old Testament, tr. Erroll F. Rodees, 1979, 1981).
Este artículo fue publicado originalmente en la revista La Biblia en las Américas, No. 284 del año 2007
Sobre el autor:

Alfredo Tepox Varela es mexicano. Antropólogo, lingüista, sociólogo y teólogo es un apasionado de los pueblos latinoamericanos; muestra de ello es el hecho que por muchos años ha estado tras la búsqueda continua de las raíces de los idiomas indígenas. El Dr. Tepox es consultor y traductor de Sociedades Bíblicas Unidas y ha sido parte de las traducciones bíblicas Dios Habla Hoy, la reciente Reina Valera Contemporánea, entre otras.
COMENTARIOS: