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En los últimos años, el crecimiento de la iglesia
evangélica en todos los países de Latinoamérica ha sido explosivo. Esto
ha generado iglesias más y más grandes y una organización eclesial más
sofisticada debido a los grandes eventos que existen hoy en día, la
formación de redes de iglesias interdependientes, nuevos centros de
capacitación y la atención de miles de nuevos conversos.
Si soy
optimista, puedo sugerir este proceso como uno de los provocadores de un
cambio en la pastoral evangélica. Pastores, valga la redundancia, con
la influencia de algunas tendencias aparecidas en la moderna
bibliografía, empezaron a trastocar el ejemplo de Cristo y se empezaron a
convertir en gerentes de la fe. Despachando en oficinas, coordinando
actividades mediante el fax y el correo electrónico, viajando a muchos
lugares para participar en diversos eventos, dirigiendo múltiples
organizaciones especializadas, han cambiado todo. Lo más serio viene a
la hora del trato hacia la gente. Nos olvidamos del pasaje bíblico aquel
que cuenta del pastor que busca a la oveja perdida y lo cambiamos por
la secretaria que te reserva una cita. Se ha modificado la visión del
pastor que busca a la persona y la trae de regreso por el esquema de la
persona que busca al pastor cuando tiene un problema. El gran peligro de
esto es que la persona que se pierde se da cuenta de esto cuando ya
está hundida hasta la coronilla, y recién pide ayuda. ¿Tarde? En
ocasiones, sí.
Y no es que esté mal eso. En ocasiones las
iglesias crecen y es complicado para el pastor atender a todas las
personas y hay que poner un orden, delegando o estableciendo un
liderazgo que empiece a asumir algunas funciones que por el tamaño de la
iglesia no puede hacerlas una sola persona. Sin embargo, el gran
problema es la actitud. La prioridad ya no es la atención de la gente
sino es hacer reuniones, grandes eventos, enseñar clases o gestionar el
material humano del que se compone el liderazgo, como un gerente de una
empresa, haciendo el trato con la gente completamente impersonal. El
pastor, simplemente recibe, escucha, dice lo que hay que hacer. Pero si
la oveja se pierde, no hace nada. O muy poco. Pueden pasar años sin que
el pastor converse personalmente con un miembro de la iglesia.
Lamentablemente cambiamos el principio bíblico del lavado de pies de
Cristo a los discípulos invirtiéndolo completamente. ¿Cuántos pastores y
líderes de corazón repetirían lo que hizo el Maestro dos mil años
atrás?
Vuelvo a ser optimista y diría que quizá se toleraría esto
con pastores de alto rango. Quizá. Pero es más complicado cuando este
comportamiento aparece en pastores del primer nivel, o sea, que dirigen
iglesias pequeñas, que guían jóvenes en iglesias medianas o aquellos
recién egresados de seminario.
Pero siendo realistas, en verdad
es intolerable en todos los casos. El pastorado es un don que se siente
como la vocación o el amor por la pareja, incontenible y claramente
definido, y quien lo tiene no puede desligarse de aquel regalo hermoso
de Dios. La gerencia en la iglesia va en contra de él, lo mata, lo
tritura, lo desmenuza sutilmente, sin darnos cuenta y peor aún con una
apariencia de piedad. A Dios gracias que hay muchos líderes que aún
conservan la esencia del ejemplo de Cristo, pero no es en todos los
casos. Y esto debe cambiar.
Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), Finanzas en ESAN y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA). Fue editor de la Revista Integralidad del CEMAA y enseña en varias universidades en Lima
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