Durante mucho tiempo, en esquemas de pensamiento y sociedades antiguas lo espiritual, iba necesariamente ligado a lo religioso. Aún hoy día, y por ello, se hace imprescindible deslindar conceptos para alcanzar un correcto entendimiento. La Espiritualidad ha sido planteada históricamente como lo opuesto al cuerpo, la carne y la materia. Las heridas causadas por estos viejos dualismos, cuerpo- espíritu, carne- espíritu, materia-espíritu, están aún sin cicatrizar en la mentalidad tradicional. Tanto más espiritual se es cuánto menos contacto se tiene con lo material, la espiritualidad religiosa ha hecho gala de esta anticorporalidad. Hoy esto está cambiando, de este modo podemos definir Espiritualidad como: “Esa dimensión profunda del ser humano, que en medio de su corporalidad trasciende lo superficial y constituye la esencia de la vida humana con sus sentidos y sus pasiones “.
Actualmente, el monopolio religioso de la espiritualidad ya no es defendido ni por la propia teología, el concepto actual de espiritualidad la aleja cada vez más de la religión, puesto que ésta puede llegar también a ser vivida sin espiritualidad. Desde una perspectiva antropológica y cultural, podríamos decir que la religión es más bien una forma concreta, en la que la espiritualidad de siempre del ser humano, fue revestida a lo largo de una parte de nuestra historia. En concreto con la revolución agraria, el hombre cambia su forma de vida, se sedentariza, aparecen entonces las primeras formas sociales y surge la religión, que asume una función programadora central, en el control de la sociedad y por tanto en la socialización del ser humano. Esta viene a constituirse en el software de la programación de los miembros de la sociedad.
La religión afianza la identidad, la conciencia de pertenencia al grupo; con sus relatos organiza los conceptos del bien y del mal, para prevenir un posible caos ético. Y, sobre todo, la integración de la idea de autoridad y obediencia, como resortes de poder, imprescindibles para manejar y hacer viable este tipo de sociedad según los ámbitos y definimos, que la Espiritualidad es mucho más amplia que la religión y no es un subproducto de ella, ni una cualidad que la religión produce en sus adeptos. Muy al contrario, la religión es la que se puede considerar como una forma de muchas, en la que puede ser expresada esa realidad profunda que constituye la espiritualidad. Realidad que se da en todo ser humano antes de que este se adhiera a cualquier tipo de religión.
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Podemos decir que en nuestra sociedad actual, no existe crisis espiritual, y sí existe en las religiones tradicionales. La grave crisis religiosa hunde sus raíces en un proceso que se ha prorrogado durante los últimos siglos, y este hecho ya no solo afecta a la institución, sino también a las personas que tratan de vivir la fe con la mejor voluntad, sintiendo que algo muy profundo no marcha. Los miembros se distancian de la ortodoxia, y su moral no es aceptada, la imposición de normas éticas está siendo sustituida. En su conjunto tanto la estructura como el ambiente se sitúan en una crisis sin precedentes.
Mientras la Espiritualidad se expande, la religión observa como su espacio se estrecha de modo que se perfila esencialmente en el ámbito del culto y las agrupaciones específicas. Es interesante destacar que la situación religiosa no viene dada por una quiebra moral en la sociedad, ni al materialismo, es el resultado de la negativa al cambio social producido a lo largo de cientos de años, a una nueva etapa histórica, bien distinta a aquella antigua sociedad agraria. Se esta fraguando un gran cambio, en el que se intuye la superación de las aptitudes religiosas de antaño, y comienza una nueva religiosidad, como ya se atreven a declarar grandes teólogos, el paso a “una Espiritualidad sin religión “más allá de la formas. No se hunde el mundo, como algunos vaticinan, sino que cambia. Hay muchas cosas en la religiones que están muriendo, y si esto ocurre, nada grave habrá pasado. La Espiritualidad, libre ya de tutela y represión, podrá volar en una libertad plenamente creativa, que ya viven muchos de aquellos que marcharon, no por falta de espiritualidad, sino precisamente por lo contrario, por una insatisfacción insoportable y a causa del espíritu que se respiraba dentro de la institución. Se trata de la vuelta a las fuentes, que no es sino recolocar la Espiritualidad en su lugar natural, la profundidad existencial de la persona. La Espiritualidad no es una dimensión religiosa, sino que forma parte de la plena realización del ser humano. No inhabilita al cuerpo, sino que le da fuerza, vida, sentido, y pasión, se trata de la realización plena del ser humano, su apertura a la naturaleza, a la sociedad, y a la contemplación.
Es tiempo de apertura, de darse cuenta de que el ser humano está dando un nuevo paso evolutivo, y este viene de la mano de esta Nueva Espiritualidad. También la ciencia moderna, muy concretamente la física cuántica, ha puesto sobre la mesa la posibilidad de un nuevo acceso a la espiritualidad desde la ciencia misma, y no es el mundo religioso el que lidera este paso, sino el científico, la microbiología del cerebro ha dado un salto revolucionario. Al igual que Coleman hace años lanzaba la propuesta de la inteligencia emocional, cuando solo se mencionaba el mero coeficiente intelectual como forma de valorar nuestra inteligencia, ahora encontramos científicos como Danha Zohar que lanzan el concepto de Inteligencia Espiritual, una dimensión psicológica y biológica con base cerebral, que evidencia la capacidad del ser humano para las vivencias y experiencias de sentido espiritual, y que tiene su localización cerebral en lo que se ha dado en llamar el Punto Dios. La Espiritualidad deja de ser un misterio sobrenatural, mostrándose incluso neurobiologicamente, como una capacidad concreta del ser humano, que si no es llevada a su realización redunda inevitablemente en un desarrollo incompleto del mismo. Son muchos los teólogos que observan y sugieren: ¿Será que algo tiene que morir para que nazca algo realmente nuevo? La espiritualidad nada tiene que ver con la doctrina, con dogmas, ortodoxias, celebraciones y ritos, si bien estos pueden ayudar en algún momento. La espiritualidad es vivencia y es experiencia. Así es que podríamos decir que la religión es excelente si logra llevarnos una y otra vez al camino espiritual, se convierte en un medio funcional y práctico, no manipula sentimientos, ni aterroriza, ni carga conciencias, ni atrapa adeptos, sino que solo es un cauce y nada más. Esto no es fácil, pero si es posible. Tal vez debiéramos probar la religión en la que vivimos, atrevernos a permanecer desnudos, sin ella durante algún tiempo, a ver qué pasa. Dejando de oír a los demás y prestando nuestra atención a lo que percibimos en nosotros mismos, dejar de oír letanías, sermones, discursos, frases hechas y usadas una y otra vez. La espiritualidad sobrevive solo si hay gratitud, compasión y honradez, desarrollando nuestra capacidad de contemplación, de escucha atenta, de valores y de respeto. La vida es una ocasión para crecer, para aceptar nuestros cansancios, nuestras limitaciones, nuestro envejecimiento, nuestra mortalidad.
Carl Jung decía: “Entre todos los pacientes de más de 35 años, no ha habido uno solo cuyo problema más profundo no tuviera que ver con su aptitud religiosa, en última instancia todos padecían por el hecho de haber perdido, lo que una religión viva ha dado siempre en todos los tiempos a sus seguidores. Y ninguno se ha curado realmente, sin recobrar la aptitud religiosa que le era propia. Esto es claro y no depende en absoluto de la adhesión a un credo determinado, ni de la pertenencia a tal o cual iglesia, sino de la necesidad de integrar la dimensión espiritual “.
Se nos enseña a analizar la vida desde el punto de vista sociológico, jurídico, económico, tal vez hasta psicológico, pero es absolutamente necesario hacerlo desde el punto de vista espiritual. Muchas de nuestras angustias, dolencias y hasta enfermedades son causa directa de una espiritualidad no desarrollada, manipulada, reprimida y deformada. Además la espiritualidad se hace más bella aún, porque tiene mucho que ver con la piel y con la emoción del corazón. La espiritualidad verdadera asume todo lo que es radicalmente humano.
El caminante, Jesús, asumió todo lo humano trabajo, llanto, tristeza, amor humano, ira, cercanía, entrega, compasión, ternura, amor Divino. Su frase: “Así en la tierra como en el cielo” nos muestra que todo forma parte de nosotros, ser humanos sin hipocresías, con luces y sombras, y nos muestra un mejor camino, que al final se convierte en el Único Camino, el del Amor. Porque el Amor nunca deja de ser y nos lleva a la Integración Absoluta y final, a esa Gran Casa a la que todos pertenecemos, aunque la denominemos de forma diferente.
Si reservamos en nosotros espacio para lo espiritual, la transformación está servida, la llama interior no se apagará, habrá luz y calor que alcanzará de continuo a quienes nos rodean. Y entenderemos las inmensas razones que tenemos para vivir esta aventura humana. La integración debe ser alcanzada ya, no solo desde una visión trascendente sino desde esta casa común que habitamos hoy. La verdadera religión es la que nos lleva a cumplir, a vivenciar aquellas hermosas palabras de Jesús: “Benditos heredad el Reino. Porqué tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme y ellos respondieron: ¿maestro cuándo hicimos esto? Y el maestro dijo: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” La religión verdadera nos lleva a una vida activa, de unidad y de crecimiento, de compartir con el otro, ese prójimo que tantas veces oímos.
Sobre el autor:
Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Coordinador de Relaciones Inter institucionales de la Fundación Nueva Vida en Quito. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.
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