Quid est veritas? | Por Hemir Ochoa


¿Qué es la verdad en lo que a Dios y Jesús se refiere?

Hace poco, en una conversación muy interesante que sostuve con algunos colegas, surgió el tema sobre “la verdad”. Sé que es un tema complejo desde la filosofía (si es que la filosofía sigue hablando de esto), incluso desde la teología si la intentamos desarrollar como la escolástica medieval, o desde la teología europea del siglo XVIII o XIX.

Pero, si la intentamos desarrollar desde la ruralidad de las Sagradas Escrituras, nos encontraremos con que la verdad es algo bien sencillo, entendible, nada muy filosofable, y totalmente accesible para todos, independiente de lo docto, entendido o común que alguien pueda ser.

La “verdad” en las escrituras NO ES UN SABER, SINO UN ESTAR.

Aunque los más osados y veraces dirían es “estar en Cristo”, lo cual no deja de tener su filosofeada de por medio, lo cierto es que el concepto suele ser más sencillo que eso. La verdad en la Biblia, es “Vivir en Comunidad”. Por eso, Jesús trastoca hasta la filosofía de su tiempo (y aún del nuestro), porque ahí cuando dice “soy la verdad”, indica que su propia existencia trinitaria tiene tintes comunitarios, lo que quiere decir “soy la verdad” es querer decir “porque somos comunidad existimos como verdad”. Un contraste enorme, incluso con algunos teólogos de hoy que insisten en que la verdad es un saber superior, elevado, al cual solo pueden acceder, como a Delfos, algunos iniciados. Mientras que la escritura dice “Gracias Padre porque has mostrado esto a los humildes”, frase que es un bombazo, porque desarma la idea del “saber”, el que es además antidemocrático, porque siempre podrán saber más, quienes tienen más recursos y más oportunidades de estudiar en los mejores lugares, o con los mejores profesores. Mientras que el saber de la Biblia, de Jesús, es un acto de la voluntad, no del poder acceder.

La verdad es un estar, no un saber, es un coexistir con otros, no refutarlos. Lo que además es un ejercicio más difícil que el de solo pensar, porque la verdad comunitaria implica además ciertas paradojas. Una de ellas será que Puedes estar y conocer toda la verdad teórica, pero si estás en soledad, estas equivocado. Y puedes estar en el mayor error doctrinal, pero si vives y respetas más la comunidad, entonces, estas en la verdad.

Obviamente, esto es un salto. Porque mientras la teología, en sus afanes y peleas con el gnosticismo del primer siglo, se vio obligada a recurrir a Atenas para poder defenderse “de manera digna”, el judaísmo siguió viviendo como tribu, clan, comunidad, etc. Ahí donde la verdad no es un saber, sino un estar.

Este es el motivo por el que Dios se define así mismo como “Yo Soy el que siempre está” (Mejor traducción que Yo soy el que soy). Lejos de la idea de querer transformarlo en un conocimiento, Dios se manifiesta como experiencia.

Por eso cuando hoy vemos en las redes sociales, a tantos que por amor “a la verdad”, se pasean de iglesia en iglesia, o apologizan hasta lo que comen, o se han parado en la vereda de la crítica total, o de las alturas sapienciales teológicas, dejándose llevar por esta moda de la deconstrucción social que suena bien, pero que solo trae soledad. Uno se pregunta, ¿Cuál es el sentido de su verdad?

En este pensar todavía recuerdo, cuando años atrás estuve presente en la división de una iglesia querida. Muchos habían comenzado a cuestionar los sermones del pastor, ya no eran “profundos, ni teológicos” y el llamado no era “efectivo” para ganar nuevas almas. Así comenzó una seguidilla de etapas que terminaron con su partida. Los seguidores de la “verdad y corrección doctrinal” habían ganado. Para luego de unos años, darnos cuenta, con horror, que lo importante no era la verdad teológica de tal o cual sermón, sino el café y galletas que venían después del culto en la casa del Pastor, quien siempre se encargaba de reunirnos a todos allí, no importando la hora, ni si había comida para darnos a todos. Las risas se acabaron en la casa pastoral, la iglesia perdió contacto con su llamado y esencia, el pastor se fue, la casa quedó vacía, la iglesia se dividió,  la sensación de alegría y seguridad que teníamos como hermanos se disipó como la neblina del amanecer. Ganó la verdad a costa de la comunidad. Pero esa verdad nos engaño porque en realidad era mentira, y se perdió la verdad, que era el estar, no el saber.

Quizás por eso Jesús promete su presencia, no en la mente del que sabe más, ni del más inteligente, ni del más capaz, sino ahí donde hay una pequeña comunidad, dos o tres reunidos en su nombre. Por eso la verdad cristiana es fácil de aprender y de enseñar, aunque hoy sigamos porfiando, en que es una especie de halo sapiencial, al que solo algunos pueden acceder.

Sobre el autor:
Hemir Ochoa es pastor de la Iglesia Luterana de Valdivia, en Chile. Estudió en el Seminario Teológico Bautista de Santiago, el Centro de Estudios Judaicos de la Universidad de Chile y en el Seminario Evangélico Unido de Teología de España. Es director de la Academia de Hebreo Bíblico www.hebreobiblico.com



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