Columnistas y comentaristas sostienen en estos días que el voto de los Evangélicos no se puede determinar dadas sus peculiares características. Esto sorprende porque justamente para esto se supone que existen cientistas sociales o analistas políticos, no para que se resistan a investigar o nieguen la existencia de un fenómeno, sino precisamente para explicarlo.
En Europa y los países con larga tradición protestante, la cuestión del pensamiento político de las iglesias no presenta gran puzzle. En EEUU es conocido el importante sector evangélico que se define republicano-derechista, y el signo de interrogación surge a partir de explicar cómo es que algunos de estos grupos votaron por el Presidente Barack Obama en las pasadas elecciones de 2008 y 2012.
En Chile y en América Latina la cosa no es así. En su primera elección en Perú en 1990, Fujimori ganó la votación porque llevaba de candidato a Vicepresidente al Dr. Carlos García, connotado dirigente evangélico, sociólogo y teólogo Bautista, al cual, sólo días después de la elección, negó toda participación y presupuesto, y finalmente mantuvo en arresto domiciliario por defender los principios democráticos. Autores internacionales como David Martin, David Stoll, Samuel Escobar, y en Chile CEP-Adimark en 1992, Cristian Parker y otros han advertido claramente acerca del impacto político del crecimiento de los Evangélicos en América Latina, para bien o para mal. Decimos para mal, a propósito de las malas experiencias vividas en Guatemala con Ríos Montt, 1982, o en Brasil con Collor de Mello, 1990-1992, en las que tristemente intervienen de forma activa los Evangélicos. Congresistas colombianos, peruanos y brasileños de origen evangélico han traído más descrédito que aporte últimamente.
Pero, si en Chile no estamos habituados a estas fuerzas religiosas emergentes, tendremos que empezar a acostumbrarnos, porque ellas ya se instalaron en la sociedad chilena. En una oficina del Palacio de La Moneda, hace unos años, el Ministro del Interior en ese momento, preguntó a este articulista: “Cuántos son los evangélicos?”. La respuesta que recibió fue: “Usted está preguntando seriamente, de veras no lo sabe?”. Es evidente que las instituciones no están bien informadas ni los partidos políticos advierten a las nuevas fuerzas emergentes a menos que haya presiones, los medios de prensa las invisibilizan, y los propios adherentes evangélicos resisten, por inocencia, que sus líderes ejerzan el derecho de pronunciar sus puntos de vista como dirigentes nacionales. Como muestra de que no nos acostumbramos a los Evangélicos en el escenario social algunos políticos inocentes, (¿será por ‘cándido’ que se llaman candidatos?) carentes de pudor, buscan el voto evangélico utilizando lenguaje religioso que les es ajeno, con fines demagógicos, argucia que los evangélicos rechazan.
Para la segunda vuelta de Enero 2000, un grupo de 120 Obispos y Pastores evangélicos a nivel nacional publicó la declaración “Evangélicos por Lagos” en La Tercera adhiriendo al Presidente Lagos, pero reinvindicando el derecho que asistía a quienes disentían y votaban por Lavín. Esta participación produjo un giro definitivo en la perspectiva que hasta ese momento se tenía en Chile del pueblo evangélico. Ello provocó titulares en la prensa por casi dos semanas a nivel nacional e internacional. Analistas de La Moneda sugirieron que un porcentaje del estrecho triunfo del Presidente Lagos se basó en el voto evangélico.
Hay muchos que aún no comprenden por qué los dirigentes evangélicos dan a conocer su pensamiento en una elección. Para entender esto hay que considerar varios elementos. Ellos dan a conocer su posición con todo derecho porque saben que tienen un rol social que cumplir. A ellos, cuando son personas educadas, no les necesitamos recordar que su opinión es relativa, y que cada evangélico es libre de votar como le parezca, porque ellos lo saben de antemano. Lo que ocurre es que los pastores y obispos evangélicos no se entienden a sí mismos como los pastores Católicos que se inhiben de ejercer su derecho de expresión porque representan a un Estado, a pesar de que igual se las arreglan para opinar. Los líderes evangélicos expresan su sentir libremente porque son ciudadanos con plenos derechos, y lo hacen --no a través del púlpito que tiene otro rol-- sino por medio de la tribuna ciudadana, al que todos y todas tenemos igual derecho.
Los dirigentes evangélicos, asimismo, conocen la enseñanza bíblica que muestra la participación política en el Antiguo Testamento de gobernadores, jueces, reyes, y profetas; o en el Nuevo Testamento en las enseñanzas de Juan el Bautista, el apóstol Pablo y nuestro Señor Jesús. Si uno lee el Magnificat de María se sorprende con la visión política de este cántico de la Madre de Jesús. El propio Jesús enseñó: “Dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios”. Los líderes evangélicos saben que dar opiniones en tiempo de elecciones no es el único camino de participación política, también lo es el trabajo diario, la evangelización, el servicio social a los más necesitados, la educación, los programas de rehabilitación, la defensa de los derechos de las personas, y tantas otras acciones de carácter social. Estos dirigentes conocen bien estos argumentos, y opinan ejerciendo no sólo su libertad de conciencia, sino también su libertad de expresión. Estas mismas libertades podrían asumir, si quisieran, otros pastores y líderes evangélicos si no se consideran representados, dando la cara en público respecto de sus opiniones.
La experiencia de candidatos de legítima filiación evangélica en las anteriores votaciones chilenas no ha sido del todo positiva. Se equivocan quienes creen que los evangélicos votan por los evangélicos. Las variadas experiencias anteriores prueban lo contrario. El origen evangélico de algún postulante político no garantiza nada, solo compromete a quien se define. Más que la filiación religiosa del postulante, al votante le interesa su compromiso con la comunidad, su seriedad, su proyecto, más que si es o no de determinada iglesia.
¿Cómo vota el mundo evangélico? En este sector no funcionan precisamente los tradicionales tres tercios de la sociedad chilena. Podríamos afirmar de una forma sencilla que dos cuartos votan por las ideas laicas y liberales de centro izquierda en razón a su asociación histórica con las tendencias socialdemócrata, y mayormente por su extracción popular. Otro cuarto vota por la derecha, debido a sensibilidades sociales y otro cuarto es vacilante. Los partidos, líderes políticos y candidatos deberían saber cómo se logra ganar la confianza del voto evangélico. Permítame algunas sugerencias: validar y escuchar a las representaciones religiosas, porque las organizaciones tradicionales de la comunidad ya no son las únicas voces sociales; mostrar genuino interés por la problemática que los comités evangélicos presentan; trabajar en conjunto con ellos; saber que no todos los líderes evangélicos tienen educación, pero eso no los invalida como líderes sociales; informarse sobre el pensamiento evangélico siguiendo a sus exponentes teóricos; incluirles en sus planes sociales. Los evangélicos son parte mayoritaria de la sociedad chilena actual y una cosa que no se puede hacer es actuar con indiferencia a su presencia social.
Sobre el autor:
Josué Fonseca Molina es chileno, miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana y Pastor de la Primera Iglesia Bautista de Concepción, Chile. Es Asistente Social por la Universidad de Concepción, egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile y Master en Teología por el Regent College, Universidad de British Columbia, en Vancouver, Canadá. Por 30 años fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Santiago, donde también fue decano de esta institución. El pastor Josué tiene una amplia experiencia ministerial en Chile, Canadá y España y en otros países como escritor y conferencista.
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