Se
acerca para abrazarme, con sus ojos saltones me dice que no me había visto;
abre sus brazos para darme un beso de esos que estremecen el corazón. Es mi
última hija de seis años. Pienso en lo
dichoso que soy de sentir el abrazo de una criatura maravillosa que es la
máxima expresión de la ternura divina. Pero al verla no puedo dejar de pensar
en los centenares de niños y niñas abusados sexualmente que hacen noticia en
nuestros días. Me entristece el alma pensar en cómo se sentirán con esos recuerdos
que marcarán sus vidas. También me imagino a sus padres, su impotencia e
indignación frente a esta realidad...
Sed
de justicia y venganza son reacciones comunes, pero nada va a cambiar lo
sucedido ni cien años de cárcel que den a los culpables. Se destapó una olla
que era un “secreto a voces adormecido por momentos”. Hace unos seis años atrás
el tema fue noticia; pero como era uno que otro caso aislado en sectores
vulnerables de la ciudad de Guayaquil, no pasó a mayores.
El
slogan de una marcha que decía a no sé quién: Con mis hijos no te metas, no hace eco a algo con lo que ya se
metieron, nuestros niños y niñas. No por medio de una “ideología” o atentado filosófico
contra la familia y sus concepciones; sino con el abuso perpetrado por
familiares cercanos: tíos, abuelos, primos, y más. Entonces por qué no
marchamos en esa ocasión hace seis o siete años atrás, con mis hijos no abuses.
La cosa es compleja, porque implicaba acusar a la propia familia, a los propios
parientes. Tampoco hay argumentos para pensar en aquellas personas con las que
discrepamos por su opción sexual; dado que en la mayoría de casos los abusos
vienen por parte de personas heterosexuales.
Ahora
el tema se traslada a los centros educativos[1].
No fueron los panfletos de educación sexual ni los preservativos que se
distribuyen los que dieron cabida a los abusos sexuales contra los más débiles;
sino que fueron los propios maestros, en otros casos personas que se hicieron
pasar por maestros o vinculados a la comunidad educativa.
El
tema en los medios de comunicación comienza a politizarse, las tiendas
políticas y los movimientos de maestros tienen sus disputas partidistas y hacen
del tema oportunidades para sus propios intereses. Se buscan culpables en las
autoridades pasadas y presentes; sin pensar en las victimas, los 882 niños y
niñas y sus familiares.
Pienso
en Jesús, y me imagino que quizás no le indignan las marchas ni las ideologías,
ni los intereses o criterios que se tenga en relación a la familia ideal; lo
que es claro en los evangelios es que a Jesús le indigna el tropiezo que se haga contra los niños y niñas, aquellos pequeños
y vulnerables del reino (Mr 9, 42; 10,13.16; Mt 18, 1-7; 19,13-15; Lc 18,
15-17). Si hay algo que puede movilizar el quehacer teológico hoy es el drama
lacerante que cada vez pesa más sobre nuestros niños y niñas en el continente.
El
tema del abuso y la violencia no son nuevos. Buena parte de hijos de hogares
latinoamericanos hemos sido testigos de lo que es la violencia; empezando por
la violencia a la mujer y de ahí a los hijos. Sabemos que hijos e hijas de la
violencia, reproducen dichas prácticas, al igual que niños y niñas abusados sea
emocional y sexualmente. ¡Nos imaginamos lo que nos espera en el continente con
esta realidad!
Si
fuéramos simplistas diríamos con un discurso religioso que todo se debe al
pecado, y que para solucionarlo debemos predicar el evangelio, pues donde
“abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Sin dejar de hacer aquello, también
se debe considerar que el problema es más complejo dado que el pecado se
encuentra presente en estructuras humanas que se han establecido como normales
y hasta naturales, perpetuadas en la cultura y valores del sistema presente (Ro
12,1-2).
Es
aquí donde echar mano de una herramienta de análisis
social como el enfoque de género nos permitirá considerar y buscar posibles
respuestas: ¿Por qué la mayoría de abusos sexuales se dan con niñas? ¿Qué
elementos de poder están en juego a la hora de abusar de un menor? ¿Por qué los
adultos abusan de los más indefensos? ¿Ser adulto es totalmente bueno? ¿Qué
lleva a que una madre busque la ayuda en familiares para cuidar a sus niños? ¿Qué
relaciones económicas están implícitas? ¿Qué relación hay entre la violencia de
género y la crisis ecológica? ¿Qué participación en el cuidado de los hijos
tiene el padre y la madre? ¿Por qué la mayoría de casos los agresores que
abusan son hombres? ¿Es una opción querida por las madres ir a trabajar? ¿Cómo
la educación de las niñas y niños ha sido cómplice para obedecer a la autoridad
que abusa de su integridad? ¿Qué puede decir la familia modelo cuando alguien
de su propia familia abusa de un menor? ¿Existen diferencias de violencia y
abusos en hogares cristianos, sean estos católicos o evangélicos de aquellos que
no lo son?[2]
Mientras
el tema por efecto de reacción lleva a que unos y otros se rasguen las
vestiduras buscando quién o quienes tuvieron la culpa, es momento de analizar
las causas y enfocarse en medidas de prevención que garanticen la integridad de
los niños y niñas; no solo desde las escuelas que ahora son los focos de
atención sino desde los hogares, iglesias, medios de comunicación y otros
entornos.
Desde
antes que existan los términos de “violencia de género” y otros, esta realidad
ya estaba presente. Es decir, hay que buscar las raíces del problema y no las
ramas. Para ello se necesita una acción articulada que trate la problemática
desde diversos ámbitos interdisciplinarios: jurídicos, educativos, sociales,
sexuales, religiosos, económicos, políticos, y con la participación activa de
todos los entes sociales.
La
agenda que tenemos para quienes nos conmueve y moviliza esta realidad, y ante
la cual venimos trabajando comprometidamente desde un enfoque preventivo, es
ardua[3].
Exige ir al tema de la violencia y sus formas, analizar cómo las relaciones y
estructuras contribuyen a esta dinámica de dominio de unos sobre otros, y donde
los más vulnerables asumen las consecuencias.
El
tema nos concierne a todos, todos y todas en alguna medida hemos sido víctimas
y victimarios, sea con nuestra participación o indiferencia. Se nos convoca a
pensar en la violencia dentro de nuestras comunidades religiosas, el abuso
hacia las mujeres y los niños y niñas, hacia las personas que piensan distinto
o la cacería que se inicia cuando alguien discrepa con la autoridad. ¿Qué
hacemos cuando un feligrés o pastor o sacerdote abusa de un menor? ¿Cómo
tratamos el autoritarismo y abuso de los/las líderes políticos y religiosos
sobre los ciudadanos? El escándalo de algunos años atrás con la iglesia
católica y algunos de sus sacerdotes que abusaron de cientos de niños aún se mantienen
latente; no para un señalamiento contra el otro sino como una mirada
retrospectiva.
No
será que los abordajes aún son muy livianos y no llegamos a la raíz del
asunto, será que nos aterra descubrir
que el tema puede andar por otros lados: nuestras ambiciones y sed de poder que
nos lleva a pasar por encima de todo y todos, grandes y pequeños; donde
lamentablemente el rostro dominante de ese poder global, político, económico[4]
y religioso cuando lo vemos desde una perspectiva de género, pone en evidencia
que se trata de un problema de los hombres; que desde luego implica a todos,
pero que delata que algo anda mal en la forma de construir nuestras relaciones …
Mi
hijo de siete años me pide permiso para ir a comprar a una tienda frente a la
casa; su hermana menor se une, y me dice: “Papi, puedo ir”; por inercia o
estereotipo de género[5]
le digo a mi hijo: “Por favor cuida a tu hermana y vayan”…Luego pienso y me
digo. “No será mejor enseñar a mi hija a cuidarse sola”.
[5] Es
una opinión o un prejuicio generalizado acerca de atributos o características
que hombres y mujeres poseen o deberían poseer o de las funciones sociales que
ambos desempeñan o deberían desempeñar. Se trata de algo aprendido
socio-culturalmente.

Ángel Manzo Montesdeoca. Máster en Estudios Teológicos por la Universidad Nacional Costa Rica, es ecuatoriano. Cuenta con estudios de posgrados en Biblia, Teología, Género y Masculinidades. Rector del Seminario Bíblico Alianza del Ecuador, y pastor de la Alianza Cristiana y Misionera, profesor de Biblia y Teología. Tiene diversos libros y artículos publicados.
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