Comunidades imperfectas, comunidades de fe


Por César Soto, Chile y México
Imagen: Pixabay
Caos

Recuerdo ese domingo como si fuera ayer, Maca había venido con su familia a una insipiente iglesia que comenzábamos en Dichato, Chile. Nos miramos y ambos nos reconocimos… Corría el año 2010 y sólo unos meses atrás habíamos sufrido un terremoto que con sus 8,9 grados Richter había sacudido no sólo la tierra sino también los corazones de millones de personas.

Dichato fue el pueblo emblema de la reconstrucción, casi un 85% del lugar estaba en el suelo como resultado del sismo y de los tsunamis que le siguieron. En ese tiempo yo era misionero para Friendship International, una agencia misionera que prestaba apoyo a varias iglesias pero que no iniciaba trabajos de plantación, no obstante, con mi esposa sentimos que era necesario comenzar algo en ese lugar, sembrar un poco de esperanza entre tanta desolación, así que presenté mi renuncia a la agencia y nos lanzamos a hacer lo que sabíamos era el siguiente paso en nuestras vidas.

Durante meses intentamos contactar a los dirigentes sociales del lugar que, curiosamente, eran casi todas mujeres, una de ellas era Maca. Nos eludían, nos decían que volviéramos otro día, que ese no era un buen momento pero que pronto nos contactarían. Queríamos trabajar codo a codo en la reconstrucción pero parecía que nadie quería saber de nosotros. Cuando ese domingo vi a Maca en la reunión fue una inmensa sorpresa… para ambos. Ella no sabía que la iglesia a la que la habían invitado era la que estábamos iniciando y a pesar de no tener la intención de asistir a ninguna institución religiosa, algo dentro de su interior le impulsó a ir y llevar con ella a toda su familia.

Nos reuníamos en una casa que estaba en el borde costero, había sobrevivido al impacto de un barco en el techo y se había mantenido en pie. Cuando la estábamos acondicionando por dentro nos encontramos con mucha arena, algas y peces muertos. No teníamos luz y sólo después de varias gestiones logramos tener agua potable. Eramos un puñado de personas intentando hacer una comunidad que estaba resultando muy extraña. Yo había intentado aplicar todo lo que había aprendido sobre plantación de iglesias pero nada resultaba, la gente no respondía como se supone debía responder y las reuniones eran un caos. Como prácticamente todos los que se sumaron a esta comunidad de fe no tenían un pasado de iglesia, no sabían como “comportarse” en una reunión. Interrumpían el sermón constantemente con preguntas u opiniones, intercambiaban impresiones entre ellos mientras el culto seguía su orden litúrgico, externaban sus pedidos de oración usando “lenguaje no apropiado”. Era un caos, pero era maravilloso, era emocionante estar ahí, todos los que nos visitaban para ayudar o para curiosear sabían que algo estaba ocurriendo en ese lugar.

“-Prometí nunca ir a una iglesia-”, nos dijo Maca, “-la iglesia se robó a mi mamá, ella nunca estaba en la casa, siempre estaba en la iglesia. A veces no teníamos qué comer pero ella estaba atendiendo a los hermanos de visita que habían llegado al templo-”. Esas fueron las palabras con las que Maca nos sorprendió esa mañana. Cuando las dijo, muchas cosas tomaron sentido en mi mente, el trato distante, el negarse a escucharnos, etc. ¿Cómo recibirías en tu casa a alguien que representaba precisamente a la institución que rechazabas? Maca siguió hablando: “-… pero no sé, desde hacía algún tiempo Dios me estaba inquietando para que me acercara a Él y cuando me invitaron yo supe que tenía que venir y acá estamos.-”

Esta fue mi primera experiencia plantando una iglesia, mi primera experiencia con una comunidad formada por personas que no tenían idea de la Biblia, de versículos bíblicos, de estructuras ni de nada en lo que estuviera familiarizado. Mi primera experiencia trabajando con niños que llegaban a las actividades infantiles pero que se escapaban por la ventana, saltaban de las mesas o que sólo hace unos minutos antes se habían dado de pedradas en una suerte de “juego de guerra” que milagrosamente no dejaba heridos… graves. Mi primera experiencia en la que me dí cuenta que, cuando estás con el lodo hasta las rodillas intentando consolar a alguien al que el invierno le está quitando lo poco que le queda, no servían las frases de mis teólogos favoritos o las especulaciones existenciales de las que tanto gustaba, en momentos así, a veces lo único que tienes que hacer es abrazar y llorar. En Dichato aprendí a ser pastor, aprendí lo que era ser comunidad.

Reír, llorar y lo intrascendente de hacerlo en un no-lugar

Uno de los problemas que observo en la iglesia en general es que nos hemos alejado del sentido comunitario y familiar en el que todos en la comunidad de fe somos iguales, por el contrario, hemos adoptado un sentido tribal en el que la jerarquía y el éxito materialista se ha instalado. La figura pastoral se ha distorsionado a tal grado que muchas veces parece una figura gerencial. Hemos creado espacios en donde ser hipócrita es lo que todo el mundo espera, nadie habla de sus fallos, nadie admite errores, todos viven “en victoria”, todos tienen éxito en sus empresas y tienen familias felices. Espacios en donde no se pueden traer elementos a la reunión pública que “arruinen el ritual", todo debe ser perfecto, todo debe ser excelente, todo debe ser un show.

El antropólogo francés Marc Augé acuñó la expresión “no-lugar”[1] para referirse a aquellos espacios transitorios que no son lo suficientemente importantes como para ser considerados lugares. Supermercados, aeropuertos, una carretera, etc. son ejemplos de “no-lugares”. Un lugar sería uno en el que nos relacionamos, puntos de encuentro significativos, espacios que nos confieren identidad. Si bien este término es subjetivo, (un “no-lugar” para unos puede ser un “lugar” para otros) es interesante notar cómo podría ser perfectamente aplicado a realidades, cada vez más frecuentes, de iglesias.

¿Es posible considerar la iglesia como un no-lugar?[2]¿Un espacio que no es lo suficientemente importante para ser considerado un lugar? ¿Un espacio en que lo relacional ha sido superado por la maquinaria del ciber-ritual? He estado en lugares en los que, a menos que alguien desde la plataforma anime a que saludes a la persona sentada justo a tu lado, podrías pasar meses sin siquiera dirigirle la palabra. Estar juntos no es ninguna garantía de estar unidos o conectados. Tomar el metro en la hora pico es garantía de estar en un grado de proximidad que sólo se podría comparar a estar bailando una balada con tu esposa, sin embargo, la desconexión es absoluta, incluso evitamos cruzar miradas porque ellas invadirían otro tipo de espacio personal que nos queda sin invadir, el interno. La Avant Premier de una película garantiza que la sala del cine estará llena, una vez dentro, incluso puedes cruzar un par de palabras o expresiones con la persona que está sentada junto a ti, en especial si el estreno corresponde a  alguna película de culto como “Star Wars”, pero es muy poco probable que establezcamos ahí una relación significativa. De la misma manera, en una reunión podemos  estar muy cerca el uno del otro, podemos obedecer al pastor y darle la mano a nuestro vecino, podemos incluso repetir como loros todo lo que el predicador quiere que le digamos a la persona que está junto a nosotros y aún así experimentar total desconexión.

El apóstol Pablo nos dice: “Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran.”[3] Yo me pregunto ¿será posible reír y llorar con un montón de desconocidos? ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo será posible que mi alegría no despierte simplemente asombro o incluso envidia? ¿O que mi tristeza no genere reacciones que sólo quieran acallarla al estilo de “no le preguntes a Dios por qué sino para qué” o “a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien”? Consejos que pueden tener cierta lógica y sentido bajo ciertos parámetros pero que resultan totalmente inútiles cuando el corazón está dolido, cuando lo que necesitas es que esa comunidad de fe, de hermanos y hermanas, solidarice con tu dolor y lloren juntos, o se alegren genuinamente por tus logros y celebre contigo. Esto es imposible cuando tratamos a la gente como una estadística, como un asiento menos que llenar y que nos acerca a la meta de iglecrecimiento que nos hemos trazado. Por favor no me entiendas mal, creo en el crecimiento de la iglesia, pero en aquel crecimiento integral no en el meramente numérico.

Comer y beber tu propia condena

La ocasión es especial, hay suficiente comida como para un pelotón. Los invitados comienzan a llegar pero los anfitriones actúan con ciertas consideraciones para con algunos y con un dejo de desprecio hacia otros. No hay que ser un experto en sociología para advertir que bajo el mismo techo hay algunos que son ricos, otros que no lo son y otros que lisa y llanamente son pobres. Algunos esclavos y otros libertos, no obstante, todos en ese lugar proclaman ser todos iguales, curiosamente nadie actúa con igualdad. Unos se abalanzan sobre la comida mientras otros sólo observan. El vino fluye con generosidad en ciertos lugares de la casa mientras que a otros se les hace agua la boca de tan solo pensar en su sabor. La cita es una celebración, sin embargo, todo termina en discusiones; la cita es la “Cena del Señor”, la eucaristía, la comunión o como quieran llamarle. ¿El lugar? Corinto.[4]

El apóstol Pablo se entera de esta situación y les escribe a estos veleidosos corintios una carta en la que trata, entre otros temas, el tema de la cena del Señor. En esa carta escribe: “porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena.”[5]

Pablo habla de comer y beber en un iglesia en donde no todos comen y beben. Permítanme hacer una muy sencilla exégesis acá.

El verso 27 dice:

“Por lo tanto, cualquiera que coma este pan o beba de esta copa del Señor en forma indigna es culpable de pecar contra el cuerpo y la sangre del Señor.” NTV

Pablo construye un paralelismo interesante: pan/cuerpo, copa/sangre. Establece que participar de manera indigna de los elementos, es decir, del pan y la copa, es pecar contra el cuerpo y la sangre del Señor. Lo interesante es que en el verso 29, ese paralelismo se quiebra, veamos:

“Pues, si alguno come el pan y bebe de la copa sin honrar el cuerpo de Cristo, come y bebe el juicio de Dios sobre sí mismo.” NTV

Si Pablo pretende seguir con el paralelo que ha construido, debiera de haber escrito “… sin honrar  el cuerpo y la sangre de Cristo...” pero sólo se queda en “cuerpo de Cristo”. Versos más adelante, en el capítulo 12, Pablo invertirá varios versos explicando esta analogía del “cuerpo” en relación con la iglesia y coronando su análisis con la declaración: “… ustedes son el cuerpo de Cristo…” v.27

No puedo ocultar que me resulta más orgánico entender este “honrar el cuerpo…” en relación con mi prójimo que en relación con elementos rituales.

¿Es que acaso hemos caído en pecado por no “discernir este cuerpo de Cristo” que son mis hermanos? Nos llenamos el estómago sin la mayor preocupación de saber si mi prójimo tiene lo mínimo necesario para poder sobrevivir. No puedo amar a un Dios invisible sin antes amar a mi hermano que es visible. Tomar la eucaristía, la cena del Señor, sin ser consiente de mi vínculo responsable, solidario y amoroso con quién tengo a mi lado es en definitiva“comer y beber nuestra propia condena.”

Reflexión Final

“Si quieres ir rápido, camina solo; pero si quieres llegar lejos, camina acompañado”[6]

La iglesia es un organismo, no una organización. Está viva por la vida de Cristo y esta vida se manifiesta en recipientes imperfectos que somos nosotros. La perfección completa nos resulta imposible de aprehender, sólo somos perfectos[7] cuando cumplimos nuestra misión como cuerpo de Cristo.

Somos iglesia sólo cuando somos comunidad, cuando somos capaces de serlo fuera de las fronteras que los edificios nos imponen, cuando somos capaces de abrazar las falencias de nuestros hermanos y hermanas y ellos las nuestras, cuando somos capaces de reír y llorar juntos, cuando encarnamos el milagro de mostrar una vez más a Cristo caminando sobre la tierra, cuando nuestra arma dejan de ser los argumentos, la condena y la defensa de nuestros derechos y comienza a ser el amor entre nosotros… para que el mundo crea.[8]

Notas:

[1] Marc Augé, Los «No Lugares» Espacios del Anonimato, Una antropología de la Sobremodernidad, © Edition de Seuil, 1992

[2] Quiero dejar bien claro que no me estoy refiriendo a la identidad mística de la iglesia como cuerpo de Cristo, sino a su realidad como espacio físico que congrega  a un grupo de personas que ven en esa manifestación material, el edificio, el punto de encuentro para manifestar ciertos aspectos rituales de su fe.

[3] Romanos 12:15 NTV

[4] 1 Corintios 11:17-22

[5] 1 Corintios 11:29 Nueva Biblia al Día

[6] Proverbio africano

[7] Mateo 5:48 la palabra griega teleios es traducida como “perfecto”. Una palabra que significa básicamente una perfección de acuerdo al propósito de su diseño.

[8] Juan 17:21

Sobre el autor:
César Soto V. es chileno. Director del Instituto Bíblico Nueva Creación, Santillo, Coahuila, en México. Licenciado en Teología, actualmente cursa estudios de Maestría en Estudios Teológicos Latinos en la Universidad de Eastern, Philadelphia. En 2013 editó su primer libro, "Cristianismo 2.0" y en el 2017 editó "Metáforas", una relectura de las parábolas de Jesús. Se define a si mismo como: Aprendiz de esposo, aprendiz de padre, aprendiz de pastor, aprendiz de teólogo, aprendiz de la vida.


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