Este versículo refiere que toda persona cristiana tiene un rol sacerdotal dentro de la iglesia así como una vocación kerigmática. No hay diferencia entre la labor que hace un hombre o una mujer porque su tarea es sacerdotal, es incluyente e igualitaria. Esta labor es mostrar a Dios mismo y permitir a otros/as ver la luz maravillosa que proviene del Cielo. Al respecto Lutero escribió: “… Todos los cristianos son sacerdotes y todas las mujeres sacerdotisas, jóvenes o viejos, señores o siervos, mujeres o doncellas, letrados o laicos, sin diferencia alguna” (W.A.6:370; R. García-Villoslada, Martin Lutero, Tomo I, p.467)[1].
En adición al rol sacerdotal y a la vocación kerigmática de todo creyente, se suma como consecuencia, el carácter espiritual de la vida entera. Este trasciende los espacios ministeriales o eclesiásticos y que permea toda la vida donde cada acto es un ejercicio espiritual. La siguiente frase atribuida a Lutero en este sentido dice: “Cuando una ama de casa cocina y limpia y realiza otras tareas domésticas… tan pequeño trabajo debe ser alabado como un servicio a Dios que sobrepasa en mucho la santidad y ascetismo de todos los monjes y monjas”.
Al reflexionar en estos elementos y la evidente importancia e inclusión femenina en la vida y en la eclesiología, corresponde acercarse a los evangelios en un breve resumen de posicionamiento del valor y el rol femenino en el Nuevo Testamento. En Juan 4:5-43 y Lucas 10:38-42, se muestra a un Jesús en un relacionamiento cercano y muy familiar con la mujer samaritana y con sus amigas Marta y María. Asunto que era una extrañeza para la cultura judía.
En otros relatos de Juan y Lucas, existe un reconocimiento de la condición de discípulas de Jesús para Juana, Susana, María Magdalena, y aun su propia madre, María. En otros textos neo testamentarios donde constan relatos de la iglesia primitiva, encontramos que en Hechos 9:36, por primera vez se usa el término discípula (discípulo en su forma femenina), para referirse a Tabita (Dorcas). En otros libros se reconoce y anima el liderazgo femenino: Junia, la apóstol en Romanos 16:7; las hijas de Felipe, las profetizas en Hechos 21:9; Evodia y Sintique, evangelistas en Filipenses 4:2-3; Febe, la evangelista en Romanos 16:1-2; y Priscila, la pastora/maestra según 1 Corintios 16:19. Todos textos atestiguan que las mujeres fueron protagonistas activas en los inicios del cristianismo.
Regresando a la Reforma del siglo XVI, encontramos a Martin Lutero que redescubre en la escritura estos elementos que se habían descuidado por más de diez siglos. La inquietud que levanto en Lutero estos textos tenía su razón de ser. El contexto cultural y religioso del siglo XVI tenía algunas características alarmantes en lo que al trato de la mujer se refiere. Vale la pena mencionar que en este momentos se está llegando al apogeo del Renacimiento. Y en estas circunstancias se posibilitó los hechos de la Reforma y coyunturalmente el levantamiento de cuestionamientos sociales en varios sentidos.
La condición de las mujeres en este contexto medieval, refiere que las mujeres no eran personas en sentido jurídico, ni tenía derecho a juicio y era representada siempre por un hombre. Por lo que su dignidad era reducida, hasta el punto de ser considerada mero objeto de intercambio. En lo religioso, las mujeres no participaban del ministerio eclesial a menos que sea por el monacado, que implicaba retiro y celibato. Muchas mujeres fueron obligadas a recluirse en un convento, y no era necesariamente una opción voluntaria.
La mujer era religiosamente proscrita por la errónea lectura teológica de la debilidad espiritual por haber cedido a la tentación en la historia del Génesis. Además, la iglesia católica suprimió la opción del divorcio, con el supuesto de fortalecer el matrimonio, pero abrió opciones de compensaciones sexuales para el varón, que en muchos casos desemboca en relaciones extramaritales o prostitución. Todo esto alentado por el nivel de corrupción dentro de la iglesia católica, que de manera velada justificaba el concubinato.
Dadas así las cosas, la Reforma Luterana posibilito la dignificación de la vida de las mujeres en el siglo XVI, pues rescato el valor de la familia y la posición femenina en ella, elevando notablemente el estatus de la mujer tanto en lo conyugal como en lo familiar. Se brindó además, nuevas opciones a la reclusión involuntaria en los conventos, de los cuales muchas mujeres huyeron de los mismos y se unieron al movimiento luterano, varias de ellas contrajeron matrimonio. Una de ellas era Margarita Von Bora, que llego a casarse con Martin Lutero. Este matrimonio fue un modelo para el movimiento luterano. Además, se abrieron espacios para la educación al crear colegios para mujeres. Pues todos y todas debían recibir instrucción.
En este punto es claro el involucramiento de muchas mujeres fueron en el proceso de la reformatorio. Las mismas que provenían de diferentes lugares como Alemania, Italia, España, Francia e Inglaterra. Tenían diversos oficios reinas, políticas, escritoras, teólogas, predicadoras, y sus aportes fue variados pues patrocinaron económicamente, influyeron en la corte o en los hombres cercanos a favor de la reforma o los reformadores, promulgaron leyes, escribieron promoviendo la reforma, y también predicaron. Ellas pertenecían a diferentes estratos sociales (nobles y plebeyos), y muchas mujeres fueron encarceladas, torturadas y quemadas en la hoguera por su lucha a favor de la Reforma.
Lamentablemente a pesar de su papel activo en la Reforma, cuando se piensa en la Reforma, solo viene a la mente o a la reflexión los hechos protagonizados por hombres. Una forma de visibilización del trabajo de las múltiples mujeres actoras del proceso intencionó el listar los nombres de algunas de ellas. Esos nombres fueron: Argula von Grumbach, Ursula Múnstenberg, Elizabeth Cruciger, Elisabeth Von Brandenburg, Olimpia Morata, Catherine Schütz Zell, Elizabeth de Brunswick, Margarita de Navarra, Juana de Albret, Renata de Ferrara, Marie Dentiére, entre otras.
Marie Dentiére |
De todas ellas, revisaremos el nombre y la persona de Marie Dentiére. Exmonja de origen Belga, su vida transcurrió entre 1495 y 1561. Considerada en la posteridad como una importante teóloga de la reforma. Fue una hábil predicadora de la altura de Calvino. Mujer cuestionada por Calvino y otros reformadores por sus provocadoras críticas sobre la reforma, además de ser una defensora del ministerio femenino y de pensamiento de avanzada en términos de posiciones feministas. Se mostró contraria a los criterios de ser esposa sumisa y abnegada, buena ama de casa y receptora pasiva de la doctrina. Por esto fue perseguida e incomprendida por la iglesia católica, por los reformadores y por las propias mujeres de la época. Uno de sus escritos más conocido fue La epistre, que junto a otros escritos suyos serían prohibidos.
Otro postulado protestante se resume en la expresión “Ecclesia reformata semper reformanda secundum Verbum Dei”, que traducido sería iglesia reformada siempre reformándose. La tarea de la reforma luterana inscribió cambios importantes a favor de la mujer, pero no fueron sostenidos ni completos. Los historiadores señalan que movimientos radicales plantearon con más fuerza mayores cambios. La reforma de la iglesia es un proceso en construcción continua y constante, teniendo como guía la lectura de la Palabra de Dios que nos saca de la oscuridad y nos lleva a su luz admirable. A esa luz nos debe llevar al camino de la inclusión, de la equidad, del respecto, de la visibilizarían intencionada y el reconocimiento de todos y todas.
[1] W.A.6:370; R. García-Villoslada, Martin Lutero, Tomo I, p.467
Irma Padilla es ecuatoriana, Ingeniera Comercial, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile. Presidenta de la Junta Directiva de la Comunidad de Estudiantes Cristianos del Ecuador. Docente universitaria y estudiante de maestría de Estudios Teológicos en la Universidad Nacional de Costa Rica.
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