Si fuéramos como Samuel

Por Abel García, Perú


Durante el período de los jueces, los hebreos no eran más que unas miserables tribus con liderazgos esporádicos de tipo caudillista, muy pobres, siempre a merced de los enemigos que los rodeaban. El libro de los Jueces relata, con frecuencia en un tono mitológico, las vivencias del pueblo y sus disputas con sus vecinos menores, enfatizando la solución vía un líder llamado por Dios que aglutina al pueblo, formando un ejército que por lo general somete al invasor. No hay citas de posibles conflictos con los grandes reinos de la época (Egipto, Mitani, los hititas, Asiria). No se cuentan los pasos del poderoso imperio egipcio en camino a combatir a los otros “grandes”, ni se menciona cuando el territorio palestino fue una especie de “área de seguridad” del territorio faraónico. No era necesario. No es el estilo de los anales antiguos.

Estas idas y vueltas seguramente forjaron en algunos de los ancianos líderes de la época de Samuel la idea de formar un estado-nación con gobierno centralizado como Egipto o Asiria para solucionar permanentemente los problemas de seguridad del pueblo. Ansiaban el desarrollo. Sin embargo, otros pensaban que su propio régimen tribal era algo que Yahveh impuso, divinizando el sistema. Es evidente que Samuel pertenecía a este último partido. Los primeros aprovechan una situación particular (la tremenda corrupción de los hijos de Samuel, los que fungían de jueces delegados) para pedir de una manera definitiva un rey. No debemos malentender 1 Samuel 8:7 (“…Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mi me han desechado, para que no reine sobre ellos”) en el sentido que Dios se opone al régimen monárquico, pues al final permitió al pueblo tener un rey, sino que nuestra comprensión debe ser enfocada en que la esencia de la petición era el desarrollo político y social que no tenía a Dios en el centro, una política sin Él como eje. Un avance social humanista, abandonando al Dios que los sacó de Egipto.

Es seguro que Samuel se fastidió profundamente con la solicitud de un rey. Lo sintió como un rechazo personal, pero ese sentimiento era inevitable. ¿Es posible que Dios hubiera dado una respuesta negativa al petitorio del pueblo? Pienso que el fiat de Dios era algo absolutamente necesario. Sin un gobierno centralizado, Israel no prevalecería. El establecimiento de un reino era, por lo tanto, una cuestión de vida o muerte. Destaca brillantemente la limpia actitud de Samuel: no se aferró al poder, sino que fue dócil, y buscó un rey, obedeciendo el mandato divino. Su función política directa había terminado, y así hidalgamente lo reconoció. No fue estorbo, no predominaron posibles intereses subalternos. Cuánto nos falta aprender al respecto. Hoy todos se aferran al poder, sea pequeño o grande, adictos por completo a su influjo. Pocos voluntariamente lo dejan, la mayoría salen a la fuerza, cuando las cosas son inevitables, cuando la sangre ya puede haber llegado al río. En política nacional, regional, local, barrial, universitaria o eclesial se da este fenómeno. Si fuéramos un poco más como Samuel…

Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), Finanzas en ESAN y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA). Fue editor de la Revista Integralidad del CEMAA y enseña en varias universidades en Lima




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