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La palabra de Dios se hizo carne (Juan 1: 14). La incomprensión de la divinidad en su naturaleza eterna se enmarcó dentro de realidades espaciotemporales aprehensibles. La gran gloria de Dios, su grandeza, sus pensamientos, sus ideas, lo que tenía (y tiene) por decir, su expresión, se hizo carne. Es decir, se hizo necesidad y dependencia, se hizo proceso de humanidad.
En términos prácticos cuando se habla de encarnación, al respecto de Jesús, se está aludiendo a un campesino que creció, según se dice, en el norte de Israel en una pequeña aldea de trabajadores de la tierra (Mateo 2:23a). Hijo de un “tekton”, profesión traducida como “carpintero” (Mateo 13:55, 56) y que en realidad se refiere a alguien que ofrece servicios de mano de obra en las casas locales, las de las aldeas vecinas, o como parte del trabajo en masa en las ciudades (donde vivían los nobles) que para la época de Jesús estaban en construcción por Galilea (Tiberíades y Séforis) (Crossan, 1994). Algunos “tektón” alternaban entre las labores de la tierra y otros solo se dedicaban a él, rebuscando el salario día a día porque sus familias lo habían perdido todo, dentro de las diferentes realidades que les generaba la lógica imperial. Es posible que Jesús y su familia hayan sido de los que ya solo dependían dela venta de ese servicio de mano de obra (Pikaza, 2007).
Israel, en la época en que se ubicó la existencia de Jesús, estaba bajo el poder del imperio romano, que hizo parte del cambio abrupto de las dinámicas económicas a las que estaban acostumbrados los israelitas, de acuerdo a sus leyes y su manera de entender el mundo, de entenderse en el mundo y de entender la tierra (Levítico 25:23). Esos cambios dieron lugar a nuevos pobres, personas que estaban perdiendo la “herencia” que su Dios Yahvé les había dado, para el bienestar cotidiano (Pagola, 2007). Al menguar la posibilidad de tener calidad de vida aumentaban los enfermos, era notoria la desesperanza y habían personas llenas de manifestaciones de lo que en su época se denominaban “demonios”. Tal vez, solo tal vez, eso explica por qué, en medio de entornos que observaban con mucho rigor la pureza y el honor, las mujeres accedían a la venta del cuerpo; y en medio de entornos que despreciaban la imposición extranjera sobre la política local, hombres accedían a ser recolectores de impuestos; y en medio de leyes drásticas contra los “malhechores” las gentes del campo accedían al bandidaje.
Jesús creció escuchando, al igual que sus vecinos de Nazareth (y de todas las demás aldeas judías de Israel), las historias de sus antepasados (Theissen, 1995). Las historias de un Dios que estaba para los desamparados y los perdedores que se le manifestó a tribus dispersas de ovejeros para prometerles una nación consolidada (Génesis 12: 1-3), que rescató al pueblo de la esclavitud (Miqueas 6:4) y llenó de valor a un pequeño jovencito sin formación militar que mató a un soldado gigante entrenado para la guerra (1 Samuel 17). Es claro que esas historias se hicieron lugar y generaron ilusiones en todos los que las escuchaban. Por ese tiempo se esperaba la llegada del reinado de Dios, del mesías, del “hijo del hombre” que habría de traer el cielo a la tierra, la mayoría esperaba (y oraba por que fuera) un rey poderoso, que derrotara el imperio romano y pusiera a Israel en el centro de dominio (Moltmann, 1990). Jesús creció aprendiendo las plegarias de salvación.
Es en ese contexto en que el maestro pasó de ser un “tektón” en busca del pan diario, a ser un maestro itinerante (Juan 6:25) que enseñó, sanó incluso en el día de reposo (Lucas 14: 1-6), liberó endemoniados (Marcos 9: 14-29), tocó a los intocables (Mateo 8: 1-4), conversó con una mujer de samaria (Juan 4: 1-42), usó como referente de “prójimo” a un hombre de samaria (Lucas 10:25-37) y se antepuso a la ley, pasando por encima de ella, en favor de la dignidad de las personas. Es en ese contexto en que su cuerpo se convirtió en un escenario para la inclusión de “mujeres pecadoras” que se le acercaban buscando aceptación (Lucas 7:39), donde mujeres impuras encontraron sanidad/pureza corporal y social (Lucas 8:43-48), y, en fin, donde las personas encontraban esperanza (Mateo 26:26-30).
El evangelio es Jesús, y la identidad de Jesús, la columna vertebral de su discurso, era la llegada del reinado de Dios (Lucas 4:43). No solo como algo que vendría luego sino como algo que ya estaba presente (Mateo 12:28); no solo como un lugar al que se iría o donde el tiempo desembocaría “al final”, cuando el mundo conocido terminara, sino como una realidad que se introducía en medio del tiempo y que provocaba cambios en ese mundo conocido (Mateo 7: 8); no como una monarquía conquistadora con sus ejércitos arrasadores, sino como una experiencia progresiva y transformadora que actuaba en la vida cotidiana de las personas y en cómo se relacionaban los unos con los otros.
Poder comprender y vivir de acuerdo a las buenas noticias que anunciaba Jesús, requería de cambiar las perspectivas desde donde se miraba el mundo, era necesario un acto de “arrepentimiento” (Mateo 4:16-18). Es decir, cambiar la forma de entender las cosas y de actuar. El modelo a seguir para esa transformación era el mensaje de Jesús, el “reinado de Dios” que operaba en él y por medio de él.
Los dichos y hechos de Jesús, narrados en el evangelio, se acercan a diferentes fibras de los contextos de aldeanos y sus dinámicas diarias. De las necesidades de quienes habitaban las diferentes regiones en que él anduvo. Sus parábolas eran ficciones que estaban compuestas a base de la cotidianidad de esas personas sencillas en quienes ocurrían las realidades sociales.
La vida y obra del Jesús del evangelio pasa, una y otra vez, por alguien que se da cuenta de las necesidades específicas de personas específicas dentro de escenarios específicos, en los que su acción, la de Jesús, invitó a asumir al otro, con sus diferencias y distancias, como propio, como familiar, como cercano. Esa invitación proponía una comunidad alternativa a los sistemas de valores de su tiempo. Comunidades de amor y de esperanza, de reunión en torno a buscar aplicar de manera práctica lo enseñado en sus sermones y en las acciones concretas que realizó en favor del necesitado.
El evangelio nos invita a vivir la vida, a descubrirla y aprehenderla, encontrar en ella las enseñanzas que nos lleven a conocer lo divino, a cuestionarla e interrumpirla; hacer rupturas al respecto de su normalidad (Status Quo) y buscar siempre un bienestar comunitario progresivo.
Así, el reino de Dios venidero, puede hacerse real “paso a paso, rostro a rostro, vida a vida” en medio de nosotros, en medio de la manera en que actuamos frente a las realidades sociales de nuestro propio contexto.
Bibliografía
Crossan, J. D. (1994). JESÚS: historia de un campesino judío. Barcelona: CRITICA. Moltmann, J. (1990). The Way of Jesus Christ. London: SCM PRESS.
Pagola, J. A. (2007). Jesús: Aproximación Histórica. PPC.
Pikaza, X. (2007). El Hijo del Hombre: Historia de Jesús Galileo. Valencia: Tirant lo Blanch.
Theissen, G. (1995). La Sombra del Galileo: las investigaciones históricas sobre jesús traducidas a un relato. Salamanca: Ediciones Sigúeme.
Sobre el autor:
Tomas Castaño es colombiano, Comunicador Social, defensor de derechos humanos en la ciudad de Medellín Colombia, Director del documental "Él Entre Nosotros", Esposo de Sara y Padre de Ariel..
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