Cinco mandamientos que no permiten excepción alguna

Por Juan Stam, Costa Rica

Imagen: Pixabay
Hay una frase que aparece en sólo tres versículos del Nuevo Testamento, que va con verbos en voz activa y modo imperativo que definen cinco mandamientos de exigencia sin excepción. La frase es "todo lo que hicieras", y los cinco mandamientos son:

1) Hacer todo para la gloria de Dios (1Cor 10:31)
2) Hacer todo en el nombre del Señor Jesús (Col 3:17a)
3) Hacer todo...dando gracias a Dios Padre por medio de él (Col 3:17b)
4) Hacer todo de corazón (Col 3:23a)
5) Hacer todo para el Señor y no para ser visto por la gente (Col 3:23b)

Todos conocemos los diez mandamientos del Antiguo Testamento, y son fundamentales para la orientación de nuestra vida y nuestra ética bíblica. Aunque los famosos diez mandamientos están formulados negativamente, cada uno conlleva un sentido positivo, como demuesta Juan Calvino en su obra clásica, la Institución. Estos cinco mandamientos, en cambio, están formulados en forma positiva. Si el decálogo antiguotestamentario nos muestra lo que no debemos hacer, este semi-decálogo nos enseña lo que sí debemos hacer.

Estos cinco mandamientos, según los mismos términos en que están formulados, no permiten excepción bajo ninguna circunstancia. Podemos considerarlos como "principios absolutos" de la vida cristiana. De hecho, son orientaciones que podemos aplicar en todas las experiencias de la vida. Aun en las sitiuaciones más difíciles, es posible cumplir cada uno de estos mandamientos. Y cuando más difícil, es cuando es más urgente obedecer estos cinco imperativos.
Los cinco mandamientos se dividen en tres segmentos, que se dirigen a tres areas de la vida humana. El primero, en 1 Cor 10:31, tiene que ver con los apetitos ("si comeís o bebeís"; cf. 1 Cor 6:15-20, el sexo). Col 3:17 es más amplio y cubre toda nuestra conducta, pero con énfasis en las relaciones interpersonales (todo lo que hacemos y decimos; cf. 3:12-16). El tercer segmento (Col 3:22-25) se refiere explícitamente a las relaciones laborales.

1. Hacer todo para la gloria de Dios (1 Cor 10:31). El mandamiento de glorificar a Dios en todo se aplica al terreno de los apetitos. ¿Habrá algo más común y corriente en la vida humana que el comer y beber? Todos lo hacemos tres veces al día, sin pensar mucho en ello. No sólo al predicar un sermón, enseñar una clase o cantar un solo glorificamos a Dios. El texto nos enseña que aun en lo más común y corriente, como comer y beber, podemos glorificar a Dios. Es más, hacerlo es nuestro deber.

En la misma epístola Pablo discute otro apetito -- el deseo sexual -- en exactamente el mismo sentido. Hablando de la vida sexual, exhorta a los corintios "habeís sido comprado por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo..." (1 Cor 6:20). Para cristianos, según Pablo, el sexo no es una mera función biológica; ¡es más bien una celebración doxológica!

¡Es aun más impresionante este mandamiento, porque los corintios tenían terribles problemas precisamente en el área de los apetitos! En el capítulo siguiente Pablo redarguye a los corintios porque en la Santa Cena "al comer, cada uno se adelante a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga". Con ese egoísmo, en la misma Cena del Señor (¡la Santa Comunión!), ellos avergonzaban a los pobres que no tenían nada para comer (11:21-22).

Aun peor era el pecado y el escándalo del desorden sexual entre los corintios. Había un caso de incesto (cap. 5) y Pablo tiene que advertir a los hombres que dejen de visitar a las prostitutas (6:25-16; no cabría la reprimenda si no había algunos que visitaban la zona roja de esa ciudad portuaria, famosa por su relajo moral). Ante esa situación de pecado, Pablo no sólo les exhorta a portarse mejor y huir de la fornicación (6:18) sino -- ¡qué contraste más grande, y que exhortación más sorprendente! -- les llama a glorificar a Dios con los mismos cuerpos con que antes practicaban el pecado (6:20).

Así este primer mandamiento nos da una enseñanza a la vez desafiante y animadora: Dios puede glorificarse en todas nuestras acciones, hasta los más triviales, y sobre todo en aquellas areas donde somos más débiles.

2. Hacer todo en el nombre del Señor Jesús (Col 3:17a). El contexto de este mandamiento describe en toda su amplitud la vida abundante que Dios desea para nosotros, con énfasis particular en las relaciones interpersonales:
Vestíos de entrañable misericordia...
soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros...
Y sobre todas estas cosas vestíos de amor que es el vínculo perfecto.
Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones,
a la que fuisteis llamados en un solo cuerpo...
En San Pablo, la f'órmula "en Cristo" expresa nuestra unión con él por el Espíritu Santo, en quien somos su cuerpo y él es nuestra vida. Actuar y hablar "en el nombre del Señor Jesús" significa mucho más que sólo repetir esa frase, como se hace ligera y hasta frívolamente; significa vivir en íntima comunión con él, de tal modo que su voluntad sea la voluntad nuestra y que él pueda actuar en y por nosotros. Por lo mismo, se nos hace imposible hacer cualquier cosa que no podemos hacer en el nombre de él.

En los países latinos pasa algo inaudito en otras culturas: a muchos niños y hasta niñas se les da el nombre "Jesús" de modo que muchas personas llevan ese sagrado nombre (aunque en tiempos antiguos era un nombre común). A los nuevos misioneros eso nos extrañaba y observamos con especial atención la conducta de esas personas, para ver si su conducta correspondía a su nombre. ¡A veces la inconguencia entre su nombre y su conducta parecía escandalosa! Pero de hecho, todos los cristianos y cristianas nos llamamos "Jesús". ¿Llevamos dignamente ese nombre, honrándolo en todo lo que hacemos y decimos?

3. Hacer todo dando gracias a Dios. Nuevamente el contexto amplía el significado de la frase:
Sed agradecidos (Gr. eujaristoi, "eucarísticos").
La palabra de Dios more en abundancia en vosotros,
enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,
cantando con gracia en vuestros corazones al Señor,
con salmos, himnos y cánticos espirituales...
Y todo lo que haceís, hacedlo dando gracias a Dios Padre por medio de él (Col 3:15-16).
Bien se ha dicho que las dos palabras más importantes de la fe evangélica son "gracia" y "gratitud". En 2 Cor 8-9 San Pablo, al pedir a los corintios que enviaran su aporte para los pobres de Jerusalén, nos da una profunda exposición de la gracia de Dios (járis de Cristo 8:9; manifestada en nosotros 8:1,4,6s,19; 9:8,14) y de nuestra "gratitud por la gracia" (járis 8:16; 9:15; eujaristía 9:11,12). Esta teología de la gracia se resume en tres afirmaciones medulares: (1) "Conoceís la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre" 8:9; (2) "poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia" 9:8 y (3) "Gracias a Dios por su don inefable" 9:15).

En toda la historia cristiana, nadie vivía más de gracia y gratitud que Santa Teresa de Ávila. Firmaba sus cartas "Teresa, pecadora" y amaba a Jesús como su Salvador. Cuando sus enemigos la criticaban, ella decía, "Gracias a Dios, que mis enemigos no conocen mis peores defectos". Cuando al fin accedió a escribir su autobiografía, lo tituló "El libro de las misericordias de Dios" (que hoy aparece como subtítulo). Teresa veía cada día como una nueva página en el gran libro de la gracia de Dios para con ella.

Cuando Abelardo, un personaje muy diferente, escribió sus memorias, las tituló "La historia de mis calamidades". No es que Santa Teresa no sufriera, pues sufrió mucho. Mas bien, son dos maneras de ver la vida: El libro de las misericordias de Dios o la historia de mis calamidades.

La diferencia la hace la gratitud, el saber vivir "eucarísticamente".

4. Hacer todo de corazón (Col 3:23): De nuevo aparece la frase clave, "todo lo que hagaís", ahora aplicado al terreno laboral, dirigida específicamente a los esclavos:[1]
Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales,
no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres,
sino con corazón sincero, temiendo a Dios.
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón,
como para el Señor y no para las demás personas,
sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia,
porque a Cristo el Señor servís.
Más el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere,
porque no hay acepción de personas.
Amos haced lo que es justo y recto con vuestros siervos,
sabiendo que vosotros tenéis un Amo en los cielos.
Col 3:22-4:1 (cf. Efes 6:5-9)
Este versículo, en sus dos cláusulas, vuelve a tocar la motivación de la vida y conducta cristianas, complementando la gratitud mencionada en 3:17. Nos extraña encontrar esta exhortación a los siervos y siervas no sólo a obedecer a sus amos sino a "hacer todo de buena gana" (3:23 Dios Habla Hoy). Es que el trabajo creativo es parte de la imagen de Dios en nosotros.[2] Bajo cualquier circunstancia, trabajar bien glorifica a Dios y la pereza disminuye la imagen divina en nosotros.

Si San Pablo espera de los siervos del primer siglo que metan ganas a su trabajo, cuánto más debemos nosotros realizar nuestros trabajos de corazón, con ganas. Si estudio, debo ser el mejor estudiante que pueda ser. Si juego futbol, debo glorificar a Dios en la cancha. Si soy mecánico, con esa maravillosa inteligence que Dios ha dado a algunos, mi meta será mantener en las mejores condiciones los autos de mis clientes. Si soy pastor o teólogo, haré todo por superarme constantemente para servir a Dios y al pueblo con la máxima efectividad y bendición. En cualquier caso, si vale la pena hacer un trabajo, entonces vale la pena hacerlo bien, con todo el ánimo.

5. Hacer todo para el Señor y no para ser visto por la gente (3:23b). Aquí el texto llega a lo más profundo de nuestra motivación. La frase anterior aclara bien el sentido: "no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios". La irresponsabilidad en el trabajo es una falta de temor a Dios; el temor a Dios debe motivarnos a trabajar bien. "El amor de Cristo nos apremia", escribe San Pablo en 2 Cor 5:14 (Biblia de Jerusalén).

Muchas veces trabajamos sólo por el salario, y el más alto posible. O trabajamos por el éxito, para ser admirados y alabados por los demás, o sentirnos orgullosos de nuestros logros. O hacemos un mínimo de trabajo, sólo para que el jefe no nos despida. Todo eso es lo que Pablo llama "sirviendo al ojo".

A.J. Cronin era un famoso novelista estadounidense que se interesó mucho en el movimiento misionero y viajó en todo el mundo buscando misioneros y visitando con ellos y ellas. Una vez, muy al interior de la China, se encontró con una enfermera cristiana que estaba soportando las condiciones más difíciles en su trabajo, sin las comodidades básicas de la vida. A Cronin se le ocurrió decirle, "Señorita, yo no haría lo que Ud hace, ni por un millón de dólares".

"Yo tampoco". respondió la enfermera. "Pero amo a Dios y amo a esta gente, y por eso estoy aquí muy contenta en este trabajo".

Y nosotros, ¿para qué y por qué trabajamos y vivimos?

¿Cuál es la motivación básica de nuestra existencia?

Notas:

[1] Dejaremos a un lado el tema complejo del NT y la esclavitud. Este texto tiene que verse dentro de su contexto histórico. Hay diferentes interpretaciones de la esclavitud en la segunda mitad del primer siglo. Es significativo tmbien que tanto aqui como en Efes 6:9 Pablo responsabiliza a los amos a ser justos.

[2] Según Gén 2, Adán trabajaba antes de caer en el pecado. El trabajo no fue resultado del pecado, sino sólo la fatiga, la pereza y el aburrimiento. El trabajo debe ser creatividad a la imagen y semejanza de Dios.



Sobre el autor:
Juan Stam se nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación con América Latina.  Es Dr. en Teología por la Universidad de Basilea.  Docente y escritor de libros, artículos y del Comentario Bíblico Iberoamericano del Apocalipsis de Editorial Kairós.

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