¿Conocemos la voluntad de Dios por medio de la oración?


Por Alexander Cabezas, Costa Rica

Imagen: Pixabay
Todos alguna vez hemos llegado a la misma conclusión en nuestro caminar cristiano.  Aunque nos cueste reconocerlo, para comprender la voluntad de Dios, no siempre existirán respuestas lógicas o favorables; la falta de comprensión afecta tanto al creyente maduro como al iniciado en la fe y, por más “maquillaje” que algunos pretendan poner, la realidad seguirá imponiéndose como un abismo entre nuestra humana condición efímera y las intenciones altas, eternas, nobles, perfectas de Dios (Isaías 55:8).

Hay muchas circunstancias que no entendemos, ni las entenderemos, a no ser que Dios nos las revele.  Ante todo, sea que tengamos mucha fe o la medida mínima, Dios  contesta conforme a su voluntad y no siempre a nuestros deseos, a pesar de que estos  puedan ser nobles y nuestras necesidades muy reales o urgentes.  Dios se atribuye, en su soberanía, el derecho de responder como él lo desee, todo con el objetivo de ayudarnos a crecer.

La mayoría de creyentes hemos escuchado hablar de John Newton (1725-1807), aquel pastor inglés quien en vida escribió uno de los más hermosos himnos que hasta la actualidad se interpreta en muchas congregaciones y actividades especiales: “Sublime Gracia”. (Amazing Grace). Pero poco conocemos de otro himno precioso, desafiante, que nos permite comprender un poco más sobre la forma en que Dios también responde nuestras oraciones:
Le pedí al Señor que pudiese crecer en fe, en amor, y en toda gracia, que pudiese conocer de su salvación, y buscar más intensamente su rostro.

Tenía la esperanza de que en alguna hora feliz hubiera de contestar al instante mi súplica, y mediante el poder compulsivo de su amor dominar mis pecados, y brindarme descanso.

En lugar de eso, me hizo sentir el mal escondido en mi corazón; y permitió que coléricos poderes del infierno asaltaran mi alma por todas partes.

No sólo eso; con su propia mano parecía decidido a agravar mi dolor; contrariaba todos los planes honestos que me trazaba, marchitaba mis huertas, y me dejaba tendido.

Señor, ¿por qué es esto?, gemí tembloroso, ¿perseguirás a tu gusano hasta la muerte? Es de este modo, contestó el Señor, que yo contesto la oración que pide gracia y fe.

Utilizo estas pruebas interiores para liberarte de ti mismo y de tu orgullo y para deshacer tus proyectos de gozo terrenal para que busques en mí el todo para ti.
¿Qué tan dispuestos estamos a permitir que Dios destruya nuestros planes o proyectos personales, más allá de nuestros deseos o años de tratando de construirlos?

No necesariamente los deseos de Dios concordarán con nuestras oraciones o pretensiones; cuando perfectamente Dios puede tener otros planes más altos, aunque en términos humanos no los concibamos.

Muchas veces Dios nos va guiando de manera silenciosa o inimaginable de modo que cuando llega la respuesta, obtenemos lo que jamás hubiéramos esperado. Más bien, si poseyéramos cierto grado de conocimiento de los propósitos del Señor, echaríamos a perder las bendiciones nuestra y las de otros que, de una u otra manera, dependen de la forma en que Dios opera en nuestras vidas.

Además, me parece que en ocasiones, en lugar de decirle al Señor “hágase tu voluntad”, le queremos sugerir “hágase mi voluntad”.

Por otro lado, ¿qué sentido tendría orar si a fin de cuentas se realizara solamente el designio divino?

La oración muestra una faceta interesante en donde, según la Palabra, podemos ejercer influencia sobre algunas decisiones establecidas por Dios.  Las Escrituras están cargadas de claros ejemplos.  Moisés pidió por el pueblo y se salvó del juicio de destrucción que venía sobre ellos. Ezequías clamó y se le concedió 15 años más de vida…

Pero tendríamos que preguntarnos si efectivamente somos perseverantes, si con facilidad desistimos, o si actuamos dentro de su voluntad.  La respuesta Jesús la presenta cuando señala: “orar siempre y no desmayar” (Lucas 18: 1).  Solo así estaremos en mayor sintonía con Jesús para conocer su dirección para nuestra vida.

No quisiera dejar la impresión de lo duro que es hacer la voluntad divina o lo poco efectivo de la oración, pero mostrar que la única esperanza se encuentra más allá del sol, que por hacer la voluntad de Dios, el camino estará marcado por penas, adversidades y calamidades; es restar importancia que la voluntad de Dios es “buena y perfecta” (Romanos 12:2).

Bien haríamos en recordar que con Dios hemos encontrado tiempos de alegría, gozo y respuestas hermosas, que han llegado a nuestras vidas cuando menos las esperábamos, y aún más allá de lo solicitado.  Pero creer que por estar en Cristo hay una garantía ilusoria de reclamar “un jardín de rosas” lejos de los problemas y dificultades es el otro extremo.

Muy claro Jesús nos dice: En el mundo tendréis aflicción (Juan 16:33). Nos alerta sobre las muchas dificultades que encontraremos.  Nuestro deber como creyentes es seguir orando que se haga la voluntad de Dios en la tierra y en nosotros.

Si alguien nos puede mostrar lo que es seguir la intención divina, es Jesús.  En los momentos de mayor agonía dijo:

“Si es tu voluntad, aparta de mí esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya…” (Lucas 22:42).  Al siguiente instante, comprendió que no había escape para el calvario que debía atravesar. Sin embargo, esto le proveyó la convicción y las fuerzas suficientes, para saber que estaba haciendo la voluntad de su Dios.   De igual forma, solamente en la medida que logremos sintonizarnos con Jesús conoceremos la voluntad de Dios en la oración.

Tomado del libro: Cabezas, Alexander. Oración con los ojos abiertos: Un llamado a la Iglesia a orar por la niñez. Editorial Kerusso, Venezuela, 1998.


Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, se ha desempeñado como pastor, profesor de varios seminarios teológicos, y consultor en materia de niñez y adolescencia. Tiene una maestría en Ciencias de la Religión con énfasis en liderazgo, por parte de ProMETA y una maestría en Teología por parte del South African Theological Seminary (SATS). A participado como escritor y coescritor de varios libros entre ellos Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez y Oración con los ojos abiertos.


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