"Perdónanos el mal que hacemos, como también nosotros perdonamos a los que nos hacen mal"
Mateo 6:12
(La Palabra, Sociedad Bíblica de España, 2010)
Imagen: Pixabay |
Hoy, en cambio, la fe tiene otras urgencias. La fe pareciera estar al servicio de la comodidad psicológica, de la superación profesional y de la realización económica. Y, claro, examinar la conciencia y pedir perdón a Dios por el mal que hacemos pudiera resultar contrario a esos fines.
Pero el Padrenuestro está vigente y nos enseña que la confesión es necesaria, además de conveniente y sanadora. Su práctica es señal de madurez humana, sobre todo cuando procede de un corazón consciente de la falibilidad humana y que confronta con humildad la realidad del mal, connatural a la existencia humana.
Pedir perdón a Dios por los pecados limpia el alma, descansa el cuerpo y sana la mente (Salmo 32:1-3). La confesión de pecados es una práctica liberadora, que nos redime de la arrogancia de creer que somos perfectos, o de la insensatez de pensar que el pecado ya no existe. Basta mirar nuestro propio corazón para encontrar en él la necesidad de repetir: "Perdónanos el mal que hacemos".
Para seguir pensando:
"Cuando descubrimos nuestras faltas, Dios las cubre. Cuando escondemos nuestras faltas, Dios las descubre. Cuando las reconocemos, Dios las olvida"
Agustín de Hipona (354-430)
Vale que nos preguntemos:
¿En qué circunstancias o ante qué personas he actuado en forma equivocada? ¿Qué pasó?
¿Qué haré?
Oración:
Vengo a ti, Señor, reconociendo mis limitaciones y pecados, acogiéndome a tu misericordia y rogando tu perdón. Dame el don de perdonar a los demás como tú me perdonas a mí. Acepto tu perdón y otorgo el perdón a quienes me han hecho mal.
Amén
El pastor y teólogo Harold Segura es colombiano, radicado en Costa Rica. Director de Relaciones Eclesiásticas de World Vision International y autor de varios libros. Anteriormente fue Rector del Seminario Teológico Bautista Internacional de Colombia.
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