Un pueblo que olvida es un pueblo que muere y se condena a repetir
los errores de sus predecesores. Nos empeñamos en vivir el presente e
intentamos convencernos de que el pasado no tiene ninguna importancia;
al fin y al cabo el pasado pasado está y para qué vamos a hurgar en él;
sólo nos traerá quebraderos de cabeza. Como, por ejemplo, al juez
Baltasar Garzón, que ha sufrido las consecuencias de intentar
reivindicar un pasado que algunos quieren olvidar para siempre.
La memoria se define como la capacidad de retener el pasado en la
conciencia y revivirlo o reproducirlo mentalmente reconociéndolo como
pasado. El acto o resultado de esta capacidad es el recuerdo. La memoria
es, por tanto, un puente entre el pasado y el presente, pero para que
ese puente sea transitable debemos ser capaces de sacar lecciones de ese
pasado, que revivimos o reproducimos, para hacer de nuestro presente un
lugar más digno.
Para los griegos, la memoria era un divinidad (Mnemosyne). Según
Hesiodo, fue ella la que dio a luz a las nueve musas “como olvido de
males y remedio de preocupaciones” (Teogonia, v.55). Mnemosyne es una
diosa de la raza de los Titanes, hija de Uranos y de Gea, y hermana de
Cronos y de Okéanos. Es portadora de un conocimiento significativo de lo
eterno y, por tanto, sirve de puente entre el mundo trascendente y el
mundo humano.
Rubén Chababo, un intelectual argentino nos asegura que “el valor de
la memoria es maravilloso, [porque] permite salvar del olvido todo
aquello que fue enviado a las penumbras de la historia”.
La Biblia no es ajena al valor de la memoria, el mensaje de los profetas es claro en este sentido.
Concluimos, por tanto, que la memoria es necesaria para conocer e
interpretar nuestro mundo y para reconocer y asumir el pasado como una
lección que nos ayuda a construir nuestro presente y a emprender nuestro
futuro.
La memoria, entendida de este modo, y si se me permite la analogía,
es como un grifo que funciona correctamente, con precisión, sin fallos.
Pero en algunas ocasiones ese grifo se estropea, y es entonces cuando
la memoria se convierte en un grifo que gotea, un grifo que no nos deja
dormir, que nos obsesiona por su insistente sonido, que oímos aunque no
estemos cerca, que se mete en nuestra cabeza y no nos deja pensar con
claridad.
En la Biblia encontramos numerosos ejemplos de esa memoria convertida
en un grifo que gotea, pero me gustaría centrarme en uno de sus textos
más duros y que nos llega de parte del mismísimo Jesús de Nazaret: Mateo
23.
El ministerio de Jesús se desarrolla en un momento en el que la
memoria histórica del pueblo de Israel se ha convertido en ese grifo que
gotea. Y gotea porque esa historia se ha tergiversado y manipulado con
el único objetivo de favorecer a unos pocos (los manipuladores) en
perjuicio de unos muchos (las víctimas).
Según Jesús ¿Cómo gotea ese grifo de la memoria? En primer lugar,
podemos decir que ese grifo de la meomoria gotea cuando se utliza para
dominar y humillar a las personas. En Mateo 23, nos encontramos con un
Jesús indignado, enfadado y dispuesto a expresar sin tapujos su
comprensión de la situación de su pueblo. Los fariseos se habían
permitido el lujo de apoderarse de la memoria histórica y de las
tradiciones de su pueblo y las estaban utilizando a su favor y en contra
de la inmensa mayoría. Se habían olvidado del verdadero espíritu de la
ley (liberación) a favor de una interpretación literalista de la misma
(esclavitud).
Los fariseos se habían erigido en intérpretes de las tradiciones de
Israel. Ostentaban, según el texto, la cátedra de Moisés, pero lejos de
utilizar la ley para lo que en realidad fue dada, es decir para hacer
más fácil y fructífera la vida de un pueblo, la estaban utilizando para
dominar las conciencias y privar de libertad a las personas. Estaban
usando la ley para poner sobre la gente cargas insoportables, imposibles
de llevar, con el único objetivo de adquirir reputación, éxito y poder.
Por otro lado, en el texto también podemos observar un olvido de la
verdadera espiritualidad para ofrecer una espiritualidad ficticia.
Olvidar que la voluntad de Dios es una voluntad salvadora y liberadora
lleva al siguiente paso: la práctica de una falsa espiritualidad que
impide a las personas en búsqueda encontrar el verdadero camino del
Reino de Dios. Se trata de una espiritualidad que ignora lo más
importante: la vida de las personas y, sobre todo, la de las más
vulnerables.
Además, también se produce un olvido de los verdaderos valores para
favorecer un fundamentalismo mercantilista. La ley contiene rigurosas
instrucciones sobre los diezmos y las ofrendas. Pero, según Jesús, lo
importante de ellas tiene que ver, no tanto con cumplirlas, sino con la
práctica de la justicia, la misericordia y la fidelidad. Los diezmos y
las ofrendas no sirven de nada si la justicia, la misericordia y la
fidelidad no forman parte de nuestro estilo de vida.
Otro elemento que me parece encontrar en el texto que nos ocupa es
que Jesús parece denunciar una ausencia de transparencia que lleva,
idefectiblemente, a una práctica activa de la hipocresía. Una verdadera
experiencia de Dios debe conducirnos, sin duda, a vivir de forma honesta
y transparente. Somos lo que somos. Pero, de alguna manera, el olvido
de esa experiencia favorece una practica farisea, hipócrita, que nos
impide mostrarnos en nuestra verdadera dimensión. No sólo debemos
parecer justos, debemos serlo.
Muchas veces, el olvido del pasado nos sirve para justificar nuestras
propias conciencias y eludir nuestras responsabilidades. Pensar que no
formamos parte de ese pasado es un error. Si somos incapaces de cambiar
el presente somos responsables también de ese pasado injusto y, por
tanto, nos hacemos cómplices de la sangre derramada de los que sí
quisieron cambiar el suyo.
Entonces, ¿Cómo deberíamos entender la memoria? En mi opinión, Jesús
recupera para nosotros su sentido como un territorio de resistencia:
resistencia al dominio y a la humillación; resistencia a esclavizar a
las personas; resistencia a una espiritualidad ficticia y resistencia al
fundamentalismo mercantilista, a la hipocresía y a eludir las propias
responsabilidades.
No debemos, no podemos permitir que nuestra memoria se convierta en
un grifo que gotea, y Jesús nos dice cómo conseguir que eso no suceda:
recuperando un sentido crítico de dicha memória, lo cual quiere decir
defender la autonomía y la libertad de pensamiento como algo vital para
evitar el goteo insistente de una memoria enferma, y asumiendo la
responsabilidad y las consecuencieas de nuestro olvido, ya que las
prácticas fariseas pueden llevarnos a lugares y situaciones que no
deseamos.
Sobre la autora:
Joana Ortega-Raya es directora de Lupa Protestante. Licenciada en Teología (SETECA), en Filosofía y Ciencias de la Educación (Universitat de Barcelona), Doctora en Filosofía (Universitat de Barcelona) y Master Duoda en Diferencia Sexual (Universitat de Barcelona). Durante muchos años ejerció como profesora de Filosofía, Biblia y Griego en una institución teológica protestante en Cataluña. Es miembro de la Església Evangélica de Catalunya - Iglesia Evangélica Española (metodista y presbiteriana)
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