Daniel Zamudio (1987 - 2012) |
La madrugada del 3 de marzo del 2012, en una conocida plaza de Santiago de Chile, cuatro jóvenes masacraron a golpes a un joven de 24 años, causándole su posterior muerte el 27 de marzo. Su nombre pasó a ser un emblema para la visibilización de una demanda que se mantenía castigada. Durante los 24 días de agonía, rondó por la web el siguiente texto:
“A Daniel Zamudio(1) lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Le apagaron cigarrillos en el cuerpo. Le desfiguraron la cara. Le arrojaron varias veces una piedra: en el estómago, en el rostro y en otras partes del cuerpo. Le arrancaron parte de una oreja. Le rompieron una botella en la cabeza y le marcaron tres cruces esvásticas en la piel con pedazos de vidrio. Hicieron palanca con una de sus piernas… hasta que el hueso cedió y se rompió”.
Me llamó la atención en aquel entonces ver en muchos espacios cristianos muestras de compasión, calificando el hecho como una tragedia “inaceptable”. Tras un año me doy cuenta que esta actitud fue sólo un síndrome del efecto mediático comunicacional, y no una indignación sincera frente a la discriminación y violencia que existe hacia las personas no heterosexuales. Todo este proceso pareció ser una “Teletón Gay”, y como buena Teletón, duró hasta el cierre del espectáculo. Luego vendría la total indiferencia. Sin embargo, algunos cristianos y cristianas marcamos esta experiencia como algo irrepetible y por ende trabajamos dentro de nuestros espacios para construir comunidades que no repliquen la basura a la que nos somete este sistema. Muchos creemos que es posible que dentro de una sociedad homofóbica las Iglesias sean un espacio de alternativa inclusiva, solidaria y no propagadora de violencia. Violencia que actualmente se hace a través de discursos llenos de odio, discriminación y condena.
No tan sólo murió Daniel. Sus agresores fueron muertos antes, acabados por este sistema que te aniquila en vida y te somete a sus ideologías de muerte. Ideologías muy presentes en nuestros espacios comunes. La producción y reproducción de estos discursos lleva a una muerte sistemática que es necesario detener. No basta con una ley anti-discriminación si no cambiamos nuestra manera de pensar, alineada por completo a este sistema de violencia. Muchas velas se han prendido en Chile en memoria de quienes han sufrido por culpa de la construcción social de una moral clasista, racista y sexista, instalada con espada y sangre indígena: Claudia Moya Silva, transexual asesinada en julio del 2001; Martina Orellana, transexual golpeada y baleada en la calle en enero de este año; Mónica Briones, lesbiana pateada ferozmente por un agente de la CNI cerca de Plaza Italia en los 80. Estas son sólo algunas de las despreciadas y desechadas entre los hombres, experimentadas en quebranto y dolor; y de las cuales escondimos nuestro rostro, fueron menospreciadas, y no las estimamos.
Hace unas semanas conversaba con un grupo de jóvenes cristianos sobre el tema de la “homosexualidad”. La cuestión en la que se centraba el diálogo finalmente consistía en cuándo y dónde empieza el supuesto pecado de “homosexualidad”. Una extendida conversación que, tras casi una ecuación matemática, investigación perita-forense, exámenes médicos y consultas con los espíritus chocarreros, lamentablemente no sirvió para cambiar la impresión preconcebida de aquellos jóvenes, convencidos de que la práctica era condenable. Finalmente no llegamos a conclusiones consensuadas, pero me hizo pensar en cómo nuestras iglesias conviven con ideologías y teologías que no son otra cosa que discursos de tortura. Me permitió darme cuenta que muchos creyentes de convicciones honestas concordantes con el evangelio, paradójicamente pasan a ser reproductores de una práctica de exclusión, fomentada por este sistema para la mantención del poder. No se puede separar la sexualidad del poder: la sexualidad es el mayor instrumento de dominación simbólica, y es necesario acabar con la dominación.
Me sorprende que aquellos que discrepan de estas teologías e ideologías del terror, muestren pasividad frente al tema y vivan en una autocensura para mantener ciertas “comodidades”. Quienes creemos en el evangelio como una practica de justicia de Dios tenemos el compromiso de caminar con quienes sufren exclusión y por ende no podemos seguir en silencio. ¡No más! Hablar de justicia y no mencionar la opresión por la orientación sexual o identidad de género es un acto de indolencia y cobardía. No creo que sigamos hablando de la construcción de un mundo más justo si no vencemos la violencia de género y sexual, por muy hereje que esto suene hoy para algunos. En su tiempo era una herejía decir que los indígenas tenían alma, herejía decir que la mujer era igual al hombre, herejía decir que los esclavos debían ser libres y también herejía decir que los negros tenían igualdad de derechos que los blancos. También un hijo de un carpintero de Nazaret fue un hereje al proclamar buenas nuevas a los pobres en una Palestina invadida por el Imperio Romano y explotada por la religión imperante. No obstante, durante su vida buscó justicia para los oprimidos de su sociedad, enfrentando a todo poder de opresión, poder que finalmente lo llevó a la muerte.
Me resisto a creer que Dios es un macho que detesta a los homosexuales. Resisto creer que no podemos hablar de sexualidad porque ya está todo zanjado desde los textos medievales. Me resisto a conformarme con ser iglesia solo para heterosexuales. Resisto creer que en la cena del Señor nos preguntarán nuestra identidad de género u orientación sexual. Resisto creer que tenga que haber más violencia para acabar con la homofobia en nuestras iglesias. En resistencia creo en Dios habitando en toda su creación, que gime por justicia para el aquí y ahora.
Notas:
(1) Daniel Zamudio (3 de agosto de 1987 - 27 de marzo de 2012) fue un joven chileno víctima de la violencia homofóbica. Después de ser torturado y golpeado hasta el borde la muerte en un parque santiaguino, murió el 27 de marzo de 2012 después de varios días de agonía. Semanas después la ley antidiscriminación que fue aprobada en Chile, recibió el nombre de "Ley Zamudio".
Sobre el autor:
Josaphat Jarpa,es chileno. Estudiante de Teología en la Comunidad Teológica Evangélica de Chile, Estudiante de Psicología en la UBO. Participa del Colectivo Jóvenes por la Igualdad de Género.
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