Por Nicolás Panotto, Argentina y Chile
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Imagen: Pixabay - CC0 Public Domain |
Existen incontables clichés que nos encanta repetir dentro de los espectáculos, reuniones, congresos y eventos del mundillo evangélico, los cuales empalagan nuestro paladar sediento de heroísmo: “Jesús no vino a implantar una religión sino un estilo de vida”, “el reino de Dios no actúa sólo en la iglesia sino en el mundo”, “la fe nos llama a comprometernos con la sociedad”, “Dios es por sobre todas las cosas amor”, entre tantas frases conocidas que nos emociona profesar como grandes declaraciones subversivas.
Ahora, como dice el refrán: “del dicho al hecho hay un largo trecho”. En este caso, nos encanta enunciar estas frases –que seguramente creemos con mucha honestidad- pero no estamos dispuestos/as a ser lo suficientemente coherentes para enfrentar todas las consecuencias que conlleva la radicalidad de su invitación. En algunos casos es aún peor: nos gusta predicarlo cuales grandes héroes de la fe, pero al ver que otro/a lo pone en práctica, lo juzgamos como extremista, liberal, pecador, inmoral, desubicado, etc., etc., etc.