El mes de junio se recuerda las protestas de las personas en la plaza de Tiananmen de Pekín (República Popular China). Esto sucedió entre la madrugada del 3 y el 4 de junio de 1989.
Esta manifestación se inició de forma pacífica con un grupo de estudiantes exigiendo reformas democráticas y concluyó con actos sangrientos por parte de los soldados. Se estima que hubo entre 2.600 y 4.000 muertos y 5.000 heridos en aquellos trágicos días.
¿Qué recordamos de estos hechos acontecidos hace más de dos décadas atrás? Los de este otro lado del mundo occidental, probablemente poco o nada.
Algo es cierto, la imagen que acompaña este suceso no es del todo desconocida: un individuo menudo con una bolsa de plástico en su mano, (como si viniese de compras). Impávido, anclado al suelo no dudó instante alguno ante el avance de los amenazantes tanques T-59. Se contuvo hasta que las bestias de hierro refrenaron su marcha ante la débil pero fuerte, pequeña pero gran presencia, de aquel desconocido de camisa blanca, quien se atrevió a “dar la cara”. Minutos después algunos hombres lo sacaron de la escena y se perdió entre la multitud y la historia.
Curiosamente, se sabe más de la imagen inédita, imagen que dio la vuelta al mundo y le valió un World Press Award en el 89 a uno de los tres fotógrafos. Del hombre no hay rastro alguno. Se le comenzó a llamar: “el hombre tanque” o el “rebelde desconocido.” Se especula que la policía secreta lo ejecutó; otros afirman que aún vive. Sin embargo, pese a sus pocos segundos de acción, dejó una huella movido por su indignación.
¿Qué conocemos del rostro de la indignación? La indignación, sobre todo por una causa justa, requiere cierto nivel de sacrificio y de entrega. “El cristiano todo lo soporta y lo aguanta”, solemos decir para ocultar y esquivar nuestra falta de compromiso y temor de confrontar a otros. Por otro lado, siento que se nos ha enseñado más a asumir una actitud pasiva y neutral que a permitir que afloren nuestros sentimientos de disgusto y malestar.
Pero ¿hasta cuándo debe una mujer seguir resistiendo la flagelación de su esposo abusador? ¿Cuál es el límite para continuar ignorando los gritos de un niño o niña siendo agredido o agredida severamente en su hogar? Por mencionar tan solo dos ejemplos. Lo cierto es que según estadísticas fiables, 80 mil niños y niñas mueren en sus hogares en América Latina y el Caribe víctimas de la violencia intrafamiliar, ante lo cual como sociedad nos seguimos quedando de brazos cruzados y defendiendo nuestro “justo derecho” a ver, callar y no actuar. ¿Qué decir cuando los agresores, los violadores, los sicarios quedan en la impunidad?
Nos urge conocer más el “rostro de la indignación” y Jesús nos lo presenta:
Cara enrojecida, ojos exaltados, henchido por el coraje, toma un azote y saca del templo a aquellos comerciantes que lo habían convertido en un vulgar negocio lucrativo. ¿Nos atreveríamos a hacer los mismos con todos esos seudo líderes que continúan abusando espiritualmente en las iglesias?
Los profetas, movidos por un llamamiento conferido por Dios y su mensaje, no dudaron en confrontar con indignación a los poderosos de su tiempo, pese al escarnio, la impopularidad y en ocasiones, la muerte. Lo hicieron porque asumieron su vocación, compromiso y obediencia al Señor.
Sin duda alguna, el “hombre desconocido” de la plaza de Tiananmen jamás esperó convertirse en una figura pública o ser fotografiado para llevarse el aplauso de la gente, y mucho menos convertirse en un icono de causa social alguna, lo único que buscaba era manifestar su justa indignación.
Para nosotros, el modelo a imitar seguirá siendo el “Jesús indignado”, que se violenta por la injusticia, la desigualdad y todas aquellas manifestaciones del anti-reino que impiden que vivamos en un mundo mejor.
Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, se ha desempeñado como pastor, profesor de varios seminarios teológicos, y consultor en materia de niñez y adolescencia. Tiene una maestría en Ciencias de la Religión con énfasis en liderazgo, por parte de ProMETA y una maestría en Teología por parte del South African Theological Seminary (SATS)
COMENTARIOS: