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¿Cuál es el problema con un culto atractivo? Ese es el problema, lo hemos hecho tan atractivo que respondemos más al marketing que al llamado de la misión de Dios. He visitado iglesias donde las personas abandonan al culto al ver que su banda favorita no toca la musica, o cuando su pastor favorito no le toca predicar. Algunas iglesias han des-encarnado su mensaje al crear espectáculos de consumo religioso. Profesionales de la música, del púlpito, de cámaras, sonido y del escenario dominan los cultos. No hay ninguna liturgia para participar del culto como sujetos activos para darle la gloria a Dios, sino que nos encontramos que nos han convertido en objetos pasivos de consumo de un espectáculo religioso. ¿Por qué hemos caído en el producir y querer difundir espectáculos de consumo religioso? Por un lado, vivimos en una sociedad que se ha acostumbrado a consumir superficialmente la amplia variedad de los medios de difusión masiva. Por otro lado, hoy más que nunca el acceso a los medios de difusión masiva se ha facilitado ampliamente con el internet. Queremos atraer consumidores al culto cada semana, y para lograrlo estamos dispuestos a cualquier cosa.
¿Qué hay de malo con la profesionalización y marketing del culto dominical? La Escritura no nos llama al consumo el culto, sino a congregarnos (Hebreos 10:25). Para congregarnos se hace necesario invertir en comunidad. La Escritura nos exhorta a no dejar de con-gregarnos algo más que asistir el domingo al culto. Congregarse implica vivir con y alegrarse en una vida en comun-unidad con otros creyentes. Una, dos, o tres horas de culto no necesariamente proveen comunidad. Hay actividades semanales que complementan el culto de igual manera como las reuniones de oración, estudios bíblicos, y actividades formativas de discipulado. Pero para algunas personas esas otras actividades formativas durante la semana no son tan “atractivas.”
¿Qué hay de malo con cantar y tener buena música? El alabar a Dios en comunidad genera un ambiente inigualable, y la buena música alegra el ambiente. Sin embargo, algunas iglesias han caído en invertir más en la profesionalización del espectáculo musical que en el empoderar a las personas a darle la gloria a Dios. Vivimos en la era del entretenimiento, y hemos caído presos del marketing. Así que le damos a la gente lo que quiere ver, cantar, y escuchar ,y comprometemos el propósito del culto. En mi profesión he visitado iglesias de todo tipo y tamaño en muchos países, y creo que dispongo de algún criterio para indicar que se lo que es visitar una iglesia aburrida en las que he experimentado profundamente el sentimiento bíblico del rasgarme las vestiduras pero por el aburrimiento. Sin embargo, el Espíritu esta presente y activo cuando de todo corazón llegamos a la iglesia a darle la gloria a Dios sin importar de la calidad de la música, ni la calidad de la predicación; pero para mi el Espíritu se siente más en iglesias hospitalarias donde lo hacen a uno sentir parte de su comunidad. Esto, pues, con-gregarse, tiene que ver con interactuar con creyentes para formar comun-unidad, no con experimentar el espectáculo. Por tanto, si deseamos invertir en congregarnos, según el concepto bíblico como el aspecto esencial de toda iglesia, debemos invertir en hospitalidad, recibir a los visitantes como invitados, y hacer sentir a las personas amadas, aceptadas, y bienvenidas sin importar su clase social, grupo cultural, genero, edad, o estado civil y migratorio. El evangelio es un mensaje encarnado que se vive, se comparte, y se experimenta en comunidad. El evangelio no se puede resumir a un espectáculo planeado por profesionales de la música y del púlpito para ser consumido en pocas horas a la semana. El evangelio se vive en una experiencia comunal, y no en una experiencia de consumo individualista.
¿Qué tal de aquellos que no pueden venir al culto? Para los que no quieren ni pueden asistir al espectáculo religioso dominical, ademas de hacerles sentir culpables por no llegar ni enviar sus ofrendas y diezmos, algunas iglesias ofrecen el mensaje en audio (CD, radio, podcast), o video, en vivo o diferido (TV, o internet). Algunos creen que esta es una manera de evangelismo, sin embargo, no se ha podido demostrar cuantos no creyentes escuchan sermones y terminan aceptando a Cristo (aunque han habido pocos casos).El hecho que alguien escuche el mensaje en otro país, y se sienta bendecido, de nada sirve si esta persona no esta con-gregandose, si nadie le brinda cuidado pastoral, y si nadie esta participando en el discipulado. Pero, el gasto de difusión se justifica como “al menos bendecimos a alguien” o “estaba en el hospital y le pudimos bendecir, valió la pena el gasto”. Así que invertimos en el espectáculo, invertimos en su difusión, muy por encima de lo que invertimos en el discipulado y en el brindar hospitalidad a los invitados o no creyentes, o visitas a aquellos en hospitales carceles, o campos de refugiados. Preferimos enviar la difusión del mensaje en vez de hacer presencia encarnada de ese mensaje.
¿Qué hay de malo con profesionalizar el culto? El culto se profesionaliza tanto que vale la pena difundirlo, ofreciéndolo a una audiencia más amplia. Difundir mensajes en audio (podcasts) y video por múltiples medios las iglesias están cayendo en la falsedad asumir que eso es evangelismo o alcanzar a los no alcanzados. La profesionalización del culto es un gasto grande, y se justifica más cuando se puede lanzar a su difusión masiva, como producto de consumo. El problema moral y teológico con estas actividades de la profesionalización del culto para el consumo es que des-encarna el mensaje y la congregación se aleja del promover el mensaje encarnado de Cristo. ¿Por qué no difundir sesiones de discipulado o cultos de oración? Estas son actividades que demuestran como el con-gregarse produce crecimiento espiritual en los participantes. Esto no se difunde porque para el consumo, eso es aburrido.
Sobre el autor:
El Dr. Osías Segura es un misionólogo costarricense. Osías, después de cinco años de enseñanza en el Seminario ESEPA en Costa Rica, se trasladó a California donde fue profesor del Seminario Teológico Fuller. En la actualidad está radicado en Nicaragua como misionero de la General Board of Global Ministries.
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