La gracia de Dios y la generosidad humana – 2 Corintios 8 y 9


Por René Padilla, Ecuador y Argentina

Imagen: leyenda
El apóstol Pablo escribe esta carta a una iglesia profundamente afectada por la división. En su primera carta dirigida a la iglesia en Corinto pone énfasis en la división causada por rivalidades respecto a líderes, división de la cual ha recibido noticias de “algunos de la familia de Cloé”: Pablo, Apolos Cefas, Cristo (1:11-12). Sin embargo, también hay división por diferencias económicas entre creyentes ricos y creyentes pobres (ver 11:17-22). Evidentemente, en esa iglesia hay un grupo que se beneficia de la riqueza material de la ciudad, un puerto próspero. Uno de los propósitos de la segunda carta a esa iglesia es animarla (especialmente al sector más pudiente) a contribuir a la colecta que él está levantando en las iglesias del mundo gentil para los creyentes pobres en Jerusalén, colecta a la cual hace referencia en Romanos 15:26. Para esto usa una serie de argumentos, varios de los cuales son básicos para lo que podría denominarse una teología de la generosidad, cuya clave es la gracia (caris, 8:1, 4, 6, 7, 9, 16, 19; 9:8, 14, 15), es decir, el amor inmerecido. Los argumentos son los siguientes:

1. La doble motivación para la práctica de la generosidad: (a) El ejemplo de creyentes generosos de las iglesias de Macedonia, movidos por “la gracia de dar” (8:1-7). (b) El amor inmerecido del Señor Jesucristo manifestado en su entrega por nosotros (8:8-9).

2. La proporcionalidad entre lo que se tiene y lo que se da (8:10-12). Los creyentes son llamados a dar “según sus posibilidades” y “lo que da es bien recibido según lo que tiene, y no según lo que no tiene” (8:12). En síntesis, el monto de la dádiva es secundario: lo que realmente importa es dar generosamente.

3. El propósito: es “cuestión de igualdad” (8:13-15), es decir, cuestión de justicia, que no es más que el reconocimiento de los derechos que todos los seres humanos, incluyendo a los pobres, tienen de cubrir sus necesidades básicas. Para que esto suceda en el caso de los pobres es necesario que los que más tienen hagan justicia mediante una mayordomía realmente responsable y generosa de sus bienes materiales. Como enseña claramente el Antiguo Testamento (ver Ex 16:18; Lev 25) y Jesús ejemplifica en su propio ministerio, no hay lugar para la acumulación y la abundancia de bienes por parte de una pequeña minoría motivada por la avaricia y al precio de la escasez que sufre la mayoría. El apóstol Pablo ratifica la misma enseñanza en 1 Timoteo 6:17-19.

4. La transparencia (8:10-24), es decir, la voluntad de permitir que otros comprueben que quienes han recibido las donaciones para los necesitados las han administrado honradamente para cumplir el propósito propuesto y no para su propio beneficio. El testimonio del apóstol en este sentido es ejemplar: “procuramos hacer lo correcto, no sólo delante del Señor sino también delante de los demás” (8:21). Para esto Pablo cuenta con la colaboración de Tito, su “compañero y colaborador” y “otros hermanos . . . enviados de las iglesias [quienes para Pablo] son una honra para Cristo” (8:22-24).

5. La generosidad contagiosa (9:1-5). La “ayuda para los santos”, según el apóstol Pablo, demuestra “la buena disposición” de los donantes corintios y el testimonio que él ha dado orgullosamente al respecto “ha servido de estímulo a la mayoría” de los creyentes en Acaya. A la vez, le ha dado buena base para esperar que la ofrenda que den los corintios a la llegada de los colectores “estará lista como una ofrenda generosa, y no como una tacañería” (9:5).

6. La proporcionalidad entre lo que se da y lo que resulta de esa donación (9:6-9). Como en el campo agrícola, cuanto más se siembra más se cosecha, también en el campo de ayuda a los pobres cuanto más generosa es la dádiva mayor es el resultado en términos de justicia. El apóstol aquí cita el Salmo 112:9, que refiriéndose a quien es justo afirma que “reparte sus bienes entre los pobres; su justicia permanece para siempre; su poder será gloriosamente exaltado”. O sea que la generosidad no sólo beneficia con justicia a quienes reciben, sino también a quienes dan.

7. Los resultados de la dádiva generosa son: (a) La justicia, es decir, el reconocimiento concreto de los derechos que tienen los necesitados, y el agradecimiento por parte de éstos a Dios (9:10-11). (b) La oración de los beneficiados a favor de los donantes por su amor inmerecido y el don indescriptible que representa su Hijo Jesucristo (9:12-15).

Conclusión

En el mundo actual, dominado por Mamón (el dios dinero), somos incentivados a vivir en función de la avaricia. Como consecuencia, se ha institucionalizado la injusticia a tal punto que, según un informe publicado el año pasado por Oxfam, 42 multibillonarios cuentan con la riqueza que poseen 3.7 billones de personas —¡prácticamente la mitad de la población mundial!— que viven sumidas en la pobreza. Con muy justa razón, la prestigiosa organización inglesa que se ocupa de fomentar la práctica de la justicia a nivel mundial califica esta situación como totalmente “inaceptable e insostenible”.

El Panorama Social de América Latina emitido el año pasado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) muestra que “la desigualdad es uno de los rasgos sobresalientes de las sociedades latinoamericanas y su superación es un desafío clave para el desarrollo sostenible. . . . Los índices de desigualdad de ingresos de los países de la región se encuentran entre los más altos del mundo, incluso cuando las cifras se corrigen por las diferencias entre las mediciones basadas en el ingreso y el consumo” ((CEPAL, 2017). Según el mismo informe, una de las expresiones más evidentes de la desigualdad de ingresos es la elevada y creciente distancia entre las personas que se encuentran en los extremos de la distribución. De acuerdo con la información más reciente basada en encuestas de hogares (que en la mayoría de los países analizados corresponde a 2016), el ingreso captado por el sector más rico representa alrededor del 45% del ingreso de los hogares, mientras que el ingreso promedio del sector más pobre es de apenas un 6% de los ingresos totales. A esto se añade que el ingreso del 10% más rico de la población equivale aproximadamente al ingreso de un 60% del total de la población. Los valores de los indicadores de desigualdad presentados en esta edición del informe corresponden a una serie actualizada y difieren de los presentados en ediciones anteriores de esta publicación. “La información utilizada para medir la desigualdad distributiva proviene de las encuestas de hogares utilizadas en los países de la región para medir el ingreso, que pueden ser encuestas de empleo, de propósitos múltiples y de ingresos y gastos”.

¿Cómo reaccionamos los cristianos frente a este nefasto problema? ¿Nos conformamos con buscar maneras de paliar el hambre de unas cuantas víctimas que nos rodean y correr así el riesgo de acallar nuestra conciencia practicando el asistencialismo? Admito que eso es mejor que nada, pero temo que tomar esa vía puede a la larga convertirse en un obstáculo para avanzar hacia un compromiso más radical, más eficaz para lograr algunos de los cambios que la situación de injusticia institucionalizada que nos rodea exige.

No pretendo desarrollar aquí un plan de acción contra la desigualdad reinante, pero me atrevo a sugerir que el primer paso que tenemos que dar como cristianos comprometidos con Dios, que es justo, ama la justicia y exige justicia, es hacer todo lo que esté a nuestro alcance para familiarizarnos personalmente con el sufrimiento de los pobres a tal punto que nos sintamos realmente conmovidos e incluso indignados por su situación. Para eso no basta leer o escuchar sobre el tema: es indispensable entrar en contacto directo con personas de carne y hueso que se sienten atrapadas por la pobreza, cuya situación de opresión suscite en nosotros una reacción emotiva a favor de ellas y contra sus opresores. Eso puede conducirnos a una toma de conciencia de la nefasta desigualdad socioeconómica que nos rodea, y probablemente esto incremente en nosotros el hambre y sed de justicia y nos sintamos impulsados a dar pasos concretos en la búsqueda de lo que el Señor espera de cada uno de nosotros, según Miqueas 6:8: la práctica de la justicia, el amor a la misericordia y la humildad ante tu Dios.

Sobre el autor:

C. René Padilla es ecuatoriano, doctorado (PhD) en Nuevo Testamento por la Universidad de Manchester, fue Secretario General para América Latina de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos y, posteriormente, de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). Ha dado conferencias y enseñado en seminarios y universidades en diferentes países de América Latina y alrededor del mundo. Actualmente es Presidente Honorario de la Fundación Kairós, en Buenos Aires, y coordinador de Ediciones Kairós.



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