Nadie lo habla. Nadie ha sabido de ningún caso en sus congregaciones. Si juego un poco con algunas estadísticas, en el Perú hay la misma cantidad de homosexuales y de evangélicos, y son subconjuntos con escasa intersección. Por supuesto, si la opinión generalizada de las autoridades eclesiales apunta a condenar la práctica, a arrinconar al homosexual al celibato obligado, a colocarle más candados a su closet, es evidente el por qué son pocos los homosexuales evangélicos. No parece ser una alternativa razonable de un espacio de desarrollo de su espiritualidad.
Yo anduve muchos años en una congregación de corte conservador, de mediano tamaño. Nunca supe de alguien que tuviera inclinaciones homosexuales. Es curioso, porque sin importar que la iglesia considerase como un pecado a la homosexualidad, a la manera del alcoholismo o la drogadicción, sí conocí a través de los años a algunos alcohólicos o drogadictos en recuperación. Por ahí se sabía de alguien que peleaba con la ludopatía u otro que sufría de algún otro problema importante, pero de homosexualidad, nada. O no había ninguno, o simplemente los pastores no querían que la congregación sepa o la presión era tan fuerte que los homosexuales cristianos ni siquiera se atrevían a hablar del asunto. Con los años me di cuenta que la respuesta iba por el segundo lado o tercer lado.
La iglesia es ser inmadura y no puede aceptar a homosexuales “convertidos”, podían decir algunos, pero la propia teología armada de unos cuantos versículos bíblicos, algunos muy antiguos y de etapas que rayan con la mitología, es endeble y sumamente ofensiva; por eso algunos, toman de manera cuidadosa los textos para su interpretación, y encuentran otros significados, incluso distintos a los de los teólogos homosexuales. Otros cristianos refuerzan su postura en lo que escribió el apóstol Pablo y desde allí tienen argumentos para rechazar a los homosexuales de manera radical. Concluyen que son depravados y llenos de pecado. Por ello el afán por curarlos y los risibles métodos que a veces se utilizan en ciertos entornos. Hay testimonios que en internet se pueden leer con facilidad, pero siempre dan la impresión de que son excepciones y no reglas. Es curioso, pero normalmente los que conocen de manera cercana a un homosexual son menos radicales en sus conclusiones que aquellos cristianos que nunca han tratado cercanamente a uno.
Esa actitud ofensiva siempre me pareció extraña. La agresividad no es una virtud cristiana, pero en realidad así es como se han dado las cosas. Con cierta base bíblica y una particular interpretación han apartado con saña a personas que igual son creación e imagen de Dios, marginándolas a la miseria espiritual. Algunos de ellos tienen deseos serios de conocer a Dios, pero hay pocas oportunidades de hacer comunidad con la iglesia de Cristo si las puertas se cierran en sus narices.
¿Qué aproximación bíblica es la correcta? Si somos sinceros y honestos, debemos decir que no hay respuesta sencilla. En una página no pretendo dar una solución. No se puede. Ante esta complejidad, queda siempre privilegiar los dichos de Cristo para podremos encontrar luces, a manera de clave hermenéutica. Y lo que se nos enseña, con insistencia, con prioridad en los evangelios, es la ley del prójimo. La parábola del buen samaritano es tan gráfica que no queda dudas de quién es el prójimo, y con eso en mente, deberemos reconocer la posición de un homosexual. Por lo tanto, antes de acercarnos a la casuística desde el punto de vista teológico-condenatorio, hay un punto de partida que Jesucristo nos enseñó: debemos aproximarnos pensando que ellos son nuestro prójimo. Con eso en mente podemos teologizar e, inclusive, hacer la pastoral. Inclusive si nuestra conclusión es condenatoria desde el lado de la práctica, la misericordia vencerá al espíritu de las cruzadas que a veces nos invade.
Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la UNI y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica.
Es editor de la Revista Integralidad del CEMAA.
Es editor de la Revista Integralidad del CEMAA.
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