Martin Luther King y la desobediencia civil como medio de acción política

Por Víctor Rey, Chile y Ecuador 

En el cincuentenario de su asesinato
Monumento a Martin Luther King en Whashington (Imagen; Pixabay)
Para los cristianos que tienen una vocación por la participación social y política, la vida del pastor bautista Martín Luther King es el mejor ejemplo de participación. Y no solo en esa esa dimensión tan importante de la sociedad, sino en todas las áreas de la vida.  Tuve el privilegio de conocer a su hija menor, Berenice King en el Congreso Mundial de la Alianza Bautista, que se realizó en Buenos Aires, Argentina el año 1995. Ella tenía cinco años cuando su padre fue asesinado.  Me contó algo más de la vida  de su padre y de su compromiso con la vida y el amor al prójimo.

Lo que más me impresiona de este profeta contemporáneo,  fue su actitud en relación a la desobediencia civil.  Esta característica es su ejecución de forma consciente, pública pacífica y no violenta, manteniendo una actitud de protesta contra la autoridad con el fin de rectificar los errores que ésta haya cometido, a juicio de quienes protestan.

El ensayista norteamericano Henry David Thoreau, quien influyó en Martin Luther King, León, Tolstoy, Ghandi describió estos principios en su obra Desobediencia Civil (1849).   Thoreau era considerado como una persona excéntrica, de ácidas reflexiones e ingenio inagotable: elaboró su reflexión a partir de su rechazo a pagar un impuesto del gobierno de la época destinado a financiar la guerra de Texas contra México.  Decisión por la cual fue encarcelado y de donde sólo salió cuando sus amigos pagaron la fianza en el verano de 1846.  Las ideas e intenciones de Thoreau iban más allá del egoísmo individualista (es decir, no era sólo por no querer pagar ese impuesto), sino que cuestionaba la conformidad del gobierno para cobrar impuestos que financiaban una guerra que él consideraba injusta, máxime cuando ese mismo gobierno avalaba la esclavitud.

Thoreau creó un cierto tipo de resistencia no violenta pero contumaz, ni mucho menos pasiva, que tenía mucho de renuncia. Suya es la afirmación de que “Bajo un gobierno que encarcela a alguien injustamente, el lugar que debe ocupar el justo es también la prisión” (Thoreau, 1849). En fin, Thoreau es considerado hoy como uno de los padres de la desobediencia civil. Sin embargo, no es precisamente innovador cuando reconoce que el gobierno puede estar equivocado y que es legítimo por parte del pueblo rebelarse: El gobierno por sí mismo, que no es más que el medio elegido por el pueblo para ejecutar su voluntad, es igualmente susceptible de originar abusos y perjuicios antes de que el pueblo pueda intervenir.

El término de desobediencia civil fue popularizado por el famoso ensayo de Thoreau; sin embargo, el concepto es el resultado de diferentes interpretaciones en la historia del pensamiento y de la acción del hombre. Durante el marco histórico de la humanidad se presentan tres desobedientes ilustres. Estos son Henry David Thoreau en Estados Unidos; Mahatma Gandhi en India y Nelson Mandela en Sudáfrica. Los tres tenían en común el fin de articular sus discursos y asumirlos como ejemplos de participación política y como movimientos de cambio social, tanto en sociedades no demócratas e incluso demócratas, como en sociedades democráticas mas no consideradas legítimas.

Mahatma Gandhi usó esta estrategia en la India siendo ésta todavía una colonia del Imperio Británico, con el objetivo de lograr la independencia de forma no violenta. Gandhi llamó a boicotear al gobierno colonial inglés, mediante huelgas, movilizaciones y violando la autoridad impuesta, con el objetivo de mostrar que de manera pacífica obtendrían mejores resultados que con la violencia, en donde la superioridad de los ingleses aplastaba cualquier lucha armada. Gandhi se destaca en la historia de las campañas masivas. El primer movimiento de masas auténtico de la desobediencia civil, dirigido por Gandhi, fue la marcha al Transvaal en noviembre del 1913, para protestar contra leyes discriminatorias. Algunas de estas leyes eran, por ejemplo, el impuesto anual a todos los indios que permanecían en Sudáfrica después de finalizado el contrato de trabajo que les había llevado allí, así como la ley que invalidaba todos los matrimonios no cristianos.

Otro antecedente significativo lo ofrece el movimiento sufragista. En 1913 más de mil mujeres habían pasado por las cárceles inglesas acusadas de cometer actos ilegales, públicos y no violentos en el marco de la lucha por el sufragio femenino. Cientos de ellas realizaron huelgas de hambre. El Gobierno británico respondió con la alimentación forzosa, y con leyes que permitían el cumplimiento escalonado de las penas.

“El objetivo es crear una situación de crisis generalizada que abra inevitablemente la puerta a las negociaciones”.  Así pudo resumir Martin Luther King su testamento de acción sociopolítica: encarar pacíficamente un contexto en el cual, a pesar delos elementos en contra, la movilización pueda desestabilizar el panorama hasta llegar al punto de ebullición, pero sin permitirle estallar gracias al liderazgo y a las convicciones compartidas.  Esta era una de las diferencias principales entre la no-violencia abogada por King y la violencia proactiva de su contemporáneo Malcolm X.  mientras que el último no dudaba en acudir a la defensa propia para lograr sus cometidos, King, pastor bautista y fundador de la Southern Christian Leadership Conference, llevó los principios de Gandhi de no-cooperación hasta cada rincón del sur estadounidense.  Las batallas de King comenzaron contra la segregación racial en autobuses, escuelas e instituciones públicas.  Cuando Rosa Parks se negó a cederle su puesto a un blanco, como indicaba la ley, en diciembre de 1955, King organizó un boicot al sistema de autobuses de la ciudad de Montgomery que duró más de un año y que terminó en el veredicto de la Corte Suprema de eliminar la separación racial en los buses públicos.

Fue el primer éxito notable de King, quien continuó ejerciendo estrategias no violentas en Albany, Birmingham, Chicago y Washington.  Su modus operandi consistía en organizar a los afroamericanos en forma regional en huelgas o paros civiles que presionaran a las autoridades locales que debían responder a las solicitudes hechas por King y la comunidad negra.  Fue el primer éxito notable de King, quien continuó ejerciendo estrategias no-violentas en Albany, Birmingham, Chicago y Washington.

El éxito de esta estrategia fue diverso: mientras que el paro comercial y los arrestos masivos en Birmingham llamaron la atención del presidente Kennedy y eliminaron toda prohibición segregacionista en el pueblo, sus esfuerzos tras un año de movilización civil en Albany fueron un fracaso.  Sin embargo, la reputación de King subió considerablemente y fue establecido como el rostro del movimiento por los derechos civiles.

Múltiples grupos radicales como el Ku Klu Klan atentaron contra la vida de martin Luther King y de los manifestantes en muchas manifestaciones a favor de los Derchos Civiles, lo cual elevó a nivel nacional el perfil de King y su apuesta pacífica.  La cúspide mediática vendría el 28 de agosto de 1963, con la marcha hacia Washington que reunió a más de 250.000 personas frente al Capitolio, donde King emitió su más recordado discurso.  “I have a Dream”.  El año siguiente el movimiento recolectó recompensas aún mayores, con la firma del Acta de los Derechos Civiles por el presidente Johnson y la entrega del Premio Nobel de la Paz a Martin Luther King.

En el agitado clima de los años sesenta, Martin Luther King continuó luchando por una vida más justa y fraternal para los afroamericanos y los desvalidos en general, ampliando su discurso a los pobres de América y combatiendo a la impopular guerra de Vietnam.  En una década plagada de mártires estadounidenses, el asesinato de King a manos de James Earl Ray, un segregacionista blanco, clausuró una etapa – probablemente la más importante – en la histórica campaña afroamericana por la libertad y la calidad de vida.

La desobediencia civil sigue siendo la clave de la acción política de los cristianos que quieren involucrarse en esta área de la misión y para las iglesias que quieren asumir su rol profético en la sociedad.  Algo anda mal cuando los gobiernos de turno aplauden y se sienten complacidos con las iglesias. En este tiempo de acomodos políticos y búsqueda de privilegios de líderes cristianos el ejemplo de Martín Luther King está más vigente que nunca.

Sobre el autor
 Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Coordinador de Relaciones Inter institucionales de la Fundación Nueva Vida en Quito. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.



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