En estas líneas queremos esbozar la relación o el diálogo que se puede
establecer entre la política, su concepto, su praxis y la fe cristiana. Los
parámetros que tendremos en consideración al momento de realizar nuestro
desarrollo se concentran en los siguientes puntos:
1. El sentido histórico de la actividad política desde la Encarnación.
2. La propuesta profética del anuncio de las buenas noticia y de la denuncia de las estructuras que van en contra de la libertad y de la igualdad.
3. La actitud escatológica desde la praxis histórica y política que se realiza desde el Reino en la dialéctica del ‘ya’ y del ‘todavía no’.
Por medio de estos puntos, queremos leer la política a la luz de los
principales presupuestos teológicos de la fe cristiana, y levantar categorías o
conceptos que nos ayuden a comprender la realidad de la cual somos testigos y
protagonistas.
1. El sentido histórico de la actividad
política desde la Encarnación
Sin duda el misterio de la Encarnación del Verbo, constituye una de las
grandes novedades del cristianismo respecto a otras religiones. Ahora ya no es
el hombre el que se acerca a Dios, sino que es Dios mismo quien asume la
condición terrena para poder entrar en un diálogo fructífero con el género
humano. Jesucristo es llamado por los Sinópticos el “Emmanuel”, el Dios-con-nosotros,
con lo cual se hace énfasis en esta relación. Jesucristo, es la palabra que
Dios tenía que decir al mundo al final de los tiempos (ver Hb 1).
Jesucristo al pasar a formar parte de la historia, viene a dar sentido a
la vocación terrena del hombre. No por nada el Vaticano II sostiene que a la
luz del Verbo Encarnado se comprende el misterio del mismo hombre (Cf. GS 22)
Con esto se sostiene que, el misterio de la encarnación es la “estructura
fundamental y principio operativo de la existencia cristiana, es el sí de Dios
a la historia humana” (Bucciarelli, 1974, p. 114). Dios en Jesucristo recorre
nuestros caminos, conoce nuestras esperanzas, temores, nuestro ser partícipes
de una determinada sociedad. Por la
Encarnación, todo lo que es histórico fue iluminado de una u otra forma por
Jesucristo, todo puede adquirir un valor cristiano. La misma comunidad creyente,
comprende que desde el encuentro con Jesucristo no puede sino afirmarse como
mundana, “en el sentido de que no excluye de su interés apostólico ninguna de
las cosas del mundo” (Mullor, 1968, p. 10). Esto lo afirma el Vaticano II
cuando sostiene que “todo lo que constituye el orden temporal, a saber (…) las
instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras
cosas semejantes…” (Apostolicam actuositatem, 7), ya adquieren un valor
distinto por el hecho de estar constituidas dentro del plan creacional de Dios
en Jesucristo.
Teniendo este presupuesto, podemos llegar a comprender la actividad
política a la luz de la Encarnación. Hemos dicho anteriormente que el misterio
del Verbo encarnado ilumina y le da un nuevo sentido a la historia y a las
relaciones que dentro de ella se establecen. La política al ser parte de la
realidad histórica y al comportar necesariamente las relaciones entre los
hombres, también resulta afectada por la luz del Verbo. Lo que la Encarnación
viene a suprimir es la abstracción religiosa o antropológica, ya que ahora ya
no es una mera teoría o conjunto de doctrinas, sino que todo se fundamenta en
el encuentro que Dios en Jesucristo tiene con el hombre.
La política se asume como socialización, como promoción del bien común
desde el respeto, la igualdad, la solidaridad. Lo que el cristiano, el
creyente, debe realizar siempre a la luz de la Encarnación, es “tener
conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad
política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido
de responsabilidad y de servicio al bien común” (GS 75) Jesús asumió la
vocación de estar encarnado en los problemas de su tiempo. El creyente que está
‘cristificado’ en virtud del bautismo, deberá promover y ejercer esta misma
vocación profética, pero esto lo veremos en el punto siguiente.
2. La propuesta profética del anuncio de
las buenas noticia y de la denuncia de las estructuras que van en contra de la
libertad y de la igualdad
Queremos rescatar el aspecto profético, ya que este presenta esa doble
relación existente entre el anuncio de buenas nuevas y por otro lado, las
denuncias de aquellas estructuras que van coartando las libertades de los
hombres. El sentido profético se comprende como “aceptar la historia como un
lugar en que Dios se manifiesta” (Bucciarelli, 1974, p. 177). Es interesante
comprender que el profeta bíblico no se presenta como el adivino que proyecta
sus predicciones hacia futuros desconocidos, sino que es un hombre o una mujer
que tiene un claro sentido social, encarnado en la historia de su pueblo, y que
puede leer los acontecimientos temporales y discernirlos a la luz de la fe y de
la Palabra revelada en la historia.
Es interesante ver algunas de las actitudes fundamentales del profeta o
del discípulo. Lo importante que se debe considerar en la apertura de la fe a
la revelación divina, es una capacidad concreta y una actitud de escucha y de
lectura de la presencia de Dios mediante los signos de los tiempos. Veamos el
texto de Isaías: “mañana tras mañana despierta (el Señor) mi oído para escuchar
como los discípulos” (Is 50,4) La actitud del discípulo era la de sentarse a
los pies de su maestro para aprender de él. El ‘oído despierto’, denota un
claro sentido de fidelidad, es poner nuestra atención en la revelación. También
Isaías habla de que el profeta o el discípulo debe ‘confortar con la palabra’,
esto es, anunciar las buenas nuevas de Dios y denunciar aquello que va dañando
los derechos de la persona. San Pablo retomará esta misma reflexión cuando
escribe “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó,
lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Cor 2,9) Lo anterior se presenta
como una invitación a vivir la sabiduría que Dios otorga a quienes están
dispuestos a escuchar su voz en los signos de los tiempos, en la historia, en
la política, en la pedagogía, en fin, en la historia comprendida como lugar de
encuentro con Dios.
Vemos también como los profetas utilizan categorías sociales, políticas,
culturales, económicas o religiosas para expresar la voluntad de Dios, el cual
se posiciona en la línea de los excluidos de los sistemas. Desde esta opción,
el profeta anuncia la voluntad de Dios que fundamentalmente es el respeto por
la dignidad, esto contenido en el anuncio de “la liberación política del
hombre, la liberación humana a lo largo del curso de la historia, la liberación
del pecado y la entrada en comunión con Dios” (Bucciarelli, 1974, p. 178).
Junto a esta proclamación de buenas noticias, el profeta denuncia aquello que
va en contra de lo que anteriormente hemos expuesto, de aquello que coarta las
libertades.
El mismo Jesús retomará la línea profética veterotestamentaria, desde el
anuncio de un tiempo favorable y de un Evangelio, dirigido especialmente a los
marginados del sistema judío. Queremos citar el texto con el que se da inicio
al ministerio de Jesús en Galilea, en cuyos versículos se presenta la imagen
del enviado de Yahvé: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a
los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y
proclamar un año de gracia del Señor. (…) Esta Escritura, que acabáis de oír,
se ha cumplido hoy” (Lc 4, 16-19.21) Consideramos que este texto refleja el
‘programa político’ de Jesús, político en el sentido de entablar relaciones
humanas desde los procesos de liberación de estos ‘sujetos escatológicos’. Lo
que Jesús declara está “realizándose en hechos históricos liberadores”, ya que
“anuncia su cumplimiento pleno y lo impulsa efectivamente a la comunión total”
(Bucciarelli, 1974, p. 178).
3. La actitud escatológica desde la praxis
histórica y política que se realiza en el ‘ya’ de la historia pero que tendrá
su consumación en el ‘todavía no’
Decíamos anteriormente que Jesús anuncia las buenas nuevas a los
marginados y excluidos de Israel por causas de enfermedades o por ser
pecadores. Estos grupos se vienen a constituir como ‘sujetos escatológicos’,
entendidos como aquellos primeros destinatarios de la acción de Dios que
acontece en los últimos tiempos. Ahora bien, ¿de qué manera vamos a entender la
escatología? La escatología nos habla de la esperanza que se aloja en el tiempo
presente pero que se va proyectando a lo que será el futuro. Es un llamado a la
espera, pero también a no dejar de lado el devenir histórico. La escatología
debe provocar una praxis histórica que dé testimonio de la esperanza del Reino.
El creyente debe establecer un juicio crítico sobre la existencia y, en
palabras del Concilio Vaticano II, auscultar los signos de los tiempos.
La escatología cristiana nos aporta una visión nueva sobre la realidad,
en donde el esperante cristiano está proyectado en dirección del futuro
esperado, pero con la exigencia de permanecer en constante vigilancia de las
realidades presentes, en las cuales y a pesar de la presencia del Reino,
evidenciamos señales de muerte y opresión, especialmente con los sectores más
excluidos. Lo que aquí se promueve es una praxis escatológica basada en la
justicia y la libertad, ambas implicadas en la promesa de la resurrección.
Uno de los aspectos que nos servirán para hacer el nexo entre
escatología y política o compromiso social, está contenido en la visión
histórica que la primera posee. La escatología es “una
protesta contra el mal, contra la injusticia social reinante. Por otro lado,
esta teología también expresa la esperanza en la nueva creación donde la
plenitud de la vida humana será la concreción histórica de la eterna voluntad
de Dios” (Ocaña, 2008, p. 12) Desde esta perspectiva se desarrolla toda la
acción de Jesús, ya que su anuncio se realiza en esta clave teológica e
histórica. Quizás uno de los textos más ejemplificadores es el discurso
escatológico de Mateo 25, en el cual el Hijo del hombre anuncia que las
acciones realizadas para con los más ‘pequeños’, fue al mismo personaje divino
al que se le realizó. Con esto se produce un llamado a la acción histórica
impulsada por la justicia.
Concluiremos el apartado de
escatología y política con el nexo que nos presenta el Vaticano II. El Concilio
provocó una revalorización de la historia como lugar teológico en la cual los
hombres son interpelados a escuchar la voz de Dios que resuena en el tiempo. A
partir de esto, se establecen también diferentes lineamientos desde los cuales
se invita a la comunidad a actuar desde los desafíos que comporta el mensaje de
Jesús. Es así como “surge una pregunta decisiva también para la escatología, a
saber, la de una concepción cristiana del quehacer político” (Noemí, 1988, p.
59). Por ello, las iglesias deben ser conscientes de la necesidad de un
discernimiento teológico en clave política, económica, pedagógica, cultural,
estructuras temporales encarnadas en la historia, y visualizar en ellas los
signos de la presencia de Dios, de manera de que viendo nuestra realidad seamos
capaces de juzgarla desde los principios del Evangelio y del Reino y actuar
favorablemente ayudando a concretar el gran kairós que representa la liberación
y la dignificación de los sujetos sociales que se apropian del Evangelio y
realizan la subversión de la historia que se concretará en la escatología, en
el todavía no de nuestro peregrinar transitorio por las sendas del mundo y la
cultura.
Referencias:
- Bucciarelli, C. (1974). Realidad juvenil y catequesis. Central Catequística Salesiana: Madrid.
- Mullor, J. (1986). La nueva cristiandad, apuntes para una teología de nuestro tiempo. BAC: Madrid.
- Noemí, J. (1988). Sobre el enfoque escatológico del Concilio Vaticano II y su vigencia en la teología católica. Teología y Vida, XXIX, 49-59.
- Ocaña, M. (2008). Lectura teológica-apocalíptica del tiempo latinoamericano. Signos de vida, 48, 11-14.
Sobre el autor:
Juan Pablo Espinosa Arce es un joven laico chileno.
Estudiante de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule, Chile.
Juan Pablo Espinosa Arce es un joven laico chileno.
Estudiante de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule, Chile.
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