El Dios creador (Génesis 1: 1-5)

Por Alfredo Tepox, México
Torres del Paine, Chile (Inagen; Pixabay)
Este texto es un hermoso preludio al más bello himno a la creación de Dios. Dividido en seis estrofas, este himno va exaltando en cada una de ellas el poder creador del Dios todopoderoso, del Señor del universo, que con su sola palabra ha creado todo lo que existe. “Quiero que haya luz”, dijo, en medio del caos que reinaba en el principio, “¡y al instante hubo luz!” (1.3, TLA) ¡Tan grande es su poder!

La belleza de este himno se pierde, sin embargo, si no se advierte en sus palabras la intención expresa de alabar al Dios creador. Lectores hay que convierten este himno en un tratado de astronomía. Hay otros que ven en él una crónica de los orígenes del universo. Y no faltan quienes, al leer que se mencionan la llegada de la noche y el despertar de un nuevo día, calculan los instantes creativos ¡en días de veinticuatro horas!

Más grave aún es radicalizar las distintas percepciones de este himno, y llevarlas al extremo de oponerlas. Este himno de ninguna manera niega que Dios lo haya creado todo de la nada. Al contrario, desde el principio mismo el autor sagrado afirma que Dios dijo, y fue hecho (Salmo 33.9; ver Salmo 104). Así de sencillo.

No es sólo aquí donde la Biblia prorrumpe en alabanzas al Dios que, con el solo poder de Su palabra, ha creado todo cuanto existe. El profeta Isaías nos invita a levantar los ojos y ver la maravillosa creación de Dios (Is 40.26). Y cuando nuestra ceguera nos impide constatar tan contundente verdad, Dios mismo nos invita, como alguna vez invitó a Job, a considerar con detenimiento todo cuanto él ha hecho (Job, caps 38—41).

Todos los pueblos han presentido la realidad del Dios creador, aunque ninguno con tanta belleza y precisión como lo hace el pueblo hebreo en el libro del Génesis. Algunos, como los antiguos griegos, no queriendo parecer insensibles ante la perfección de todo lo creado, optaron por construir un altar “al Dios desconocido” (Hechos 17.23). Pero el apóstol Pablo les hizo ver que precisamente era ese Dios, desconocido para ellos, el Dios que él les anunciaba. Y añadió: “Es el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él; es el dueño del cielo y de la tierra, y no vive en templos hechos por seres humanos” (Hechos 17.24).

Salgamos esta mañana y contemplemos una flor. Levantemos nuestros ojos esta noche y contemplemos las estrellas. Prorrumpamos luego en alabanzas al Dios del universo, y démosle gracias por haber también hecho la luz en nuestra mente al permitirnos entender el evangelio de nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 4.6).
 
Sobre el autor:
Alfredo Tepox Varela es mexicano. Antropólogo, lingüista, sociólogo y teólogo es un apasionado de los pueblos latinoamericanos; muestra de ello es el hecho que por muchos años ha estado tras la búsqueda continua de las raíces de los idiomas indígenas.  El Dr. Tepox es consultor y traductor de Sociedades Bíblicas Unidas y ha sido parte de las traducciones bíblicas Dios Habla Hoy, la reciente Reina Valera Contemporánea, entre otras.


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