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Jesús
el caminante y maestro se encuentra con muchas personas en múltiples
necesidades en su camino a Jerusalén. En Marcos 10:17-31, Jesús se encuentra
con un joven rico. Para este joven no había nada de malo en ser rico y ser una
persona justa ante los ojos de Dios. ¿Cómo podemos entender a este joven, para
ayudarnos a entendernos a nosotros mismos a no caer en la trampa de convertir
el uso de los bienes materiales en idolatría?
Bueno,
un factor que afectaba a la economía del mundo antiguo era la del honor‑vergüenza.
Este era un valor más romano que bíblico, pero por supuesto afectaba a todas
las clases sociales judías. Por un lado, a la pobreza no se la veía como una
desgracia, sino como algo vergonzoso, una maldición de Dios. Por otro lado, a
la riqueza se la consideraba como algo honorable, y a los ricos como personas
bendecidas por Dios. Por tanto, para el joven rico no había nada de malo con
ser rico y ser justo. Sin embargo, esta concepción del ser rico que apunte a
ser directamente bendecido por Dios, es falsa! ¿Por qué? Esto contradecía las
Escrituras en cuanto a creer que los ricos eran ricos por bendición divina.
Cualquiera podía enriquecerse y prosperar por su propia maldad como lo muestra
el Salmo 73.
La
prosperidad financiera no esta directamente ligada a la bendición de Dios. Permítanme
aclarar. Desde las Escrituras podemos extraer que el poseer propiedades no es
en sí algo malo. El problema yace en el peligro que nos lleva al materialismo
(Deuteronomio 8:17, 18; Salmo 52:7; Mateo 6:24; Lucas 6:24, 25, 12:16‑21;
1 Timoteo 6:9, 10; Apocalipsis 3:17) como idolatría. ¿Cómo saber la
diferencia? La mayordomía bíblica en
cuanto a las posesiones materiales está basada en el principio de que el dueño
último de toda propiedad y bienes es Dios, y las riquezas son un don divino en
vez de un esfuerzo humano. Por tanto, toda propiedad es en sí sagrada pues nos
ha sido confiada por Dios para bendecir a futuras generaciones; y el beneficio
de toda propiedad no debe ser solamente para el mayordomo que temporalmente la
dispone, sino también para ser compartida adecuadamente con otros,
principalmente para proveer y proteger a los más explotados en nuestra
sociedad.
En
el Antiguo Testamento encontramos que durante y después de la monarquía (el
exilio) las desigualdades sociales y explotación social se agudizan. Por
ejemplo, aquellos esfuerzos divinos por evitar la acumulación de riqueza en
pocas manos (e. g., como el año sabático,
y el jubileo) no fructifican por la desobediencia humana. Esto sucede por medio
del surgimiento de nuevas clases sociales como la monárquica, y una nueva clase
comercial. Ambas desarrollan estilos de vida de lujos y riquezas, sin mostrar
interés alguno por las miserias de los pobres. Por tanto, el pacto de paz y
prosperidad por obediencia a Dios de vez en cuando se detecta con algunos
buenos reyes (2 Reyes 18‑20, 22, 23), pero en general la
desobediencia prevalece, y con ella la miseria. Es en este contexto de critica
ante tanta explotación social, donde lo profetas nos pueden ayudar a entender
lo el trasfondo a lo que Jesús busca apuntar.
Los
profetas juegan un papel importante para recordarle al pueblo, y principalmente
a los lideres que su pecado les traerá miseria. A continuación vamos a ver dos
grandes segmentos temáticos, donde cada uno de esos segmentos los vamos a
dividir en cinco categorías de pecados. Esto nos ayudará a comprender mejor el
mensaje crítico de los profetas hacia una sociedad clasista y explotadora; un
mensaje que puede ayudarnos a entender lo que el joven rico no entendía (algo
que nos puede costar mucho entender hoy) y que Jesús quería comunicar.
1)
El
primer segmento lo podemos llamar ‘el problema’, que es los pecados de Israel
con respecto a las posesiones materiales. Este segmento lo vamos a dividir en
cinco categorías de pecados.[1]
a)
Adoración de
ídolos hechos de materiales costosos. Las Escrituras nos muestran desde el
Pentateuco la correlación entre idolatría y el mal uso de las posesiones
materiales. Isaías nos muestra de forma poética esa correlación.
Se
ha llenado su tierra de plata y de oro, y no tienen fin sus tesoros; su tierra
se ha llenado de caballos, y no tienen fin sus carros. También su tierra se ha
llenado de ídolos; adoran la obra de sus manos, lo que han hecho sus dedos.
(Isaías 2:7‑8.)
Además
de Isaías, Oseas (2:8) y Hageo (2:8) lamentan lo mismo.
b)
Confianza en
rituales en vez de arrepentimiento. La ironía de Jeremías (7:4) le
recuerda a Israel que rituales sin arrepentimiento no tienen sentido. Jeremías
explica lo que debe hacer Israel como arrepentimiento
Porque
si en verdad enmendáis vuestros caminos y vuestras obras, si en verdad hacéis
justicia entre el hombre y su prójimo, y no oprimís al extranjero, al huérfano
y a la viuda, ni derramáis sangre inocente en este lugar, ni andáis en pos de
otros dioses para vuestra propia ruina, entonces os haré morar en este lugar,
en la tierra que di a vuestros padres para siempre. (Jeremías 7:5‑7.)
Una réplica de Jeremías la encontramos
en Mateo 5:23, 24 como ejemplo de arrepentimiento.
c)
Extorsión, robo,
y opresión para obtener tierras. Ezequiel (22:29), Miqueas (2:2), y Amós
(5:11‑12) son tres ejemplos, entre otros pasajes, que ilustran cómo el rico
quiere ir más allá de las bendiciones dadas por Dios, y practicando el pecado
hacerse más rico a expensas de los necesitados. Al no redistribuirse las
tierras durante el año sabático, y perdonar todas las deudas durante el jubileo,
empieza a desencadenarse la progresión de pobreza entre los más necesitados. Por
ejemplo, las familias empiezan por vender parte de su terreno, luego a venderlo
todo, los préstamos que obtienen son con intereses, y empiezan así a
convertirse en asalariados, para luego venderse como esclavos. Todo esto toma
lugar en contra del pacto con Dios, pues ese no fue el plan de Dios para
Israel. Ezequiel (45:10‑12), Oseas (12:7), Amós (2:6‑8), y Malaquías (3:5) nos
presentan ejemplos de prácticas económicas injustas que iban contra el pacto.
d)
Vanagloria de
las riquezas.
No es nada nuevo el que algunos vean que su éxito material pueda ser una señal
de su buena relación con Dios, y eso les asegure su salvación eterna. Este es
el caso que Amós (4:1) critica contra aquellos que se vanaglorian de sus
riquezas. Amós también critica el exceso de lujos:
Los
que se acuestan en camas de marfil, se tienden sobre sus lechos, comen corderos
del rebaño y terneros de en medio del establo; los que improvisan al son del
arpa, y como David han compuesto cantos para sí; los que beben vino en tazones
del altar y se ungen con los óleos más finos, pero no se lamentan por la ruina
de José, irán por tanto ahora al destierro a la cabeza de los desterrados, y se
acabarán los banquetes de los disolutos. (Amós 6: 4‑7, lba.)
Poseer riquezas, nos lo recuerdan los
profetas, no es prueba del favor de Dios, aun menos cuando estas se obtienen
por medios que van contra la voluntad de Dios.
e)
Motivaciones
financieras del liderazgo. No hay nada que dañe tanto a una nación como
cuando su liderazgo cae en corrupción. Isaías 3:14, 15 y 10:1, 2 nos
ilustran este problema. Igualmente, Miqueas protesta contra esta corrupción:
…
sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes enseñan por precio, sus profetas
adivinan por dinero, y se apoyan en el SEÑOR, diciendo: ¿No está el Señor en
medio de nosotros? No vendrá sobre nosotros mal alguno. (Miqueas, 3:11.)
Ha
desaparecido el bondadoso de la tierra, y no hay ninguno recto entre los
hombres. Todos acechan para derramar sangre, unos a otros se echan la red. Para
el mal las dos manos son diestras. El príncipe pide, y también el juez, una
recompensa, el grande habla de lo que desea su alma, y juntos lo traman. (Miqueas,
7:2, 3.)
Los
versos de Ezequiel 22:6‑12 hablan de cómo la clase monárquica explotaba a la
viuda, cobraba impuestos excesivos por préstamos, y practicaba la extorsión
para enriquecerse. Esta clase social se enriquecía por medio de la violencia.
2)
El
segundo segmento lo podemos llamar ‘la solución’, que es «¿qué debería hacer
Israel?». Cinco acciones debería realizar Israel para recobrar el pacto.[2]
a)
Buscar la
justicia para el marginado. Esta solución al pecado de abuso social es una
réplica que hemos venido escuchando desde el Pentateuco, y los escritos de
sabiduría. A aquellos más vulnerables a la explotación social ―como el pobre y el
oprimido, la viuda, los huérfanos, y los inmigrantes― se les debe tratar con
justicia. Recordemos que, en la antigua sociedad israelita, sin el padre de
familia existía una gran desventaja socioeconómica. Isaías 1:17, y
Jeremías 22:13‑17 dan ejemplos de estas injusticias. En estos pasajes, Isaías
clama por llevar ante la justicia al opresor, y Jeremías, por otro lado,
contrasta aquellos ricos que no pagan a sus trabajadores con aquellos que sí. De
manera muy interesante, Ezequiel, conociendo la reputación de gran inmoralidad
sexual de Sodoma y Gomorra, subraya el pecado de Israel comparándola con estos
pueblos. El pecado tan grande que subraya el autor no es simplemente el sexual,
sino algo más amplio y complejo. Esto es porque ambos, la inmoralidad sexual y
el egoísmo materialista, son el origen de actitudes autoindulgentes, y no nos
sorprende que ambos se fortalezcan y aparezcan juntos en nuestra sociedad
occidental, tan afluente.[3]
¿No
es este el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de impiedad, soltar las
coyundas del yugo, dejar ir libres a los oprimidos, y romper todo yugo? ¿No es
para que partas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin
hogar; para que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu
semejante? (Isaías 58:6, 7, lba.)
b)
No vanagloriarse
en las riquezas, sino más bien ser generosos en repartirlas. Jeremías 9:23, 24
llega a ser otro eco en 1 Corintios 1:26‑29. Aquí Jeremías clama a sus
coterráneos para que en vez de vanagloriarse de sus posesiones, deberían
vanagloriarse de entender a Dios, practicar amabilidad, justicia, y rectitud.
c)
Arrepentirse de
sus pecados y comprender las ramificaciones del enriquecimiento mal habido. El pecado no
es algo tan simple como algunas iglesias quieren presentarlo, como pensar que
con una simple oración a Dios todo se arregla. El pecado tiene sus
consecuencias sociales. Permítanme dar un ejemplo de macroeconomía para
ilustrar mi punto. Por ejemplo, la crisis financiera del 2009 ilustra el pecado
de codicia en las estructuras financieras. Los bancos empezaron a prestar
dinero a personas que no podían pagar. Personas con mal crédito y muy
endeudadas empezaron a recibir crédito. Algunos bancos empezaron a vender estas
deudas a otros bancos, y así obtener ganancias de las deudas de quienes no
podían pagar. Las tasas de interés eran bajas y los inversionistas empezaron a
invertir en alto riesgo. Todos querían dinero, y el dinero estaba disponible.
Sin embargo, esa burbuja financiera reventó, y ocasionó que millones de
personas alrededor del mundo perdieran sus inversiones, y hasta sus empleos. Es
decir, es increíble ver que, en nuestra economía global, unos pocos diseñaron
una política financiera que no pudieron detener y afectó a todo el mundo por el
simple deseo de obtener más riquezas.
No existe pecado individual ni
privado. Todo pecado tiene consecuencias sociales, y requieren de
arrepentimiento, y reparaciones. Es decir, debemos reconocer lo malo que se ha
hecho para no volverlo a cometer, y pedir perdón. Miqueas explica lo que
entiende por arrepentimiento:
¿Y
qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la
misericordia, y andar humildemente con tu Dios? (Miqueas 6:8b.)
d)
Buscar el
bienestar común.
Otro aspecto muy interesante se encuentra en Jeremías 29:7, cuando el profeta
exhorta a los israelitas a no vivir en un gueto sino a afectar a Babilonia
buscando la paz y la prosperidad de la ciudad. Pues si Babilonia prospera,
ellos prosperarán. Dios tenía un plan misionero para los israelitas en su
exilio, algo que parece descabellado. Una réplica de esta categoría se encuentra
en Romanos 12:20, 21.
e)
Aferrarse a las
promesas de restauración. A pesar de un mensaje de acusación por el pecado
del pueblo, los profetas también le recordaban al pueblo que habría
restauración. Dios no los dejaría abandonados. Sin embargo, era necesario para
Israel llegar a esta última categoría, comprendiendo las anteriores. Isaías 54‑55,
60‑66 ilustra esta restauración muy bien con una imagen de un banquete mesiánico,
y de un nuevo templo (Joel 2:23‑27; Ezequiel 40‑48; 34:25‑31).
Las
riquezas en exceso nos llevan a la idolatría. Una vez que caemos en la
idolatría nuestros ojos espirituales se ciegan, pues estamos en pecado y nos
cuesta reconocerlo. Lo que es exceso de riqueza para unos, no lo será para
otros. Por tanto, es importante evaluar nuestro estilo de vida constantemente.
Debemos recordar que las riquezas son en última instancia de Dios, pero pueden ser adquiridas también por medio de practicas injustas, y el vanagloriarnos de su acumulación es señal de idolatría. Otro aspecto a considerar es el ser generosos con aquellos que en realidad necesitan ayuda. No se trata simplemente de dar regalos navideños a niños pobres, sino de manera sistemática ayudar a aquellos en necesidad. Hay que reconocer que algunas personas no necesitan más, sino que lo que necesitan es aprender a administrar mejor lo que tienen. Por ejemplo, algunos buscan con el crédito poseer bienes que no deberían, o no es necesario tener. Otros mediante el robo persiguen lo mismo. Por último, el pecado de la codicia no es algo que de manera simple podamos individualizar; la codicia es pegajosa y en algunas iglesias se viste de «pídale al Señor todo lo que quiera». La codicia por las riquezas nos puede llevar a caer en corrupción, y eso les ha sucedido incluso a siervos y siervas de Dios.
Debemos recordar que las riquezas son en última instancia de Dios, pero pueden ser adquiridas también por medio de practicas injustas, y el vanagloriarnos de su acumulación es señal de idolatría. Otro aspecto a considerar es el ser generosos con aquellos que en realidad necesitan ayuda. No se trata simplemente de dar regalos navideños a niños pobres, sino de manera sistemática ayudar a aquellos en necesidad. Hay que reconocer que algunas personas no necesitan más, sino que lo que necesitan es aprender a administrar mejor lo que tienen. Por ejemplo, algunos buscan con el crédito poseer bienes que no deberían, o no es necesario tener. Otros mediante el robo persiguen lo mismo. Por último, el pecado de la codicia no es algo que de manera simple podamos individualizar; la codicia es pegajosa y en algunas iglesias se viste de «pídale al Señor todo lo que quiera». La codicia por las riquezas nos puede llevar a caer en corrupción, y eso les ha sucedido incluso a siervos y siervas de Dios.
El mensaje de Jesús no fue simplemente para el joven rico, sino que se dio vuelta y les enseñó a los discípulos (a partir del v.23) sobre el problema del ser rico y ser parte del Reino. Si las riquezas se convierten en un obstáculo para seguir a Cristo pues llegamos al punto de no poder vivir sin ellas, estamos cayendo en idolatría. Pero si al buscar del Reino y su justicia, el Señor nos proveerá lo necesario para vivir. Tal vez no todo lo necesario ante los ojos del mundo, pero si ante los ojos del Reino.
[1] Estas categorías fueron tomadas de Blomberg, 2002,
100-114.
[2] Estas categorías fueron tomadas de Blomberg, 2002,
100-114.
[3] Blomberg, 2002, 109.
Sobre el autor:
El Dr. Osías Segura es un misionólogo costarricense. Osías, después de cinco años de enseñanza en el Seminario ESEPA en Costa Rica, se trasladó a California donde fue profesor del Seminario Teológico Fuller. En la actualidad está radicado en Nicaragua como misionero de la General Board of Global Ministries.
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