Esta tendencia a subestimar a los adolescentes se evidencia también cuando trasladamos o ubicamos su compromiso a un tiempo futuro. Esto se pone de manifiesto con expresiones como: “la iglesia del futuro” o “los líderes del mañana”. No obstante, lejos de empoderarlos, estamos ignorando su potencial presente (es como decir: “algún día serán líderes, eso sí, ¡cuando sean adultos!”). Estas impresiones, responden a paradigmas adultocentrista que continuamos perpetuando en nuestras sociedades occidentales.
Desde un enfoque de derecho, la Convención de los Derechos del Niño, tratado internacional reconocido por casi todos los estados parte, resalta la importancia de velar por el cuidado y la protección de las personas menores de edad, aunque también aclara que ellas y ellos poseen habilidades suficientes para expresarse, opinar y tomar la iniciativa para organizarse. En fin, poseen características que no podemos obviar como ciudadanos que son. Esto implica que, reconocer sus capacidades, brindarles oportunidades para involucrarse según sus capacidades, no es tan solo una decisión social antojadiza que algunos quieran o no quieran aceptar, es ante todo un derecho civil y legal que se debe promover.
Por otro lado, tampoco se trata de idealizar al adolescente asignándoles labores y funciones que no necesariamente responde a las realidades de su edad o etapa del desarrollo en la que se encuentran. En este caso, dichas limitaciones del potencial adolescente no constituye el desconocimiento o la ausencia de su liderazgo, sino las limitaciones de fondo por la realidad de los contextos en los que se ubican.
A esto se le conoce como “la entronización de la niñez o de la adolescencia”, término acuñado por el psicopedagogo Francesco Tonucci, conocido autor por su proyecto: “La ciudad de los niños.” Él opina que en demasiadas ocasiones se desconoce y desprecia el potencial de ellas y ellos, o en el otro extremo, se les ensalza como “pequeño adulto”, ambos graves errores.
Sin ir muy lejos, lo vemos en algunas congregaciones a través de los reconocidos “niños predicadores”. A estos niños se les viste con traje ejecutivo, golpean el púlpito, gritan e imponen manos a los feligreses, pero una vez que se les cambia el traje y la corbata pastoral, vuelven a ser niños normales que rápidamente ¡olvidan el juego de ser pastor y líder adulto!
Reconozco que Dios obra en la vida de la niñez y de la adolescencia, y ellos pueden manifestar dones increíbles, pero lejos de entenderse las ilustraciones anteriores como un ejercicio real de liderazgo, deberían verse como una clara coacción que tiende a emular los patrones y comportamiento de los mayores.
Otro ejemplo es la participación de adolescentes con pancartas dirigiéndose a los medios de comunicación, abrazando campañas, hablando más al “estilo adulto.” El gran problema de esta inclusión es que el escenario ha sido preparado y planificado por los adultos, mientras los adolescentes son reducidos a acatar órdenes para el cumplimiento de la agenda de los otros: ¡las personas mayores de edad! Esto lejos, de una genuina participación, es una manipulación donde ellas y ellos son tan solo objetos de decoración.
Se puede pueden tener en cuenta todas las buenas intenciones del caso, pero si una propuesta no contempla las aspiraciones de los adolescentes, dichas acciones podrían concluir en alejamiento, desmotivación y falta de interés por su parte; y si participan, lo harán más por la fuerza o atraídos por otros motivos menos sostenibles.
Debemos readecuar nuestra visión sobre lo que es y significa el liderazgo en manos de la adolescencia, lo cual no implica en ningún caso dejarlos solos. Es un hecho, ellas y ellos requieren del acompañamiento y la orientación de las personas adultas. Esta implicación en una propuesta horizontal (adultos-adolescentes y viceversa) garantiza un balance intergeneracional, permitiendo encontrar formas y alternativas saludables para la construcción de visiones compartidas que beneficiarán tanto a los mismos adolescentes, como a los adultos y a las comunidades donde se sirve y se trabaja para el bien de las colectividades involucradas.
El liderazgo de los adolescentes es un recurso que las iglesias y ministerios que trabajan con estos grupos deben considerar. Aunque siempre se debe preguntar: ¿Es real o es decorativa esta participación? De ser decorativa, ¿cuáles son las limitaciones o dudas que restringen la participación activa y real de los adolescentes? ¿Será la ausencia de herramientas para el empoderamiento? O ¿los paradigmas adultocentristas que impiden aprovechar el potencial que subyace en los adolescentes?
Abrir espacio para la participación y el protagonismo de los adolescentes es también vincularlos a las acciones de Dios y reconocer que ellos también son agentes de cambio social.
Nota: Extracto sustraído de la tesis de Alexander Cabezas: El liderazgo de los adolescentes de 12 a 17 años en proyectos sociales. Prometa (2013).
Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, Coordinador de Relaciones Eclesiásticas de la organización mundial Viva. Profesor de varios seminarios. Tiene un bachillerato en Educación, una licenciatura y una maestría en teología con énfasis en liderazgo
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