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Nombrar, llamar o denominar es una acción de
identificación que denota a su vez un sin fin de posibilidades en la creación
de clasificaciones de las distintas organizaciones religiosas que existen en la
actualidad. La denominación en el ámbito de las iglesias evangélicas se
relaciona con la identificación de estructuras relacionadas con la organización
histórica, con las formas de gobierno o el modelo administrativo, también con
los principios doctrinales o de fe que cada organización promulga y práctica.
Es por eso que la denominación ofrece una estructura que a su vez es reconocida de manera legal ante el Estado, esto por medio de la personería jurídica. La denominación es por lo tanto la institución religiosa evangélica que tiene una forma de gobierno distintivo como: directivas, presbíteros, obispos, entre otros. Estos dirigen la organización institucionalizada (reconocida por el Estado). La denominación es la responsable de transmitir la doctrina organizacional y a su vez validar a los líderes, pastores o siervos que trabajan en la pastoral de las distintas iglesias evangélicas.
Desde esta perspectiva la denominación ofrece una
estructura de orden en nuestras iglesias evangélicas, un cerco que impide desde
lo doctrinal (creencias) la práctica de ciertos comportamientos (ritos) que por
los principios de la denominación se encuentran vetados. Sin embargo, de igual
manera las denominaciones validan otras enseñanzas o prácticas (creencias y
ritos) específicos de la denominación que en otras denominaciones son
diferentes.
Por lo descrito se da un choque de percepciones
denominacionales donde los creyentes evangélicos pueden percibirse de una
manera distintiva, se puede escuchar por ejemplo; los Bautistas son de determinada
manera, los de Alianza son de esta otra, los pentecostales de otra y así por el
estilo en cada una de nuestras denominaciones.
En la actualidad, sin embargo, en la esfera de las encuestas de
población, el Estado ecuatoriano valida a los evangélicos como una sola masa
social siendo contabilizados como evangélicos y no como parte de una
denominación, lo que debe hacernos pensar la importancia de la denominación
dentro de nuestros propios esquemas de percepción.
El fenómeno del surgimiento de las denominaciones
data desde antes de la misma Reforma protestante. La creación de nuevas
instituciones se da por cismas o divisiones, donde las nuevas organizaciones
existen de manera legítima aunque no necesariamente legal ante los Estados.
El cristianismo primitivo tuvo que ser expulsado de
las sinagogas para convertirse en un grupo disidente del judaísmo que se
congregaba en las catacumbas. En el peregrinar de la Historia, el cristianismo
llego a ser la religión oficial del imperio Romano, y durante la edad media se
convirtió en la institución con mayor poder político y religioso hasta el siglo
XVI. Esto no impidió que se dividiera en el siglo XI dando lugar a la iglesia
ortodoxa. En el siglo XVI se produjo otra división de mayores consecuencias que
en principio nunca busco la separación de la Iglesia Católica, sino por el
contrario su renovación.
El fenómeno del surgimiento de las denominaciones data desde antes de la misma Reforma protestante. La creación de nuevas instituciones se da por cismas o divisiones, donde las nuevas organizaciones existen de manera legítima aunque no necesariamente legal ante los Estados. (Twitea esta cita)
La Reforma protestante sin embargo fue el inicio del
surgimiento de otras divisiones, los líderes de la Reforma en cada una de sus
naciones de origen dieron lugar a las iglesias históricas, este cisma fue de
mayores consecuencias políticas,
culturales y espirituales que la división del siglo XI. La colonización de
Norte América desde el siglo XVII permitió que estas iglesias históricas
lleguen al nuevo mundo, sin embargo, siguieron surgiendo nuevas agrupaciones
disidentes que por razones doctrinales, de organización y también por
oportunismo caudillistas originaron la mayoría de denominaciones evangélicas de
la actualidad, vale recordar que algunos grupos que clasificamos como sectas
(Testigos de Jehová, Mormones, Adventistas) surgieron de estos procesos de
división que dieron lugar a las denominaciones evangélicas.
Las denominaciones evangélicas para ser reconocidas
como tales tienen un principio doctrinal que nos une y que en la mayoría de los
casos es aceptar los postulados del Credo de Nicea del año 325 y la
preeminencia de la Biblia, como aceptar validos los principios de la Reforma
protestante de 1517, estas agrupaciones por definición son denominaciones
evangélicas y toman distancias de grupos
cerrados y sectarios que desconocen el Credo, los procesos de Reforma
protestante o la misma Biblia.
Esto explica que una de las características de los creyentes
evangélicos es su heterogeneidad por lo que las clasificaciones o tipologías
organizacionales son necesarias para comprender las vertientes doctrinales e
históricas de cada una de las actuales denominaciones.
La pertenencia o adhesión a una denominación no debe
ser visto como algo negativo. Como creyentes evangélicos, nuestras prácticas,
nuestras creencias, se encuentran relacionadas a la denominación en la que por
convicción o por circunstancias nos relacionamos con una congregación local que
en la mayoría de los casos tiene una procedencia denominacional.
Las distintas iglesias evangélicas, incluso aquellas
que levantan la bandera de ser “independientes” se deben a prácticas
doctrinales de una denominación. La denominación ofrece un cerco doctrinal y a
su vez la identidad confesional de los creyentes.
Lamentablemente, la mayoría de las denominaciones
evangélicas tienden a auto-referenciarse, es decir, sostener que es la denominación o la iglesia
la “verdadera”, validan solo sus prácticas litúrgicas son las correctas, lo que
implica que las demás denominaciones son “falsas”, dando una suerte de
tolerancia a las reuniones inter-denominacionales con el sesgo de estar
vinculado a la denominación “correcta”.
La denominación debe ser un cerco de doctrinas
erradas, sin que eso signifique que la denominación es la que salvaguarda de la
sana doctrina, el reconocimientos de los procesos de Reforma nos debe dar una
mirada de humildad en relación a nuestra filiación institucional. La
denominación es el espacio donde se busca el compartir y practicar la sana
doctrina, por lo que esta debe buscar estar en permanente reforma, esto
siguiendo uno de los principios de la Reforma protestante: “iglesia reformada,
siempre reformándose”, por lo que las voces dentro de ella que solicitan una
renovación de la denominación deben ser escuchadas o atendidas.
Lamentablemente los liderazgos de la denominaciones, suelen asumir que estos
cuestionamientos son hacia ellos y lo que suelen generar son las iglesias
independientes fundadas por siervos que al ser contestatarios a un liderazgo
sesgado en la denominación suelen ser dejados de lado. Se repite vez tras vez
el error ya reconocido por la misma iglesias católica, acallar las voces
internas de la organización generando nuevas organizaciones o iglesias
independientes.
El problema se da cuando la denominación no funciona
como un cerco que evita la introducción de doctrinas erradas, y funcione como
un paraguas de iglesias errantes. Líderes de iglesias evangélicas locales sin
filiación denominacional, fruto de divisiones de iglesias o por expansión
misionera independiente suelen acercarse a los órganos directivos de las
denominaciones a solicitar “cobertura”, de no conseguirla por diferentes
motivos, permanecen fuera de las
instituciones, definiéndose como independientes.
Algunas iglesias independientes, de manera legítima
deciden asumir esta clasificación de independientes como una identidad
denominacional que alude de manera directa a la dependencia de la Palabra de
Dios y no de estructuras sociales humana. Lamentablemente estas iglesias
incurren en otros errores ya que esta independencia de una organización crea la
idea de autosuficiencia y no tienden a relacionarse con otras denominaciones
que son parte del cuerpo.
Encontrarnos con iglesias independientes nos debería invitar a preguntarnos
¿independientes de que, de quién y por
qué?, de conseguir la cobertura desde
una dimensión política, nuevas prácticas doctrinales se cuelan en la denominación
que en un futuro lejano o cercano pueden fermentar en una nueva división. Como
ejemplos de esta fragmentación y manera respetuosa están las iglesias Bautistas
de la Asociación o de la Convención, los hermanos Bautistas, los Bautistas
Bíblicos, entre otros. Según estudios recientes los Bautistas mantienen el
nombre como identidad, pero como organizaciones distintas llegan a sumar más de
treinta en Sudamérica con diferentes énfasis doctrinales. Los mismo ocurre con
iglesias pentecostales, de las Asambleas y otras denominaciones.
La comprensión de la denominación debe ser renovada,
esta debe ser vista como un cerco institucional y doctrinal que afianza la
libertad del individuo. Por el contrario las denominaciones suelen afianzar el
campo y el habitus, conceptos
relacionados con la sociología, disciplina que al igual que otras de las
ciencias sociales deben ayudarnos a la comprensión de las implicaciones de ser
evangélicos en la actualidad. Estos conceptos pueden explicar cuando el énfasis
denominacional nos puede apartar de la centralidad de la palabra de Dios.
El campo (campus) es
uno de los conceptos básicos de la sociología, en términos simples se
refiere a las prácticas, conductas, principios que se establecen dentro de una
institución. En el caso de nuestro tema, las formas de control que las
denominaciones imprimen en las personas de una determinada iglesia (formas de
hablar, de vestirse, de comportarse; que se debe oír o comer, que fiestas se
deben festejar y cuáles no; también las de control de la persona en las
finanzas personales, determinar con quien sale o se puede o no casar la
persona; y evidentemente, las formas de la liturgia como: si levanto las manos
o no, etc.). El énfasis en estos
aspectos refuerza el campo que tiende a
la homogeneidad en los creyentes de una denominación o de una iglesia.
El habitus, por otra parte se relaciona con
estructuras sociales interiorizadas, es decir, el bagaje o historia personal
del creyente, su familia, sus relaciones, sus logros y fracasos, que a más del campo de
la institución o denominación, hace que el creyente pierda su individualidad al
adherirse a una clase social, a un grupo
o a una denominación. Algunas de las denominaciones tienden a afianzar el campo para controlar los habitus, es decir, los mecanismos de control o de dominación de los
creyentes dentro de las instituciones. Lamentablemente esta lógica también
funciona en las iglesias locales que tiende a establecer campus rígidos en los creyentes para establecer habitus, creyentes de ciertas
características.
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En este sentido las denominaciones son cercos que
afianzan la palabra de Dios con posibilidades plenas de estar en búsqueda de la
sana doctrina, sin embargo, este cerco protector se desquebraja cuando se sigue
fragmentando y permite la irrupción de vanas palabrerías en las denominaciones
de antaño. Las denominaciones que no se renuevan se ha convertido en jaulas
para los creyentes que no pueden opinar dentro de la organización so pena de la
expulsión, paraguas donde a cambio de espacios de poder directivo se es parte
de la organización, incluso sin tener un conocimiento de la procedencia de la
institución que se lidera.
La denominación debe ser un espacio de servicio que
por convicción del creyente, participa en la misión y visón de la misma, no un
espacio de disputa del poder. La denominación no es una jaula que impide a
líderes servir en otras denominaciones en la que los principios esenciales de
la palabra se reflejen, de hecho, esta posibilidad se abre al ser la Biblia la
centralidad y no las normas de la denominación.
El tener una identidad denominacional es valioso, sin embargo, debemos
recordar que no servimos a la denominación sino al Señor Jesús dentro de una
denominación evangélica.
Las denominaciones evangélicas o cercos a fin de
cuentas tienen una sola puerta, el evangelio del apóstol Juan Cap. 10 verso 9
en la versión RV dice : “Yo soy la puerta:
el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. El ser parte de una iglesia o de una denominación
es acto segundo, primero requiere que el creyente entre por la puerta, esta es
la que nos permite entrar y salir a
diferentes espacios de servicio y hallar los verdes pastos de la palabra que
tanto el mundo requiere.
Bibliografía:
- Pinto, Louis.
(2002). Pierre Bourdieu y la teoría del
mundo social. Buenos Aires – Argentina, Siglo XXI editores.
- Baker, Robert.
(1974). Compendio de la Historia
Cristiana. U.S.A. Casa Bautista de Publicaciones.
Sobre el autor:
Ronald Rivadeneira es Licenciado en Antropología Aplicada, Magister en Estudios Sociales con mención en Sociología. Es pastor Bautista desde hace 18 años, ex Decano del Seminario Bautista del Ecuador Facultad Quito. Actualmente es Presidente de la Asociación de Iglesias Bautistas de Pichincha y miembro del Comité Ejecutivo de la Convención Bautista Ecuatoriana.
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