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¿Qué
es lo que Dios quiere que hagamos…?, preguntaron
(Juan 6:28).
La dialéctica de Jesús es simple, sencilla
y diáfana, pero profunda, así como su respuesta:
“…crean
en mí, que soy a quien él (Padre) envió…”
Esta era una invitación abierta al Reino,
la oportunidad de saciar en Jesús el hambre espiritual y heredar las promesas
del Reino prometido y esperado por siglos.
Sin embargo, los judíos tropezaron; su
escepticismo fue mayor que su fe. ¿Acaso no era una blasfemia para la enseñanza
y la teología tradicional atribuirse cualidades divinas? ¿No era Jesús tan solo
el hijo de José el carpintero y de María? ¿Cómo se atrevía a decir que era «el
pan que descendió del cielo», entre otras afirmaciones? Quizás por ello
respondieron:
«Dura
es esta declaración; ¿quién puede escucharla?»
Pero más duros fueron sus corazones
cubiertos de arrogancia y necedad. Ellos no lograron comprender que aquél que
hablaba era el Cristo, el Mesías esperado por todos los tiempos: el
«verdadero pan que descendió del cielo». Y aquellos que pocas horas antes querían
proclamarle rey, volvieron atrás y ya no andaban con él.
¿A Jesús le causó consternación esta
actitud de abandono? ¿Era acaso el fin de su ministerio? Todo lo
contrario, y para no dejar dudas se dirige a los suyos, los más cercanos,
sus discípulos, y les termina diciendo:
«¿También ustedes quieren irse?»
Ante el silencio de los otros evangelios y
a falta de más información por parte del apóstol Juan, autor del texto, no es
fácil conocer el tono y las emociones con las que Jesús se expresó. ¿Eran reflexivas
o por el contrario, enérgicas? ¿Se sentía decepcionado, triste o
iracundo? Lo cierto es que ninguna de esas cuestiones debilita la fuerza y
la radicalidad de su pregunta. Aunque a pesar de todo, con Jesús siempre hay
opciones: se le sigue o no se le sigue. La decisión es personal, aunque los
términos del seguimiento él los define.
Pedro responde… Pedro es la viva voz de los
que se quedaron al margen (el seguimiento no es solo una decisión individual,
es un acto comunitario). Pedro también es libre para escoger y a pesar de
no comprender exactamente las exigencias, o el precio del seguimiento,
hasta más adelante, aun así escoge a Jesús. Elige lo que para él es su
libertad:
«Señor,
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y
conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente».
Seguirle no significa ausencia de error,
desánimo o falta de fe. La invitación es asumir un compromiso y, en
ocasiones, caminar sin saber si hay un suelo seguro que nos sostenga o, ¡nos recoja!
Seguirle es más que el abrazo del dogma, la
teología o la religión. Se abraza la vida que se va descubriendo en él, por él
y para él.
Seguirle es un acto de obediencia y
Esto y más, es la locura del seguimiento
que solo y solamente se entiende cuando somos confrontados por Cristo y
nos coloca, así como a Pedro, en el estrecho; desprovistos hasta de nuestra
autosuficiencia para ofrecerle nuestra dependencia: ¿A quién iremos Señor?
La pregunta continúa abierta… ¿También
nosotros queremos irnos? ¿Qué define lo que buscamos en Jesús? ¿Por
qué y para qué le seguimos? Las interrogaciones no son sólo un ejercicio
que apela a la retórica, es un llamado a examinar nuestras vidas y acciones, a reflexionar en nuestro peregrinaje desde la
cotidianidad de la vida en el seguimiento del Cristo, el Hijo del Dios
viviente.
Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, Profesor de varios seminarios teológicos y miembro del núcleo continental de la FTL. Tiene un bachillerato en Educación Cristiana, una licenciatura y una maestría en Teología.
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