Para escuchar a Félix Mendelssohn
Felix Mendelssohn, 1809 - 1847 |
Tal como, en una de esas notables coincidencias de la historia intelectual, Tomás de Aquino y Buenaventura fallecieron en 1274, habiendo llevado en cierto sentido a su máxima expresión el pensamiento medieval, asimismo en 1685 nacieron Bach y Haendel, tras llevar la música del siglo XVII a un nivel de perfección que hoy nos resulta tan lejano y abrumador como las Sumas Teológicas del medioevo. No hay pues que extrañarse si en el protestantismo tenemos cierto orgullo por nuestra tradición musical, suficiente como para que más de uno se jacte de esta tradición incluso antes de haber oído alguna vez algo de estos compositores –como algunos católicos que nos refieren a la grandeza de Tomás sin haberlo tampoco leído.
Pero uno podría continuar con los paralelos, y decir que así como la obra monumental de Tomás de Aquino y Buenaventura en cierto sentido ha opacado a muchas otras grandes figuras de la tradición intelectual católica, a las que valdría la pena conocer, asimismo la grandeza monumental de Bach y Haendel ha opacado el resto de la rica tradición musical protestante, de modo que muchos tardamos años en siquiera volvernos conscientes de la enorme tradición que espera ser escuchada. Pero una vez descubierta, dicha tradición puede ser una gran fuente de inspiración – o de consuelo, atendiendo a lo que hoy solemos cantar en las iglesia.
Si hablamos de compositores protestantes injustamente desconocidos por el grueso del público, ante todo hay que nombrar a Félix Mendelssohn. Las razones por las que su figura ha sido opacada ya las veremos. Pero digamos brevemente algo sobre su obra: junto a Mozart se trata del compositor más precoz de la historia. A los 11 años ya había compuesto algunas de sus grandes sinfonías. Pero a diferencia de Mozart, no llegó siquiera a los 40 años. En toda Alemania difícilmente se puede hablar en el siglo XVIII-XIX de alguna familia judía más importante que los Mendelssohn. El abuelo, Moses Mendelssohn, es el principal filósofo judío de la Ilustración, y para muchos en el período un modelo de judío “asimilado”. Tan asimilado, por cierto, que la mitad de su familia dejaría el judaísmo. Una parte numerosa se haría católica, y otra igualmente numerosa protestante. A este grupo pertenece Félix. Su padre, Abraham, permaneció la mayor parte de su vida en tierra de nadie: secretamente se bautizó como luterano, pero todo indica que su convicción era simplemente deísta. Su hijo Félix en cambio ya cultivó propiamente una fe protestante, muy presente en su producción musical.
De la gran obra que dejó en su corta vida queremos aquí llamar la atención sobre cuatro partes. Una es su quinta sinfonía, la Reformationssymphonie. Mendelssohn la compuso para la celebración de los 300 años de la Confesión de Ausburgo, si bien no logró ser estrenada para la fecha indicada. Él mismo terminó considerando esta obra como un pecado de juventud. Sin embargo, logró entrar al canon de la música sinfónica, y es hoy una de las piezas más frecuentemente tocadas cuando en Alemania se conmemora la Reforma. La explicación se encuentra naturalmente en el último movimiento, una versión sinfónica del himno Castillo Fuerte, de Lutero.
En cierto contraste con este “pecado de juventud”, hay que mencionar dos obras maduras, en que encontramos lo más propio de Mendelssohn: sus dos oratorios bíblicos. En 1836 presentó el primero de estos, “Paulus”. En carta a un amigo unos años antes le dice que este oratorio contendría una prédica (probablemente se refiera al discurso de Esteban); pero en rigor habría que decir que casi el oratorio completo –una vida de Pablo- es una prédica. Es la obra con la que Mendelssohn quedó definitivamente inscrito entre los grandes compositores de la historia, y un oratorio que tal vez sólo encuentra competencia digna en otros dos: naturalmente en el Mesías de Haendel, y en segundo lugar, en el otro oratorio del propio Mendelssohn: “Elias”. Terminado el año antes de su muerte, es en cierto sentido el ajuste de cuentas de Mendelssohn con su época: la figura del profeta Elías le sirve para criticar un arte de baales y, a diferencia de la belleza que domina el primer oratorio, aquí se impone la forma dramática. Pero además hay otra diferencia con el primer oratorio. Con Paulus en cierto sentido Félix había dado forma musical a la historia de su familia: el paso del judaísmo al cristianismo, personificado en Pablo. Ahora ponía equilibrio a esto haciendo un oratorio sobre el Antiguo Testamento, mostrando cómo, siendo cristiano, seguía afirmando como propia dicha herencia judía. Junto a esto hay que mencionar una cantidad innumerable de obras menores centradas en textos bíblicos. Mendelssohn cultivó todos los géneros de música sacra, su versión del Magnificat es tal vez la mejor de la historia; pero ante todo destaca por versiones musicales de numerosos salmos. En fin, por nombrar algo…
Manfred Svensson es chileno, Doctor en Filosofía por la Universidad de München, profesor del Instituto de Filosofia de la Universidad de los Andes. Fuera de la Universidad se dedica sobre todo a escribir trabajos de difusión y formación general para las iglesias evangélicas. Es autor del libro "Reforma protestante y tradición intelectual cristiana" (Barcelona, 2016)
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