No es porque Dios lo quiso | Por Abel García

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Dios es soberano. Esto lo aprendemos en una de las primeras clases de la academia bíblica que recibimos en la iglesia apenas nos convertimos al cristianismo. En ese momento, no somos conscientes que la soberanía de Dios es un viejo concepto que tiene cientos, quizá miles de años. Por ejemplo, los griegos solían decir que la historia seguía por los carriles del destino y nadie podía, por más que lo deseara, liberarse de ese yugo inevitable. Los epicúreos decían que el mundo está gobernado por la casualidad; los estoicos, que está gobernado por la suerte. ¿Qué hacer ante lo inevitable? Dejar que nos domine el fatalismo, lo que se reflejó en el mundo filosófico a través de la pasividad o inoperancia (estoicismo), la negación (cinismo), la permisividad (hedonismo) o el salto trascendental (platonismo).

Estas ideas entraron en el pensamiento cristiano cuando la iglesia comenzó su expansión en el siglo I. Poco a poco, los cristianos comenzaron a contemplar a Dios de la misma manera en que lo hacían los griegos y los romanos. Esto es algo evidente: la conversión no dejaría de lado las maneras de pensar previas de los creyentes. Con los años, los concilios validaron estas ideas, abandonando la originaria cosmovisión judía que cobijó la génesis de la enseñanza de Jesús y, lentamente, se introdujo la concepción de que Dios determinó todo lo que sucede en el mundo. Ya no el azar, ya no la suerte, ahora es Dios.

La reforma no implicó cambios en estas convicciones de la soberanía de Dios. Más bien, se profundizaron. Por ejemplo, Calvino afirmaba que Dios es el gobernador de todas las cosas, que determinó en la eternidad todo lo que iba a pasar, llevando a cabo lo que decretó mediante el uso de su poder. Todo sin excepción está bajo la atribución de la providencia de Dios. Para él, “la voluntad de Dios es la suprema y primera causa de todas las cosas, porque nada ocurre sino por su mandato o permiso” (1)  Dios en su providencia gobierna todos los eventos, sin negar que las cosas creadas tengan sus propias propiedades o leyes. Estas están supeditadas a lo que Dios les ha permitido, de acuerdo a Su voluntad. El mismo Calvino dice que “Dios detuvo el sol (Josué 10:13) para testificar que el sol no sale de mañana ni se esconde por un instinto secreto de la naturaleza, sino que Él mismo gobierna su curso para renovar la memoria de su favor paternal hacia nosotros” (2)

Estas ideas se mantienen hasta hoy. Y se han ampliado. Por ejemplo, mi país (Perú) vive ahora momentos difíciles por las fuertes lluvias y los deslizamientos en muchos lugares de la costa y sierra. Mucha gente ha muerto, otros han perdido sus cultivos o sus casas. Para muchos, esto es la voluntad de Dios. Para otros, tal vez, esto es por un pecado que estamos cometiendo como nación, o porque el país no quiere someterse a Dios: la viejísima teología retributiva no quiere morir (3). Ya no han insinuado por allí algunas personas (4).

¿Puede ser esto así? ¿Puede tener Dios que ver con los muertos por las lluvias, por la tragedia del hambre ante el corte de carreteras ¿Él lo determinó, lo quiso así? ¿Dónde queda la libertad humana? ¿O es que ésta es solo aparente? ¿Podemos hacer algo ante el Dios que lo domina todo?

Nuestro libre albedrío es completamente real. Dios es soberano y todopoderoso, pero Él nos cedió la libertad y un compromiso con su respeto de las decisiones que nosotros tomáramos, con un claro esquema causa-consecuencias. Más aún, Dios permite que colaboremos con Él, caminando con el hombre en el recorrido de la historia, en una cooperación constante que puede verse a lo largo de toda la Biblia y que se prolonga hasta el día de hoy estableciendo su Iglesia como conducto para la predicación de las Buenas Nuevas y una sede donde pueda verse este reino de los cielos que ya se ha acercado.

Esta libertad nos ayuda a comprender el verdadero papel del Señor. Dios nos da espacio y nosotros podemos hacer lo que queramos hasta ignorar sus mandatos, pero a pesar de eso Él nunca nos abandona. Dios nos dio principios y verdades, nos llama a que nos acerquemos a Él y nos convoca a que construyamos la historia junto a él. Ese espacio nos dice que Dios no ha determinado todos los eventos negativos que suceden a diario en nuestro mundo. Pensar que Dios tiene que ver con esos eventos negativos es una idea perversa que debemos descartar. Él no ha previsto todo lo que sucederá, porque ha resuelto construir la historia con su creación máxima. Por ello, debemos descartar esas ideas que dicen que Dios nos castiga porque el país no cumple sus leyes (y más aún cuando ese “castigo” es un fenómeno natural que se repite cíclicamente en el país por miles de años) o que los males que nos pasan son porque así Él lo quiere. Asumamos la responsabilidad que nos corresponde y vivamos nuestro cristianismo de manera trascendente en los espacios que nos toque estar, viviendo plenamente la libertad que el creador de todo nos ha dado.

Referencias

(1) Instituciones de la Religión Cristiana. I, XVI.8
(2) Instituciones de la Religión Cristiana. I, XVI, 2
(3) Cf. García García, Abel. “La hermenéutica de los amigos de Job”. En “Integralidad” Año 1 Edición 3. Revista Digital del CEMAA, Mayo 2008.
(4) El Espectador: Pastor evangélico de Perú culpa a la “ideología de género” por las inundaciones en el país

Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), Finanzas en ESAN y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA). Fue editor de la Revista Integralidad del CEMAA y enseña en varias universidades en Lima




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