La última migración de Cristo | Por Samuel Lagunas

Imagen: Pexels (CC0 License)
Fue Ruth quien me sugirió esta posibilidad de lectura. Me dijo que había estado meditando sobre Jesús como migrante. Yo ya había explorado esa vía a partir de los trabajos de Mortimer Arias o de Orlando Costas.  Jesús, al fin y al cabo, fue un hombre que caminó mucho y prefirió desplazarse del centro hacia las periferias de Jerusalén desde los inicios de su ministerio. El cristianismo incluso parece ser en sus orígenes un movimiento que se extendió gracias a los migrantes. Pero ella se refería a algo más: al amor del Señor por el “terruño”.

Ruth nació en Zacatecas en un municipio llamado Jerez famoso por el “Sábado de gloria” y por sus tres personajes ilustres: el poeta Ramón López Velarde, el músico Candelario Huízar y el político de principio del siglo XIX Francisco García Salinas. El estado de Zacatecas en los últimos años ha sido fuertemente azotado por la violencia ocasionada por el crimen organizado y la complicidad y corrupción de las policías, el ejército y las autoridades federales. Hay pueblos que han quedado casi vacíos porque la gente ha tenido que huir de ellos. Zacatecas siempre ha sido un estado de migrantes y en los últimos años el número no ha menguado. En la familia de Ruth su abuelo migró a hacia Estados Unidos por poco tiempo pero sus tíos lo hicieron definitivamente. También hermanos de sus abuelos se fueron y no han regresado. Paradójicamente, los zacatecanos son conocidos por eso que Carlos Fuentes en su novela Las buenas conciencias describió como “el exceso de arraigo provinciano”. Ruth también quiere regresar a su “terre”. Aunque ella no migró hacia el otro lado, sí salió de su casa para vivir en Querétaro. Las razones fueron complejas. Siempre han sido, son y serán complejas. Marchar nunca es sencillo. Ruth dice que algún día volverá a Zacatecas, aunque sea a morir, porque su corazón está allí. De eso se trata ver a Jesús como migrante, de su corazón: de su deseo por regresar al “terre” con los suyos. O tal vez por ellos.

A lo mejor no hay razones exegéticas en demasía que sustenten esta idea pero sí hay en la Biblia elocuentes y emotivas palabras de despedida del Señor donde promete volver. Casi siempre quienes se van dicen que lo harán por poco tiempo. Sólo juntarán el dinero suficiente para comprarse un carro, acabar de construir la casa y mandar para la educación de los niños, para que ellos no tengan que irse. Si se van cuando adolescentes dicen que se irán un rato nada más. Pero dos o tres años se convierten en 40. Se convierten en toda la vida. En los testimonios de las personas que se quedan (casi siempre, madres, hermanas, esposas, hijas), son importantes esas palabras: “voy a regresar”. A pesar de que el tiempo se prolonga indefinidamente, la promesa queda como una poderosa consolación. En el evangelio de Juan, Jesús se dirige a los suyos como de esposo a esposa. Dice que se va para construirnos una casa donde viviremos con él (Juan 14:2). Es el preámbulo de la ceremonia nupcial. Creo que la metáfora es de una ternura que sobrecoge, que alienta. En otra parte Jesús dice que la garantía de su regreso es el Espíritu de consolación quien nos recordará todas las palabras que él nos dejó (Juan 14:26). Imagino que si hubieran existido las cámaras Jesús nos habría legado unas fotos suyas para recordarlo: él jugando con los niños, él bailando en una fiesta, él caminando rodeado de personas, él extendiendo su mano para sanar, para saludar, para abrazar.

Cuando un padre es el que se va mientras los niños son pequeños, o cuando es el hermano mayor quien parte primero, suele ocurrir que no es él quien regresa sino que son los hermanos menores o los hijos quienes se van a alcanzarlo. No me cuesta mucho entender así la vida y la esperanza cristiana: él no regresa y somos nosotros/as quienes nos vamos. Pero la promesa está allí. Y la esperanza (no ignoro los argumentos de quienes han decidido no considerar la “Segunda venida” como verdad fundamental). Jesús regresará al terruño. Porque allí nació y creció. Allí conoció a sus amigos y amigas. Allí murió. Allí resucitó.

Sobre el autor:

Samuel Lagunas, es mexicano. Vive en Querétaro con Ruth. Ha publicado tres libros de poesía y un libro de cuentos para niños en colaboración con Keila Ochoa Harris y Susana Sánchez. Actualmente estudia una Maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM y pasa el tiempo viendo películas y escribiendo sobre ellas para medios digitales e impresos. Ha hecho diplomados en Biblia y Teología en la Comunidad Teológica de México, el Instituto Bíblica Virtual y la Universidad Bíblica Latinoamericana.


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