“No vemos las
cosas como son,
las vemos como
somos”
Talmud
En nuestra tradición evangélica la cita de textos bíblicos se ha convertido en uso indiscriminado, abusado y revelador. Indiscriminado porque se usa sin criterio y distinción alguna de su contexto a situaciones que al lector moderno le parecen relacionadas. Abusado porque se fuerza tanto las situaciones históricas, socioculturales y religiosas de los textos como las aplicaciones que hacen al mundo contemporáneo. Revelador porque pone en evidencia el limitado estudio de la Biblia, su
mundo, cultura y mensaje; se dice “tomar tan en serio la Escritura” que no profundiza en su estudio.
Desde luego no se puede negar la importancia que tiene en nuestra tradición aprender versos bíblicos, la enseñanza a los más pequeños de las historias que se registran en la Biblia, y podríamos considerar hasta las tradicionales “batallas bíblicas” esperando que nadie salga muerto en el duelo, desde luego. Todo eso es bueno, valioso y necesario, pero insuficiente para la madurez y el crecimiento en el conocimiento bíblico que debe tener un discípulo de Jesús hoy.
Mi propuesta es
más proponer que criticar, sumar más que restar, es decir, es necesario hacer
esto sin dejar de hacer lo otro. Quienes se inician en el aprendizaje de textos
bíblicos a través de la memorización, después deben pasar a una comprensión de
la historia que presenta el texto, la decodificación de sentidos y significados
que aparecen en un texto tan antiguo para nuestro mundo, para luego ir a la
interpretación de texto en su escenario total. Todo texto se queda corto y
pierde su fuerza retórica cuando se lo desgarra de su propio contexto y su
útero cultural.
Por ejemplo,
para todos es una bendición leer el texto de Filipenses 4,13 “Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece”; pero si le sumamos la historia que el texto se
encuentra en un contexto donde el autor hace mención de sus tribulaciones,
sufrimientos, carencias y abundancias, el texto recupera una dimensión
cotidiana de lucha humana; más aún si consideramos el contexto total en que el
autor produce estas palabras desde su experiencia como prisionero en una
cárcel.
Los textos
bíblicos y sus citas se deben tomar con mesura y análisis, porque los textos
surgieron de situaciones de vida distinta a la nuestra, no de una batalla
bíblica. Antes de que el texto sea texto fue una experiencia de vida y fe, que
en la mayoría de casos pasó por una tradición oral, y luego se puso por
escrito. Considerar esto nos puede ayudar a superar el complejo de “metralleta
bíblica” como si se fuera más bíblico por los textos que se sabe y repite. No
se puede ni debe perder el horizonte: la meta de la Escritura no es hacernos
bíblicos, sino llevarnos a Cristo (Juan 5, 39-40; Gá 3,24) y hacernos seres
humanos de bien dispuesto para toda buena obra que surge de la gracia, el amor
y la fe en Cristo (2 Tm 3,16, Ef 2,8-10).
Una práctica
viciada y nociva de la que debemos crecer en madurez es el uso apologético y
confrontador de los textos bíblicos, herencia de un periodo norteamericano de
fines del siglo XX, que se arraiga en una herencia medieval. Aunque hay un
texto que nos alienta a estar preparados y dar razón de nuestra esperanza ante
todo el que la demande (1Pd 3,15) (texto que está en un contexto de testimonio
de vida), me llama la atención que a muchos no se les pregunta ni demanda la
razón de su esperanza, sino que la usan para conquistar o convencer al otro.
Los libros
bíblicos plantean un diálogo interno, sus posturas teológicas y vivenciales no
siempre están en la misma sintonía; pero siempre armonizan con la diversidad
del mensaje bíblico. La Biblia (libros) no pelean internamente sino que se
enriquecen con sus aportes y miradas; por ejemplo el tema del pacto, que va
desde una práctica tan antigua entre un principal y su vasallo, para después
constituirse en la relación de un pueblo como es el caso de Yahvé e Israel, y
al final ser modificada o reinterpretada en la comprensión del pacto que Jesús
hace con sus discípulos (1 Co 11,23-25), otro buen ejemplo son las cuatro
versiones de los evangelios Mt, Mc, Lc y Jn.
Esta es la
riqueza de la pluralidad del mensaje de la Biblia, con miradas distintas que
insisto, más que acribillarse o señalarse de heréticas u errores, deben
considerarse como un dialogo que enriquece la comprensión para darnos un
mensaje valioso para todos los tiempos.
Entonces para
quienes se inclinan por la práctica de citar textos en redes o en diálogos con
personas, permítanme estas recomendaciones que se expresan con el mejor
espíritu de contribuir a su crecimiento bíblico:
1. Analice la
motivación que tiene para citar textos bíblicos. Es lamentable, pero las redes
sociales hoy se convierten en un espacio público para decir a alguien cosas que
debería mejor decirse personalmente. No use las redes ni los textos bíblicos para
expresar algo que tenga o considera de su hermano, siga el principio que enseñó
Jesús (Mt 18,15-20).
2. Recuerde que
los textos bíblicos se escribieron hace más de 1800 años, y otros mucho más tardíos.
La idea de que la Palabra de Dios
permanece para siempre, no significa que los textos se escribieron para dar
respuesta a todas las situaciones moderna de hoy. En la época en que se redactaron
los textos no existían redes sociales, ni un conocimiento de la ciencia como
hoy, entre otros. Es decir, se trata de un mundo totalmente diferente al
nuestro; pero donde se encuentran seres humanos con vivencias y necesidades
parecidas a las nuestras.
3. Los textos
bíblicos deben entrar a dialogar con nuestras realidades, pero para lograr
aquello se necesita un encuentro de mundos, leer y explicar el mundo antiguo y
establecer las conexiones con el mundo de hoy. Esto demanda un conocimiento del
contexto social, histórico, político y religioso del texto, como también de la
época en que redacta el texto y del mundo contemporáneo.
4. Cuidado con el
concordismo. No se trata de citar un texto que calza perfecto en una nueva
situación. Siempre esto es una tentación, pues nos hace suponer que somos
expertos en la Palabra y que la Palabra queda perfecta a las situaciones de hoy.
El desafío no es aplicar textos bíblicos sino transmitir el mensaje de Dios
siendo fiel a lo que Dios quiso decir en la época en que se escribió el texto y
ser relevante al mundo de nuestros días.
Grandes errores
y atrocidades se han enseñado por esta mala práctica, por ejemplo, hace algún
tiempo una persona sentenciaba a otra porque decía que Barcelona (equipo de
fútbol) era su ídolo. Inmediatamente se le citó el texto de Ex 20,4: “No te
harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo
en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”. El texto queda muy bien,
pero el mandamiento de Éxodo no se refiere al fervor pasional por un equipo de
futbol. Un problema del concordismo es que desconoce ambos contexto, el bíblico
y el contemporáneo.
5. Cite,
explique y aplique. Especialmente cuando se trata de algo que desea expresar.
Explicar un texto nos ayuda a saber qué significa este texto para la persona
que lo cita, y por ende la relación de su aplicación. Los textos bíblicos surgieron
con una sola intensión, sin embargo en su naturaleza retórica cuando el texto
llega a nuevos contextos puede adquirir diversos significados e incluso
distantes de la intensión originaria que tuvo el autor.
7. Considere que
la Biblia nunca se redactó para ser un manual que nos ayude a citarle o
dedicarle textos bíblicos a la gente para corregir o condenar sus acciones. La
Biblia surgió como una experiencia con Dios que después se dio testimonio de
ella, se hizo mensaje que buscaba alentar a las comunidades y fortalecer su fe;
por ello en todo relato bíblico se encuentra la experiencia con Dios y
vivencias que tuvieron hombres y mujeres. La Escritura siempre tuvo un sentido
comunitario para inspirar y alentar la fe en la vida.
8. Más
importante que citar textos bíblicos, es comprenderlos, aplicarlos, vivirlos y
enseñarlos desde nuestra propia experiencia de fe, como decía Soren Kierkegard:
“Cuando leas la Palabra de Dios, debes repetirte continuamente: “Está
hablándome a mí, y es sobre mí”.
Sobre el autor:
Ángel Manzo Montesdeoca. Máster en Estudios Teológicos por la Universidad Nacional Costa Rica, es ecuatoriano. Cuenta con estudios de posgrados en Biblia, Teología, Género y Masculinidades. Fue Rector del Seminario Bíblico Alianza del Ecuador, y pastor ordenado de la Alianza Cristiana y Misionera, profesor de Biblia y Teología. Tiene diversos libros y artículos publicados.
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