La mirada de Caín


Por Ángel Manzo, Ecuador

Las ofrendas de Caín y Abel. Duncan Walker / Getty Images
Lo diferente, distinto, diverso, lo no igual tiene su origen en Dios. La creación habla de esa forma tan variopinta del creador para hacer todo de forma diversa tanto en fondo como forma. Para él todo es bueno en la creación, que trae implícito su actuar de diversidad en la naturaleza y el ser humano (Gn 1-2).

Este contraste se observa en escena la historia de dos hermanos diferentes (Gn 4,1-8), hijos de la primera pareja humana según Génesis. El nombre del primero es Caín (adquirido, posesión, establecido) y el menor Abel (soplo, débil, fragilidad) en su carácter e intereses diversos. Sus profesiones eran distintas, el uno era pastor de ovejas y el otro agricultor de la tierra[1]. Así las ofrendas que ambos presentaron ante el Señor fueron consecuentes con quienes eran los ofrendantes, no era para menos; cada uno desde su propia forma de ver daba lo mejor de sí. Caín presentó “una ofrenda del fruto de la tierra” y Abel “los primogénitos de sus ovejas, de los mejores entre ellas”.

Dios en ejercicio de su libertad eligió la ofrenda de Abel y no la de Caín, y con esto comenzó la crisis. Hasta este momento ambos se veían como hermanos, diversos pero hermanos; pero ante la elección de la ofrenda de uno; esa diferencia comienza a ser una dificultad que terminará en la negación de ser hermano (Gn.4, 9). Pero el problema es que Caín mira hacia su hermano, cuando debía ver hacia sí. Dios le advierte lo que comienza a suceder en él:

“¿Por qué estás enojado? ¿Por qué ha decaído tu semblante?  Si haces lo bueno, ¿acaso no serás enaltecido? Pero, si no lo haces, el pecado está listo para dominarte. Sin embargo, su deseo lo llevará a ti, y tú lo dominarás” (Gn. 4,6-7).
El desenlace del relato es conocido, Caín miró más a su hermano y lo que lo diferenciaba de él; en ello atribuyó el hecho de no ser recibida su ofrenda, y lo asesinó; teniendo la posibilidad de otro destino, optó por pasar a la historia como el primer fratricida de la humanidad dominado por el odio y la envidia[2].

Asesinatos contra tantos hermanos y colegas en el ministerio se siguen gestando en nuestros días por aquello que no pudo superar Caín, y que fue el hecho de ver la diferencia del otro como una amenaza, que no le permitía mirarse a sí mismo. Siempre me he preguntado, ¿por qué molesta el otro diferente, por qué nos incomoda la forma distinta de ser del otro/otra, su estilo ministerial sus métodos y estrategias, su comprensión de Dios, si al final, Dios es glorificado? ¿Por qué el que otro tenga una forma litúrgica distinta a la mía genera sospechas, porqué si el otro no participa de mis criterios resulta que no anda bajo la sana doctrina? Quizás el problema más de fondo es que no somos capaces de mirarnos a nosotros mismos para ver lo que se oculta en nuestro interior.


A veces en nuestro interior se cuecen habas como solemos decir. Dios vio en Caín lo que él no podía ver en sí por mirar a su hermano: su enojo, su semblante de decepción, y quién sabe qué más que se anidaba en su interior (Mc 7, 20-23, cf. 1 Jn 3:11-13). Eso es lo que nos lleva a seguir asesinando a los hermanos, hablando mal del prójimo e inventando cosas por el hecho de ser distintos, a levantar sospechas de la integridad y hasta desacreditar su llamado por el “gran mal” de no ser como se piensa que deben ser.

Parece que cuestiones más profundas habitan en el interior de Caín (el problema no era la ofrenda), tal vez hay una obsesiva y compulsiva sed de dominio (especulando desde luego); pues se llega a tales actos de asesinato cuando aquel que es distinto no se ajusta a mí, que me defino como la regla o medida. En este sentido el otro me muestra y me dice algo de mí, me define y se convierte en revelación de mis pasiones y secretos más recónditos. Lo que implica que el problema no es en sí misma la diferencia, sino que EL OTRO no sea como “yo”; es decir, el “YO” asumido como la medida de Dios, de lo que dios (YO) aprueba o desaprueba. 

[1] Milton Schwantes trabajó mucho la idea de contrastar desde el tiempo en que se pudo crear el relato, el contexto de dos grupos que representaba Caín y Abel, pastoreo y agricultura, sedentarismo y seminomadismo, véase el libro Proyecto de esperanza, meditaciones en Génesis 1-11, de Milton Schwantes, CLAI, 1990.
[2] Para profundizar en el análisis, revísese la obra, Comienzos: Los once primeros capítulos del Génesis, por Fracois Castel, Editorial Verbo Divino, 2014.

Sobre el autor:
Ángel Manzo Montesdeoca. Máster en Estudios Teológicos por la Universidad Nacional Costa Rica, es ecuatoriano. Cuenta con estudios de posgrados en Biblia, Teología, Género y Masculinidades. Fue Rector del Seminario Bíblico Alianza del Ecuador, y pastor ordenado de la Alianza Cristiana y Misionera, profesor de Biblia y Teología. Tiene diversos libros y artículos publicados.

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