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De hecho, eran dos prácticas y dos leyes relacionadas. Según "el Sábado de la tierra", promulgada en el capítulo 15 de Deuteronomio, cada siete años el israelita "perdonará a su deudor todo aquel que hizo empréstito de su mano, no lo demandará más a su prójimo, porque es pregonada la remisión de Jehová ... para que así no haya en medio de ti mendigo" (Dt 15:1-4). Además, en ese séptimo año cualquier servidumbre se cancelará y todos los animales de uno, y también la tierra misma, tendrán descanso completo, que será el "sábado" de ellos también. En todo momento, los fieles tienen que atender generosamente a los necesitados, "porque no faltarán menesterosos en medio de la tierra; por eso yo te mando, Abrirás tu mano a tu hermano" (15:11). Muchos pasajes del Antiguo Testamento aluden a esta legislación (Ex 21:1-6; 23:10-11; Dt 31:10-13; Neh 10:31) y Jesús mismo cita a Dt 15:11 para mandarnos a atender a los pobres (Mt 16:11; Mr 14:7; Jn 12:8).
Después de siete "sábados de la tierra", que sumarían 49 años, el siguiente año, el número cincuenta, se proclamaba "el año de jubileo" de Levítico 25, que se menciona también en muchos otros pasajes. "Y contaréis siete semanas de años... Entonces harás tocar fuertemente la trompeta ... y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo" (Lev 25:8-10). El nombre "jubileo", que no es lo mismo de "júbilo", se deriva de la palabra hebrea para "trompeta". El año de jubileo era el año del "trompetazo de la libertad".
De nuevo en el año cincuenta, debían descansar los animales y la tierra (25:11), pero ahora es más: el texto repite dos veces que "volveréis cada uno a su posesión" (15:10,13). Cuando los israelitas entraron en Canaán, repartieron la tierra agrícola en porciones iguales a cada tribu, clan y familia, y sin duda hicieron lo mismo al regresar del cautiverio en Babilonia. Pero además, cada medio siglo se había de practicar una nueva redistribución de la tierra para volver a la igualdad para todos. Eso significaba que era imposible vender la tierra misma, ya que en el año cincuenta lo comprado regresaba a su dueño original; lo único que se podría vender y comprar fue determinado número de años de usufructo de la tierra, o sea, de cosechas futuras, hasta el año de jubileo (25:14-17).
Detrás de este arreglo económico estaba una verdad teológica aun más radical, que formula el versículo 23: "La tierra no se venderá a perpetuidad, pues la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo" (Lev 25:23). Dios es el único dueño de toda la tierra (Ex 19:5; Sal 24:1), y nosotros somos sus huéspedes en su tierra y sus mayordomos de ella. Por eso, no podemos vender lo que no es nuestro. Esto es uno de los principios bíblicos que militan fuertemente contra el concepto moderno de propiedad privada en vez de "tenencia" de bienes prestados y de mayordomía responsable y fiel de lo que no puede ser nuestro en último término.
Para neutralizar estas enseñanzas tan drásticas, algunos afirman que nunca fueron practicadas por Israel y por eso no pueden orientar nuestra conducta o inspirar nuestros valores hoy. ¡Qué argumento más extraño, como si nuestra desobediencia pudiera anular el mandamiento de Dios! Pero de hecho Israel, en sus épocas de obediencia a Dios y en momentos decisivos de su historia, como los inicios de la vida económica en Canaán y como el retorno del cautiverio babilónico (cf. Neh 10:31), sí las practicaba. Además, cuando no las practicaban, los israelitas sabían bien que debían cumplirlo y que estaban pecando al no hacerlo (Jer 34:8-17; cf. Isa 37:30).
Que Dios nos conceda a todos un "Año de Jubileo" en servicio de la igualdad, la libertad y la justicia que Dios quiere.
Sobre el autor:
Juan Stam se nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación con América Latina. Es Dr. en Teología por la Universidad de Basilea. Docente y escritor de libros, artículos y del Comentario Bíblico Iberoamericano del Apocalipsis de Editorial Kairós.
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