Este artículo hace referencia a un tema que se generó en Chile en estos días a raíz de una parodia al mundo evangélico por parte de un programa popular de televisión local.
No sé cuántos de
mis correligionarios evangélicos se habrán dado cuenta de lo especial
que es este año, que empezó con el estreno de la película Joven y alocada, y que ahora nos da Las iluminadas.
Debo partir por reconocer que no he visto lo uno ni lo otro, pero hasta
los que nos enteramos sobre la televisión a través de la prensa escrita
logramos notar que algo está pasando. Y eso que está pasando es muy
bueno: que muchos se atreven a decir francamente lo que piensan del
mundo evangélico, algunos de un modo algo virulento, otros en tanto de
una manera entretenida (según cuentan mis amigos televidentes). ¿Será
necesario decir que ambas cosas son distintas de una “persecución”?
Poquísimos
años atrás, en cambio, no se encontraba ni lo uno ni lo otro. En lugar
de eso, predominaba la falsa adulación (de ésa que en el fondo era puro
anticatolicismo, anticatolicismo suficiente para elogiar a los
evangélicos por unos cinco años, pero que no servía para nada más que
eso). La fuerza que esta adulación tenía salta a la vista si se piensa
en que sólo unos pocos años atrás se aprobó un “día nacional de las
iglesias evangélicas” -¿se imagina alguien semejante disparate en un
país protestante?- por unanimidad en el parlamento. ¡Unanimidad! ¿Habrá
alguna otra materia en nuestro país respecto de la cual ningún
parlamentario se haya atrevido a disentir del resto? Esa unanimidad no
era una muestra de respeto, sino más bien una muestra precisamente de
adulación (a mi parecer mucho más peligrosa que la actual “persecución”). Si cosas como Joven y alocada o Las iluminadas
significan el fin de la era de la adulación, tal vez la reacción
correcta sea la gratitud, o al menos eso antes que la reacción joven y
alocada, por decirlo así, de andar quejándose.
En otro
sentido es doloroso, por supuesto, porque –según escribió un amigo
comentando el suceso- a nadie le gusta que le saquen una foto en su peor
momento. ¡Qué tragedia tiene que ser esto para los que habían logrado
que se publique en la revista El sábado de El Mercurio un
artículo sobre evangélicos ABC1, donde casi se logra convencer a la
gente de que no somos tan raros! Pero ¿acaso podía haber una manera no
dolorosa de romper con algo tan desastroso como la actual subcultura
evangélica, con una relación tan enfermiza con el mundo y con un modo
tan idiosincrático de hacer las cosas?
¿Qué hay ahí
caricaturas? Sí, ¿pero de dónde cree usted que salen? ¿De la imaginación
de los productores de televisión? Digamos algo en serio: siempre va a
haber un motivo para que alguien te tenga por loco; pero puedes tratar
de que sea un buen motivo. La misma carta paulina que elogia la “locura
de la cruz” sale luego advirtiendo que uno va a ser tenido por loco si
hace determinadas cosas… (I Cor. 14:23). Esto es: que CON TODA RAZÓN uno
va a ser tenido por loco. Si hoy los evangélicos son conocidos no por
la locura de la cruz sino por toda otra clase de locuras, ¿será para
enojarse con las iluminadas? ¿O será más cuerdo enojarse con los que no
en la televisión sino en un templo se comportan como ellas? Porque en
esto, como en tantas otras cosas, la realidad muchas veces supera la
ficción. Yo, al menos, preferiría ver una caricatura que un show
evangélico de verdad.
Pero como en realidad prefiero no
ver nada, centrémonos un segundo no en el ver sino en el oír: ¿no será
hora de recordar que “amén” es una palabra con un significado preciso
–que por tanto sólo cabe usar para responder a ciertas preguntas-, que
como Dios no juega fútbol tal vez no tenga sentido pedir un aplauso para
él, que “bendiciones” no es sinónimo de “chao”, que la autenticidad de
un sermón no se mide en decibeles, y que en la iglesia antigua se
predicaba en la plaza porque el foro ERA un lugar de discusión pública
(cosa que ya no es)? Si uno no se fija en cosas como ésas, ocurre lo que
con todas sus letras ya predijo un “iluminado” de dos mil años atrás:
“van a estar hablándole al aire” (I Cor. 14:9). “Si dices esto estás
juzgando a los pentecostales”... Sí, estoy juzgando, tanto como Pablo en
I de Corintios. Pero no a los pentecostales, ¡ojalá estuviera hablando
sólo de ellos! ¿Quién no ve que hoy hay más variedad litúrgica en la
Iglesia Católica que en las evangélicas, donde la norma es copiar el
estilo de un par de telepredicadores de éxito (sea esto lo que fuere),
de modo que tenemos por resultado un casi totalmente uniforme retail de la fe? No, no hablo de los pentecostales, sino de la casi totalidad del mundo evangélico.
Es
bonito poder pensar, como varios lo han hecho a propósito de la
discusión esta semana, en pasajes como “alegraos cuando os persigan por
mi nombre”. Pero uno haría bien en recordar antes a personas
efectivamente perseguidas, y sonrojarse entonces por haber creído estar
en la misma categoría. Uno hará bien, también, en recordar que no cada
vez que a uno lo persiguen es por Su nombre, sino muchas veces por nuestro tal vez merecido mal
nombre. Es natural, claro está, que a cualquier creencia la acompañe un
conjunto de prácticas que la transforman en una especie de subcultura.
Pero dicha subcultura requiere de constante revisión (y requiere
intentar dejar de ser “sub”). Porque ella puede volverse no un vehículo,
sino un obstáculo al mensaje que se quiere llevar. Hoy es eso lo que ha
sucedido: la cultura evangélica se ha vuelto un tropiezo para el
evangelio, ¡hasta para los mismos evangélicos! Entonces, en vez de
rasgar vestiduras por Las iluminadas, habría que agradecer a
Megavisión por esta buena oportunidad para decir las cosas como son, y
empezar a rasgar vestiduras por cosas bien distintas.
Sobre el autor:
Manfred Svensson es chileno, Doctor en Filosofía por la Universidad de München, profesor de Filosofía Medieval en la Universidad de los Andes. Se dedica sobre todo a los "límites" de la filosofía medieval, su comienzo en Agustín, su fin en el siglo XVI o XVII, donde le interesan autores como Melanchthon, y Locke en el siglo siguiente -en pocas palabras: todo el problema de continuidad y descontinuidad entre mundo medieval-Reforma-modernidad. Fuera de la Universidad se dedica sobre todo a escribir trabajos de difusión y formación general para las iglesias evangélicas.
Sobre el autor:
Manfred Svensson es chileno, Doctor en Filosofía por la Universidad de München, profesor de Filosofía Medieval en la Universidad de los Andes. Se dedica sobre todo a los "límites" de la filosofía medieval, su comienzo en Agustín, su fin en el siglo XVI o XVII, donde le interesan autores como Melanchthon, y Locke en el siglo siguiente -en pocas palabras: todo el problema de continuidad y descontinuidad entre mundo medieval-Reforma-modernidad. Fuera de la Universidad se dedica sobre todo a escribir trabajos de difusión y formación general para las iglesias evangélicas.