Los cristianos no pueden predicar en la plaza. Sé que suena a un
veredicto muy severo, y que alguien (sobre todo si sólo ve el título) me
acusará de estar atacando gratuitamente a algunos de los cristianos más
fervientes, de esos que, como Pablo, no se avergüenzan del evangelio.
¿Acaso no veo la clase de personas abnegadas que son muchos de aquellos
que predican en las plazas? Sí, lo veo. Mi duda no es sobre si acaso
existen hoy cristianos abnegados, sino si acaso existen hoy plazas.
Existe, por supuesto, el tipo de lugar al que llamamos plaza. ¿Pero
existe hoy algo equivalente a una plaza del mundo antiguo? Ésa es la
pregunta decisiva, porque quienes predican hoy en una plaza lo hacen
porque ven continuidad entre esa actividad y la predicación cristiana
antigua, como la encontramos retratada, por ejemplo, en el libro de
Hechos. Y ésa es la pregunta: ¿existe hoy la plaza, del modo en que
entonces existía la plaza?
Para responder a eso hay que mirar al menos en dos direcciones: por
una parte a las plazas antiguas, por otra parte a la ciudad moderna. La
plaza antigua es un espacio público, de vida política, y también un
espacio de intercambio de ideas, donde Pablo puede enfrentarse a
estoicos y epicúreos. Quien mire a la ciudad moderna, entiende de
inmediato que, por sus solas dimensiones, ésta no puede tener una plaza
en el sentido antiguo del término. La plaza es hoy un lugar en el que se
puede vender alguna obra de arte, en el que hay un columpio para los
niños, en que un desempleado pasa el día esperando que alguien le eche
una mano. Sin duda está bien si alguien predica al vendedor de arte, a
los padres del niño que se columpia y al desempleado. Pero a éstos se
les puede hablar en voz baja –porque sería absurdo pensar que aquí estoy
haciendo vida pública, porque una plaza en el sentido antiguo no es.
Pero entonces hay que preguntarse si acaso hay otro lugar que
reemplace lo que ocurría en una plaza antigua. Son sin duda muy pocos
los espacios. Hay un sentido en que la universidad puede ser la nueva
plaza. Ahí hay estoicos y epicúreos, y mucho más que eso. Pero hay otros
sentidos en que la universidad no es y no tiene por qué ser una plaza:
aquí hay discusión de ideas –con suerte-, pero discusión sometida a
procedimientos propios de la universidad. Algo de vida de plaza hay tal
vez en el mundo virtual, en las redes sociales y blogs. Ahí, al menos
ocasionalmente, puede verse algo de intercambio de ideas. Pueden
volverse espacios de encuentro y espacios de examen. Pero pueden también
ser espacios de insulto, o pueden volverse espacios de propaganda en
lugar de conversación.
Los cristianos no pueden predicar en la plaza, porque la plaza no
existe. Esa conclusión debiera estar lejos de paralizarnos: significa
que junto con la tarea de predicar, los cristianos tienen hoy también la
tarea de hacer que las plazas existan. Para eso se necesita gente que
no se avergüenza, pero ésa está lejos de ser la única cualidad que vamos
a necesitar.
*Artículo publicado originalmente en Estudios Evangélicos, revista digital de la cual Manfred es uno de los editores
Sobre el autor:
Manfred Svensson es chileno, Doctor en Filosofía por la Universidad de München, profesor de Filosofía Medieval en la Universidad de los Andes. Se dedica sobre todo a los "límites" de la filosofía medieval, su comienzo en Agustín, su fin en el siglo XVI o XVII, donde le interesan autores como Melanchthon, y Locke en el siglo siguiente -en pocas palabras: todo el problema de continuidad y descontinuidad entre mundo medieval-Reforma-modernidad. Fuera de la Universidad se dedica sobre todo a escribir trabajos de difusión y formación general para las iglesias evangélicas.