Si Jesús viviera hoy, ¿jugaría al fútbol?

Por Alexander Cabezas, Costa Rica
Imagen: Pixabay
“¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes”.  Esta es la conclusión de Eduardo Galeano en su libro El Fútbol a sol y sombra y otros escritos.

Las palabras de este escritor uruguayo abren otras venas de cómo se percibe este deporte en nuestra sociedad contemporánea. Y no es para menos:  el fútbol es más que el simple encuentro de dos equipos rivales que buscan marcar goles.

El fútbol constituye una cosmovisión de la vida y requiere algo más que el simple ejercicio de disfrutarlo, ya sea en un estadio, frente al televisor o en la intimidad del hogar rodeado de amigos y familiares.

Dicho de otro modo, el fútbol es también un constructo sociocultural que se expresa como una subcultura donde emerge un mundo que comunica valores, creencias, códigos y rituales, y se conjuga con intereses políticos, financieros e, incluso, teológicos.

No se trata de una exageración. En la Copa Mundial de Fútbol de 1986 a un gol de Maradona se le dio el título de «el gol con la mano de Dios» y actualmente ya no es sólo una mano, es una figura venerada por algunos fanáticos (¡supongo que con su pésimo papel como entrenador habrá perdido feligreses!).

El fútbol es un fenómeno que moviliza a cientos y millones de seguidores de todas las edades, naciones, etnias, culturas y lenguas. Nada más cercano a una metáfora escatológica del poder que tiene este deporte para trascender su propio entorno.

Fe y fútbol

En los últimos años ha crecido el número de futbolistas que han expresado públicamente su fe, a pesar de que la FIFA esté empeñada en no permitir que los jugadores ostenten signos cristianos externos o que los equipos oren antes de un partido.

Aunque considero que es digno de admiración el hecho de que los jugadores quieran reivindicar su fe sin subterfugios, creo que el problema está en que se haga como una especie de proselitismo. Y en este sentido se expresa Juca Kfouri, periodista deportivo brasileño, que dice que «(los cristianos) se reúnen para orar en la concentración y quien no participa es mal visto, quieren forzar a todo el mundo a tener la misma religión y a pagar el diezmo»[i].

Eloísa Martín, profesora de sociología, sostiene que en los clubes brasileños hay una cosmovisión religiosa equivocada que lleva a algunos deportistas a  espiritualizar el juego. Martín observaba: «Si un futbolista erró un penalty fue porque Dios estaba poniendo a prueba su orgullo o porque fue un castigo por algún pecado cometido»[ii].

No estoy muy seguro de la imparcialidad de las opiniones de Kfouri y Martín, si se tiene en cuenta que sus comentarios expresan una opinión ajena a la fe; sin embargo, ponen de manifiesto ciertos aspectos que deberían ser considerados y analizados.

Por otro lado, nos guste o no, el fútbol ha penetrado dentro de las estructuras eclesiásticas y compite en su cancha contra las congregaciones que se reúnen los domingos. Basta constatar que la programación de un gran partido provoca que el índice de los asistentes masculinos al templo o iglesia descienda significativamente.

En este sentido, es loable la labor que realizan algunas comunidades de fe que, ante la urgencia de ser relevantes y pertinentes, están llevando a cabo estrategias innovadoras para crear puentes entre los aficionados y la fe, y buscando alternativas más allá de los domingos para atender a las personas. Pese a ello, se observa cierta tensión y nos surge una pregunta importante: ¿Hasta dónde deberían llegar las iglesias en su intento de amoldarse a los aficionados cristianos?

No es mi intención señalar sólo los aspectos negativos del fútbol como subcultura, porque este es un deporte que, tratado como tal y en el lugar que le corresponde, es un sano ejercicio y un buen entretenimiento, aunque reconozco mi falta de afición. Muchas personas vibran al calor de un buen partido y el fútbol es capaz de contagiar a una nación e incluso a todo un continente.

Por supuesto, somos responsables de buscar el equilibrio y poner cada cosa en el lugar que le pertenece. Ningún extremo es saludable en sí mismo, y en este aspecto algunos se encuentran con serias complicaciones.

Hace poco, navegando en la red, encontré el comentario de una persona que supongo representa a un cierto sector, que afirmaba que en la Biblia no encontramos que Jesús apoyara o practicara deporte alguno. Por esa razón concluía tajantemente que, al no ser algo bíblico, el cristiano no debería participar en ningún deporte, ¡incluyendo el fútbol! Me parece que dicha conclusión, con el respeto que se merece, refleja una comprensión hermenéutica muy limitada y una escasa contextualización de las escrituras.

Creo que si Jesús hubiese vivido en nuestros días ¡estaría jugando a fútbol y del bueno! Con mi comentario lo que afirmo es que si Jesús hubiese sido contemporáneo nuestro no tendría objeción alguna en la práctica de este deporte. No estoy seguro si lo veríamos entrenando en el club deportivo «HaHitakhdutleKaduregel beYisrael IFA» (Asociación de Fútbol de Israel), sencillamente porque su misión de vida era otra. Pero, conociendo lo involucrado que estaba socialmente, no me cuesta imaginarlo con los tacos puestos jugando en las calles y en las plazas con sus amigos y conocidos. También le encontraríamos en los estadios haciendo lo que él más amaba hacer: relacionarse con las personas y atenderlas, ¡sin importar el color de la camiseta deportiva!

Claro está, Jesús no siempre favoreció todos los elementos culturales y subculturales que encontró durante su época, sobre todo cuando estos eran contrarios a los valores del reino que él promovía. Nuestro reto actual es ir más allá de la superficie cultural y subcultural, y el campo del fútbol no es la excepción.

Adoptar una postura, cualquiera que esta sea, debe ser respaldada por la solidez y la congruencia de lo que representa comprender la cultura y los aspectos que se derivan de ella, para poder actuar correctamente como cristianos, ya sea en la cancha o en otro espacio social.

Notas:

[i] Lissardy, Gerardo (2011) Religión y fútbol comparten la cancha en Brasil. Recuperado el 01 de mayo 2014
[ii] Ibíd.

Sobre el autor:
Alexander Cabezas Mora es costarricense, se ha desempeñado como pastor, profesor de varios seminarios teológicos, y consultor en materia de niñez y adolescencia. Tiene una maestría en Ciencias de la Religión con énfasis en liderazgo, por parte de ProMETA y una maestría en Teología por parte del South African Theological Seminary (SATS). A participado como escritor y coescritor de varios libros entre ellos Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez y Oración con los ojos abiertos.


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