Hay un relato evangélico siempre presente para explicar lo que le ha ocurrido a otras iglesias: decimos que se volvieron teológicamente liberales, y que acto seguido se vaciaron sus iglesias. Ahora bien, mucha gente razonable cree que esta explicación es falsa. Yo creo que es verdadera. Pero concedo que suele tener algo de falsa en boca de quienes la pronuncian. Y el error, según creo, se encuentra en lo que en tal frase se entiende por liberalismo.
Para el evangélico promedio de hoy, creo que la afirmación precedente significa básicamente algo así como “admitieron obispos homosexuales, y por lo tanto se vaciaron sus iglesias”. Y con esto -con la idea de que esto sea una descripción adecuada del liberalismo- con esto sí que no estoy de acuerdo. El problema es que el evangélico promedio -y cualquier hombre promedio de hoy- cree que “liberalismo” es una categoría primariamente moral: que alguien es liberal recién cuando dice algo a favor de la homosexualidad o del aborto, o algo a favor de la autonomía de la voluntad humana. Cuando eso ocurre, nos levantamos con alarma para decir que tal o cual teólogo es liberal, que tal o cual iglesia es apóstata. Pero la verdad es que eso es –y siempre ha sido- sólo la última fase del liberalismo.
El liberalismo, como proyecto político y teológico, arranca mucho más atrás. En el momento de volverse liberales, la mayoría de las iglesias eran todavía firmes adherentes de la moral cristiana tradicional (con distorsiones tal vez, pero tal como siempre las ha habido). Su liberalismo consistía precisamente en reducir el cristianismo a la práctica, en reducir su contenido doctrinal, en denunciar las grandes formulaciones doctrinales como si fueran producto de una síntesis entre el espíritu griego y la Biblia. Había que reducir el dogma -menos credos y más acción- para hacer digerible el cristianismo a los contemporáneos ilustrados. Es decir, era un minimalismo doctrinal con motivos misioneros.
Pero una vez que uno se vuelve consciente de eso, de que ésta es la lógica básica del liberalismo, lo que de inmediato se notará es que la mayoría de las iglesias evangélicas, mientras critican a otras iglesias por liberales, se encuentran ya ellas mismas por esa ruta. Sólo que aún no han llegado a la “fase moral” del liberalismo. Pero el resto de su discurso es muchas veces una mezcla de pietismo con protestantismo liberal del siglo XIX. Siempre se suele acentuar sólo lo primero, el elemento “pietista” del mundo evangélico contemporáneo. Pero me parece claro que hoy es igualmente significativo el segundo factor: por motivos misioneros -tanto entonces como hoy es la mejor motivación la que está detrás- encontramos una constante reducción del cristianismo. Ya no es el liberalismo ilustrado de las universidades alemanas, sino que tal vez lo tendremos que llamar “liberalismo pop”. Y digo eso no pensando en la música, sino en la “psicología pop” con la que se pretende volver más atractivo el cristianismo. Pues así, esto incluso se ve modificado en una dirección más peligrosa que la del liberalismo del siglo XIX. Mientras que éste habría dicho “menos doctrina y más práctica, Jesús es un héroe moral”, el liberalismo pop evangélico dirá “menos doctrina, porque Dios quiere que te sientas bien”. Pero lo que eso significa es que el liberal del siglo XIX todavía ponía exigencias, representaba un desafío, mientras que el liberalismo pop evangélico es la rama religiosa de la sociedad del bienestar.
Manfred Svensson es chileno, Doctor en Filosofía por la Universidad de München, profesor del Instituto de Filosofia de la Universidad de los Andes. Fuera de la Universidad se dedica sobre todo a escribir trabajos de difusión y formación general para las iglesias evangélicas. Es autor del libro "Reforma protestante y tradición intelectual cristiana" (Barcelona, 2016)
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