Samuel Escobar |
Es un síntoma de madurez cristiana el hecho de
que un Congreso de Evangelización tenga en su agenda el tema de la
responsabilidad social de la Iglesia. Se revela aquí un saludable
cambio de actitud dentro de las filas evangélicas. Se trata de una toma
de conciencia impostergable si es que de veras vamos a cumplir con
nuestra misión, con la comisión del Señor, en estas tierras
convulsionadas por el hambre, la explosión demográfica, las injusticias
sociales flagrantes, la corrupción administrativa y la violencia en sus
diversas formas.
El tema es vasto y múltiples sus
facetas, pero debemos limitarnos debido al tiempo con que contamos y a
la naturaleza de este congreso. En consecuencia, son necesarias dos
aclaraciones en cuanto a la presente ponencia.
En primer lugar debemos hacer
profesión de fe evangélica y bíblica. El autor desea destacar que
trabaja dentro de un movimiento interdenominacional que sostiene una
base de fe, la cual incluye las doctrinas fundamentales de la fe
evangélica. Hasta aquí en América Latina ha habido tendencia a
identificar la preocupación por lo social con el liberalismo teológico, o
con un enfriamiento en cuanto a la tarea evangelizadora. Debemos de una
vez por todas acabar con esa confusión lamentable. Existe suficiente
base en la historia de la Iglesia y en las enseñanzas de la Palabra de
Dios para afirmar rotundamente que la preocupación por la dimensión
social del testimonio evangélico en el mundo no es un abandono de las
verdades fundamentales del Evangelio, sino que es más bien un llevar
hasta sus últimas consecuencias las enseñanzas acerca de Dios,
Jesucristo, el hombre y el mundo, que forman la base de dicho Evangelio.
Esta tesis intentaremos desarrollar en el presente trabajo.
En segundo lugar, nos hemos propuesto
presentar el tema dentro del contexto. de la evangelización y referido a
ésta. Debido a ello sólo podremos esbozar algunos problemas y aspectos
fundamentales. Sin embargo, es importante destacar que entre los
evangélicos existe un malentendido que contrapone evangelización y
acción social, como si una excluyera a la otra. Sostenemos que una
evangelización que no toma nota de los problemas sociales y que no
anuncia la salvación y el señorío de Cristo dentro del contexto en que
viven los que escuchan, es una evangelización defectuosa que traiciona
la enseñanza bíblica y no sigue el modelo propuesto por Cristo, quien
envía al evangelizador.
I. Breve referencia histórica
El descuido de los evangélicos frente
al tema de la responsabilidad social se explica por razones históricas.
La mayoría de nuestras iglesias provienen de misiones surgidas en el
mundo anglosajón desde el siglo pasado, con un notable incremento luego
del fin de la I Guerra Mundial. En algunos casos la teología o más bien
la mentalidad pietista de estas misiones llevó a concebir la vida
cristiana como separada del mundo. La hostilidad del ambiente católico o
semipagano agudizó esta "separación". De esta manera varias esferas de
la vida de los creyentes quedaron desvinculadas de su fe. Por otro lado,
el rechazo del mundo significó una separación de aspectos importantes
de la cultura de su país.1
Pero quizás lo que afectó más nuestra
actitud fue la polémica entre fundamentalismo y modernismo desde
comienzos de este siglo, y el rechazo del fracasado "Evangelio Social".2
Se llegó a identificar toda preocupación por los problemas sociales y
políticos como intento de introducir "el evangelio social", y al final
se llegó al punto en que se disculparon la falta de compasión y
obediencia como actitudes de "defensa de la fe".
Como Carl F. H. Henry ha demostrado,
esto era una corrupción de la lucha evangélica por la ortodoxia, una
peligrosa tergiversación de su intento original. Basta una cita para
comprobarlo. En el último tomo de la famosa colección de libros The Fundamentals "libros que jugaron un papel muy importante en la lucha contra el modernismo” el Prof. Charles Erdman decía:
Y agregaba más adelante:Un verdadero Evangelio de la gracia es inseparable de un Evangelio de las buenas obras. No se pueden divorciar las doctrinas cristianas de los deberes cristianos. Con la misma claridad con que define la relación entre Cristo y el creyente, el Nuevo Testamento define la relación entre el creyente y los miembros de su familia, los vecinos en su comunidad y los conciudadanos en su país. Necesitamos poner un énfasis renovado, hoy en día, en las enseñanzas sociales del Evangelio y debemos hacerlo nosotros que aceptamos la totalidad del Evangelio y no dejar que esas enseñanzas las interpreten y apliquen solamente aquellos que niegan lo esencial del cristianismo...
Hay quienes se sienten muy cómodos con lo que consideran predicación ortodoxa aunque saben bien que sus riquezas provienen de negocios sucios y de la opresión del pueblo. La supuesta ortodoxia de tal predicación es probablemente defectuosa en sus afirmaciones acerca de las enseñanzas sociales del evangelio. Se puede ser un bandido y un pirata social y todavía creer en el nacimiento virginal y en la resurrección de Jesucristo.3
Estas son palabras escritas allá por 1911, por un precursor del fundamentalismo bien entendido.
Así pues, las razones históricas
explican nuestro descuido pero se impone una toma de conciencia y una
corrección. A pesar de ello hay otro sentido en el cual una mirada a la
historia nos hará bien. En lo que se refiere a la dimensión social del
testimonio cristiano ha habido un retroceso paralelo al crecimiento de
las iglesias. Los observadores no evangélicos que procuran interpretar
nuestra presencia en América Latina han mostrado que los evangélicos
tuvieron inicialmente un impacto social.4
Estuvieron, por ejemplo, a la vanguardia de la reforma agraria en
Bolivia; de la atención hospitalaria en ciertas zonas como el área
andina; de la educación popular en Argentina, Perú, México o Cuba; de
las libertades civiles y en particular la religiosa; de la lucha a favor
del indígena y sus derechos, y de varias causas más.
Por un lado ciertas misiones tuvieron
un interés definido en la labor social, estableciendo, por ejemplo,
colegios cuya fama e influencia son ya parte de la tradición educativa
de ciertos países. Debiéramos cuidarnos de la tentación de arrojar la
primera piedra cuando se trata de juzgar esa tarea precursora. Por otro
lado se puede observar que misiones que no tenían interés en lo social
terminaron por establecer instituciones de servicio abrumadas por la
urgencia de los problemas que confrontaban. Hasta podría decirse a
veces que aun en misiones muy conservadoras sobre este asunto, los
misioneros de comienzos del siglo mostraron mayor sensibilidad a las
necesidades. Pareciera como si el crecimiento de las iglesias y
denominaciones hubiese concentrado la atención en la maquinaria
eclesiástica misma, cerrando los ojos ante las necesidades del mundo,
acallando la compasión en un típico proceso de aburguesamiento.
Un aspecto más del impacto social del
Evangelio fue la subida en la escala social. Se observa en muchos casos
que comenzando en los estratos bajos de la sociedad, en el curso de una
o dos generaciones el Evangelio ha producido cierta movilidad social
hacia arriba. Es así como el hijo de padres evangélicos casi
analfabetos puede llegar hasta la Universidad gracias al cambio que
Cristo operó en su padre al convertirse. ¿Hasta dónde han tomado nota
las iglesias de esta realidad? De hecho no se ha desarrollado
adecuadamente la enseñanza del principio "a quien se haya dado mucho,
mucho se le demandará", en su aplicación a la responsabilidad social del
cristiano.
El momento particular en que vive
América Latina es un momento de revolución, de rápidos cambios sociales,
de transformación. La presión social de las masas marginalizadas que
encuentran en los intelectuales y estudiantes sus intérpretes, no ha
podido ser acallada ni por todo el aparato militar y policial en
nuestros países. La agitación política encuentra en ella un campo
fértil para todo tipo de extremismo. Las recetas económicas o
sociales contenidas en el credo de nuestros hermanos anglosajones no
funcionan en esta explosiva realidad. Esta hora nos toma por sorpresa
con preguntas para las que no tenemos respuesta aunque hace rato que
debiéramos haber empezado a considerar. El desajuste entre generaciones
que aflige a las iglesias más antiguas es una clara muestra que no
tenemos respuestas para las preguntas de hoy, y nuestros mejores jóvenes
se van a buscarlas en otros lugares.
Aunque sea una caricatura, creemos que es muy elocuente la síntesis que hizo un joven evangélico de la situación.
En el pasado nos han dicho que no nos preocupemos por cambiar la sociedad porque de lo que se trata es de cambiar a los hombres. Los hombres nuevos cambiarán la sociedad. Pero cuando los hombres nuevos empiezan a preocuparse por cambiar la sociedad se les dice que no se preocupen, que el mundo siempre ha estado mal, que nosotros esperamos cielos nuevos y tierra nueva y que este mundo está condenado a la destrucción ¿para qué intentar mejorarlo? Lo malo es que quienes esto enseñan disfrutan muy tranquilos de todas las ventajas que este mundo pasajero les ofrece y las defienden con pasión cuando parecen en peligro.
II. La misión de la iglesia y el contexto social
Sin duda que en este Congreso voces
autorizadas destacarán los diversos aspectos de la misión evangelizadora
de la Iglesia, su urgencia y sus consecuencias. Sin embargo, a riesgo
de despertar controversias y siguiendo a la teología evangélica,
debemos afirmar que la evangelización es una de las tareas de la
Iglesia, que no es la única tarea de la Iglesia y que no termina en la
proclamación. La comprensión de la evangelización como tarea central no
debiera llevarnos a cerrar los ojos a las otras tareas urgentes: la
enseñanza de "todo el consejo de Dios" tendiente a que los creyentes
progresen hacia la "madurez en Cristo"; el culto corporativo como
expresión de la comunión en Cristo; el servicio mutuo y el cultivo de
aquel tipo de relación que hace de la comunidad cristiana una expresión
visible de la acción del Espíritu en las vidas de los hombres. Es
decir: marturia, koinonia y diaconía. La Iglesia
es más que una proclamadora, hábil en la comunicación de contenidos
mentales: es la expresión visible de la verdad que proclama.
En el Nuevo Testamento la evangelización no parece haber sido nunca una "cuestión debatida". Es decir, no se encuentra a los apóstoles instando, exhortando, regañando, planeando y organizando programas evangelísticos. En la iglesia apóstolica la evangelización era algo que se daba por sentado, y funcionaba sin técnicas ni programas especiales. Simplemente sucedía... Brotando sin esfuerzo de la comunidad de los creyentes como la luz brota del sol, era automática, espontánea, continua, contagiosa...San Pablo no exhortaba repentinamente a sus iglesias a suscribirse para la propagación de la fe; le interesaba mucho más explicarles qué es la fe, y cómo deben practicarla y guardarla..."5
Resulta evidente la artificialidad de
enseñar técnicas de comunicación del mensaje desvinculadas de un
énfasis primero en la vida del cristianismo y el testimonio total de la
comunidad cristiana. Y ese testimonio de la comunidad cristiana no se da
en el aire, se da en el mundo, en barrios concretos, de ciudades
concretas, de sociedades concretas. Se da no a hombres en abstracto,
sino a hombres de carne y hueso que viven dentro de determinadas
estructuras sociales, que sufren, gozan, se ilusionan y se desilusionan,
luchan y esperan.
En cuanto estudiamos el Nuevo
Testamento a la luz de su contexto social percibimos la forma en que los
autores apostólicos son perfectamente conscientes del mundo en que
viven y son bastante precisos en su enseñanza sobre cómo vivir la fe
dentro de las realidades y las instituciones de ese mundo. Los pasajes
didácticos del Nuevo Testamento cuando no se ocupan de la exposición
teológica se ocupan en gran medida de las obligaciones y relaciones
sociales de los creyentes. Mucho menos atención dedican, por ejemplo, a
los deberes religiosos o al ejercicio de la piedad.6
Es así como moviéndonos alrededor
del tema de la evangelización podemos al mismo tiempo examinar las
pautas para la realización de nuestra responsabilidad social. Nuestra
pauta es Cristo, quien es también nuestro Evangelio, el poder y la
sabiduría de Dios para nosotros, el que por su Espíritu mora en
nosotros aquí y ahora, en este agitado 1969 en América Latina.
III. El camino de la encarnación
"Como me envió el Padre, así también
yo os envío". Comentando sobre la aplicación de estos versículos, en
los estudios bíblicos del Congreso de Berlín, el pastor John Stott
dijo:
Me atrevo a asegurar que aunque estas palabras representan la forma más simple de la Gran Comisión, son al mismo tiempo las que expresan mayor profundidad, las que nos redarguyen más poderosamente y también, por desgracia, las más olvidadas. En estas palabras, Jesús nos dio no solamente un mandato de evangelizar ("el Padre me envío, yo os envío a vosotros") sino también una norma de evangelización... ("Como el Padre me envío, así también yo os envío"). La misión de la Iglesia en el mundo es ser como Cristo en todo. Jesucristo fue el primer misionero y toda nuestra misión se deriva de El.7
Esta es la verdad maravillosa de la
encarnación. Dios se hizo hombre. El Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros. Jesús no cumplió su misión desde lejos. Lo vemos como un niño
que nace y crece. Como un hombre que vive las peripecias de miembro de
una clase social desfavorecida en un país colonizado y explotado. No se
trata de un dios disfrazado para hacernos creer que es hombre. El mismo
Juan que pone énfasis en su deidad nos describe la realidad de su
humanidad. No sería posible su tarea redentora sin esta identificación,
este vivir como hombre en medio de los hombres. Amigo de publicanos y
pecadores, los recibe, come con ellos, sin intentar defenderse de las
consiguientes acusaciones. Es este el Señor que nos envía. Y es así como nos envía.
Yo creo personalmente que nuestro fracaso en obedecer las implicaciones del mandato "así también yo os envío" constituye la más trágica debilidad de los cristianos evangélicos en el campo de la evangelización hoy en día. No nos identificamos. Creemos tan fuertemente en la proclamación (y muy justamente), que tendemos a proclamar nuestro mensaje a la distancia. A veces parecemos gente que da consejos sobre la seguridad de la playa a hombres que se están ahogando. No nos echamos al agua para salvarlos. Nos espanta tener que mojarnos, además ello implica muchos peligros. Olvidamos que Jesucristo no envío su salvación desde el cielo. Nos visitó con gran humildad.8
Intentemos, por tanto, bosquejar algunas consecuencias del mandato del Señor relacionadas con nuestra responsabilidad social.
1. La Iglesia es un grupo social.
El hecho de que es el pueblo de Dios no quita que sea un grupo
compuesto de seres humanos, que adopta formas de conducta social y
estructuras de relación como las del medio en que vive. Las iglesias
pueden por ello convertirse en iglesias de blancos con teología
segregacionista, iglesias de clase media con mentalidad y hábitos
burgueses. Por ello también pueden convertirse en grupos de presión
dentro de la sociedad manipulados para fines políticos. Por ello
también pueden convertirse en una especie de "quistes" extraños al
cuerpo social en que viven, difundiendo una cultura, formas de vestir o
de divertirse extrañas a su medio ambiente. Este es un peligro que va
ligado al hecho de que seguimos siendo hombres entre los hombres.
Hay que tomar conciencia de él
precisamente para combatirlo. Hay que aprender a distinguir entre lo que
es bíblico y fundamental y aquello que es sólo reflejo de la realidad
social y cultural. Precisamente el énfasis en lo que es esencial en el
llamado y misión de la Iglesia es el correctivo contra el
condicionamiento sociológico, pero hay que reconocer que éste existe.
2. Identificación con lo latinoamericano.
Por las razones históricas ya mencionadas frecuentemente nuestras
iglesias han vivido dentro de una sub-cultura anglozajonizada. Con qué
frecuencia hemos observado entre nuestros líderes y pastores un total
desconocimiento de la literatura, el folklore y la historia de América
Latina. Observadores agudos han señalado el fenómeno de imitación del
misionero que lleva a muchos a hablar con los mismos defectos
lingüísticos que éste o a opinar sobre economía y política siguiendo
servilmente la opinión del misionero. Tenemos que aprender a ser
hombres de nuestro pueblo y de nuestra época. No se trata aquí de ese
falso nacionalismo, el chauvinismo que utiliza la bandera de lo nacional
para cubrir ambiciones egoístas. Se trata de tomar conciencia de que
Dios nos ha puesto aquí y ahora.
La identificación que se requiere no es imitación sino una efectiva participación como miembro de la sociedad. Para participar eficazmente no es necesario negar la herencia cultural propia "lo que en verdad es imposible aunque se proponga uno hacerlo" sino emplear ese caudal en beneficio de toda la comunidad a la que uno se ha integrado.9
Y esto nos lleva a un nivel más profundo de la identificación.
3. El Evangelio no es una ideología de la clase media.
Si miramos atentamente la estructura social latinoamericana, notamos de
inmediato que hay algunas capas que no estamos tocando con el mensaje
de Jesucristo: la aristocracia terrateniente o la alta burguesía
industrial, las élites culturales ("intelligentsia"), los obreros
organizados, ciertos sectores amplios del estudiantado y las masas
campesinas. Somos o nos volvemos rápidamente iglesias de clase media con
mentalidad de clase media.10 Me atrevería a
afirmar que inclusive iglesias que sociológicamente no son de clase
media, desarrollan una mentalidad de clase media.
Hubo un momento en América Latina en
que se pensó que las clases media tenían un papel clave para el futuro.
El curso de los acontecimientos ha producido un desengaño en este
sentido. Por un lado la clase media es un sector no muy grande de la
población: 13% en Bolivia, 15% en Brasil, 39, 7% en la Argentina, 31% en
Uruguay. Por otro lado ha optado por un camino de dependencia mental y
estructural de las oligarquías a tal punto que un observador otrora
entusiasta (1955) del papel de la clase media escribe menos de una
década después (1964): "La clase media es cada vez menos un factor de
cambio social y entra a formar parte de la vasta parasitología
latinoamericana".11 Serán otros los grupos o
clases sociales que promoverán el cambio. Y precisamente a ellos no está
alcanzando el mensaje del Evangelio. ¿Por qué?
Predicamos un mensaje que llama a los
hombre al arrepentimiento y a la nueva vida en Cristo. Nuestros
sermones y tratados piden a los borrachos que dejen el alcohol, a los
ladrones y delincuentes que dejen la mala senda, a los hijos
desobedientes que respeten a sus padres. Prometemos a los neuróticos que
encontrarán paz espiritual y a los desequilibrados psíquicos que
hallarán la fuente de la tranquilidad. ¿Y qué dice nuestro mensaje a los
explotadores de los indios, a los capitalistas abusivos, a los
policías venales y corruptos, a los políticos sucios? ¿De qué se
tienen que arrepentir los "bueno muchachos" (es decir los "jóvenes
ricos") de nuestras iglesias? ¿No es un pecado, o la manifestación del
pecado, esa indiferencia cómoda ante el sufrimiento de las masas de
nuestro continente o de ciertos sectores olvidados? Se han puesto de
moda los "desayunos presidenciales" y las reuniones con autoridades.
¿Han alzado alguna vez los evangélicos una voz profética en ellos? ¿No
estamos más bien procurando granjearnos las riquezas y privilegios de
corazones no arrepentidos entre los poderosos, garantizándoles que el
Evangelio producirá obreros que no hagan huelga, estudiantes que canten
coritos en vez de pintar paredes con lemas de lucha social, guardianes
de la paz al precio de la injusticia? No nos extrañe entonces que
aquellos corazones sensibles al dolor de nuestro pueblo, a la miseria, a
la injusticia, en vez de ser agitados por el mensaje revolucionario de
Cristo que cambia el corazón más negro, se vayan tras los agitadores de
cualquier ideología de moda. No nos extrañe entonces que en ciertos
países tantos jóvenes evangélicos se hayan hecho guerrilleros y no
quieran saber nada más con la Iglesia. ¿Sobre quien caerá la sangre de
ellos?
Un ejemplo más de nuestra falta de
presencia y encarnación en toda la realidad latinoamericana es nuestra
actitud ante el problema de la población. El hambre y el sufrimiento
tienen que ver con el crecimiento pavoroso de la población. Pero ésta no
es la única causa, si somos honestos. Es también la pésima distribución
de la riqueza y la estructura injusta. Muchos evangélicos se han
embarcado con entusiasmo en los programas de promoción del control de la
natalidad, como forma de labor social. Ello es loable en mi opinión.
Pero sería bueno ver igual entusiasmo para combatir las otras causas
del hambre. No lo vemos. Creo que la razón es simple. En el control de
la natalidad son "los de abajo" los afectados. Si se molestan no nos
inquieta mucho. En el caso de la distribución injusta de la riqueza o de
las estructuras obsoletas, nuestra acción o nuestra opinión molestaría
a "los de arriba". Hemos hablado y escrito acerca de Juan Hus o de Juan
Wiclif, precursores evangélicos de la Reforma. ¿Nos hemos dado cuenta
hasta qué punto la labor evangélica de estos hombres estuvo vinculada a
ese sentimiento nacional (inglés y bohemio) que luchaba contra el
imperialismo de aquellos días? ¿Por qué el mensaje de ellos arraigó
entre las masas? No era un evangelio descarnado.
Con todo esto no queremos decir que
sea pecado pertenecer a la clase media. Queremos decir que el mensaje de
Cristo no puede ser reducido a las preferencias, conveniencias e
intereses de la clase media. Nuestra "encarnación" en la totalidad
de la sociedad latinoamericana nos llevará a sentir el inconformismo de
los estudiantes, el ansia de justicia y pan de los campesinos y obreros,
el anti-americanismo de las élites cultas. Porque por todos éstos
también murió Cristo, porque no podemos admitir que están
"sociológicamente predestinados" a no oír el Evangelio.
4. El Evangelio no es un programa social y político.
No se trata, entiéndase bien, de que las iglesias evangélicas tienen
que proponer a la América Latina un programa político. No es esa su
misión. El mensaje de salvación debe llegarle a cada uno en su
circunstancia mostrando cómo el pecado afecta todas las esferas de la
vida y las relaciones entre los hombres. El mensaje también debe
demostrar cómo la entrega personal a Jesucristo transforma la vida de
cada uno, de modo que los efectos de la conversión son visibles en la
sociedad en que el creyente vive. ¿De qué quiere salvarme Jesucristo y
para qué? Esto sí lo tienen que predicar bien claro los evangélicos, en
buen castellano, en lenguaje asequible, no en la jerga propia de alguna
secta esotérica.
Al predicar, Juan el Bautista (Lucas
3:8-14) exigía evidencias del arrepentimiento antes del bautismo:
"Pórtense de tal modo que se vea claramente que han cambiado de
actitud..." , y luego era muy concreto en cuanto a lo que cada cual
debía hacer. A unos militares interesados les dijo algo que sonaría
muy adecuado a nuestro tiempo: "No le quiten nada a nadie, ni por
amenazas ni acusándolo de lo que no ha hecho; y confórmense con su
sueldo". El Señor Jesús fue igualmente concreto en sus demandas a
aquellos a quienes llamaba. Las epístolas son notablemente claras
también. Santiago es muy preciso en sus indicaciones a esa incipiente
clase media a la que dirigió su epístola. ¡Qué abstractas suenan a
veces nuestras versiones del Evangelio!
He visto recientemente despertar la
conciencia social y política en algunas misioneras argentinas que
fueron al norte de su país a vivir en medio de los indios para
llevarles el mensaje de Cristo, No se han dedicado a hacer política en
el sentido tradicional del término, pero han tenido que revisar sus
conocimientos de educación cívica, hablar valientemente con las
autoridades, predicar en contra de la discriminación, comenzar una
pequeña industria. Mi propia congregación "otrora típicamente impermeable a la dimensión social del Evangelio"
ha vibrado al oír lo que está pasando. Creo que también recientemente
algunos entienden el porqué de la labor social de los misioneros
británicos que desde hace tiempo trabajan en una zona cercana, el porqué
no es posible ir, abrir un local y ponerse a recitar textos conforme a
las mejores reglas de la hermenéutica.
Así pues, si la Iglesia lleva hasta
sus últimas consecuencias el ejemplo de Cristo en la encarnación, no
podrá menos que hacerse consciente del contexto social y político
dentro del que se mueven los que escuchan el mensaje, predicará un
mensaje pertinente, dejará de ser un club de gente feliz de clase media,
dejará de ser un monasterio o un quiste cultural extranjerizante.
IV. El camino de la cruz: entrega y servicio
...desde luego que la muerte vicaria de Jesús en su significado expiatorio fue algo absoluto y único. Sin embargo, hay un sentido secundario en el que nosotros también somos invitados a morir en favor de la misma gente que queremos servir. No es hasta que el grano muere que lleva fruto...Hemos de estar dispuestos a ofrecer nuestras vidas a los demás, no sólo en martirio, sino también en un servicio de sacrificio y negación...12
Es interesante que el contexto en el
que Jesús define su vida como una misión de servicio que culmina en la
muerte sea un contexto referido al poder y el prestigio. Algunos ven a
la Iglesia como una potencia política o quieren transformarla en ello.
Es una tentación antigua y hemos de estar en guardia contra ella.
1. Poder político y espíritu de servicio.
El Reino de Cristo no es de este mundo. No es un reino que se impone a
los hombres luego de haber conquistado el poder político. La Iglesia de
Roma es fundamentalmente la que ha sucumbido a la tentación de crear
una "sociedad cristiana" desde arriba, conquistando el poder político.
América Latina tiene una triste historia de alianzas entre el poder
político y la religión, y hay muchos que sospechan que tras el
izquierdismo de los "nuevos católicos" hay, una vez más, la vieja
tentación de promover la revolución para luego cabalgar sobre ella. Los
evangélicos están cayendo en la misma tentación por dos vías
diferentes.13
Primero, la vía del extremismo de
izquierda que en ciertos sectores del protestantismo latinoamericano
dice que hoy ya no es necesario predicar el Evangelio, que lo más
importante es hacer la revolución izquierdista, que esa es la forma de
ser cristiano hoy. Tras esta posición hay errores teológicos y
políticos de fondo. Segundo, yerran también los que afirman que
mientras sean una pequeña minoría los evangélicos nada pueden hacer en
el campo social o político, y que por ello ahora hay que dedicarse a
predicar, hasta que seamos una mayoría que se imponga; es decir que imponga una "política evangélica" por el peso de los votos. En ambos casos se busca simplemente el acceso
al poder y no se concibe una vía de acción que no suponga primero la
toma del poder.
Esta misma tentación ha llevado a
veces a los evangélicos a "hacerle el juego" a la derecha oligárquica.
En ciertos países la Iglesia de Roma tiene sectores izquierdistas muy
activos. Ello los está poniendo en abierta oposición con regímenes
conservadores, que en algunos casos han llegado a la abierta ruptura.
Tales regímenes en su deseo de probar que son "occidentales y
cristianos" empiezan entonces a cortejar a los evangélicos, a mandar
generales o funcionarios a los cultos, a ofrecer ventajas a los otrora
despreciados protestantes. Los evangélicos no debieran dejarse manejar
ni prestarse a juegos políticos de este tipo. Pero a veces la
ingenuidad o el deseo de prestigio los llevan a un regocijo
indiscriminado ante tales "aperturas". Otras veces es ese infantil
anticomunismo que lleva a cerrar los ojos ante la miseria y la
injusticia, y a sospechar de todo el que habla de cambios.
El camino de Cristo es el del
servicio. Su muerte nos lleva también a la muerte a quienes creemos en
él. A la muerte y a la nueva vida (Romanos 6:1-14; Colosenses 2:9-23;
Gálatas 2:20). Esa nueva vida significa una actitud nueva ante Dios y el
prójimo, una nueva manera de ver las cosas. El hombre salvado ha
empezado a vivir una nueva vida que no es más la de un "hombre lobo del
hombre", egoísta e interesado en su propia felicidad, su propio
bienestar, su propia "salvación". Tenemos que profundizar más en la
dimensión total del cambio que Cristo opera. Nuestro Evangelio es falso
si da a entender que, luego del encuentro con Cristo y la conversión, el
propietario sigue haciendo lo que le da la gana con su propiedad, el
capitalista deja de fumar o ser adúltero pero sigue explotando a sus
obreros, el policía reparte nuevos testamentos en el cuartel pero sigue
torturando a los presos para arrancar confesiones, los jóvenes
revoltosos se convierten en buenos chicos que terminan pronto su carrera
para poder casarse y dar su diezmo, para que la Iglesia pueda edificar
un templo lujoso con aire acondicionado, alfombras y cortinas de
terciopelo.
Cristo no vino a predicar una
revolución armada para romper las estructuras injustas. Pero esperaba de
sus discípulos una conducta revolucionaria caracterizada por el
espíritu de servicio y sacrificio. Tal cosa sólo es posible si el
hombre permite que Dios lo cambie, si se convierte. No convirtamos el
Evangelio en un método para "ser feliz y vivir sin preocupaciones" .
2. Las múltiples oportunidades de servicio.
Las tremendas necesidades de todo orden en nuestras tierras presentan
múltiples oportunidades de servicio. En los campos de la educación, la
salud, la atención a sectores marginalizados, la ayuda técnica y otros
mil, los estados latinoamericanos no están en condiciones de atender
adecuadamente las crecientes demandas de la población. A nivel personal o
de grupo basta simplemente dar una mirada alrededor para verlo, en todo
país y sociedad.
El servicio en sentido cristiano
tiene casi siempre carácter sacrificial. No se trata de esperar a que
nos sobre para dar. Se trata de dar la vida misma, lo que es parte de
uno, "gastarse" en términos paulinos. Y se trata de un dar inteligente,
de un servicio a la medida de las propias posibilidades y de las
necesidades. Ha llegado la hora de que los evangélicos estudian
cooperativamente las necesidades en su país y luego hagan inventario de
sus recursos y de cómo unirlos para servir mejor. Este carácter
sacrificial e inteligente del servicio es parte de la madurez espiritual
a la que hay que aspirar. Las nuevas generaciones evangélicas deben ser
desafiadas en sus iglesias a darse a una vida de servicio, a recordar
que mucho han recibido y mucho se les demandará. Esto significa que una
parte importante de la "preparación" y "entrenamiento" de nuestra
juventud, para la vida cristiana, será conocer las necesidades de su
propio país a las que ellos pueden acudir con el apoyo de sus
congregaciones, o en una selección adecuada del lugar donde ejercitarán
su profesión u oficio.
El servicio no siempre tiene el
carácter "asistencial" a que hasta aquí hemos hecho referencia. Campos
como el de la información, el periodismo, la interpretación de las
noticias, la actividad editorial, la docencia universitaria, no han sido
adecuadamente explorados por los evangélicos como campos de servicio. El
orientarse sólo hacia carreras que son económicamente ventajosas
(actitud muy burguesa, por cierto) ha impedido que se vea una
contribución creadora de los evangélicos en tales campos. Sólo un
espíritu de servicio puede orientar vocaciones hacia esas labores.
3. Dimensión social del servicio. Hay
dos conceptos básicos que deben ser ventilados a este respecto. En
primer lugar el hecho de que vivimos en una sociedad más compleja, mucho
más poblada y radicalmente diferente de la sociedad en que vivieron
Jesús y los apóstoles, o de la del Antiguo Testamento. Nuestra
interpretación de la Escritura entonces tiene que tomar en cuenta esa
diferencia y entender lo que significa la obediencia a la Palabra en el
contexto latinoamericano de hoy. Esto quiere decir que hoy en día, "dar
de comer al hambriento" puede significar no sólo dar un pan a un
mendigo sino también introducir técnicas modernas de cultivo del trigo
en una comunidad campesina de los Andes. Quiere decir que "dar un vaso
de agua" puede significar para un grupo de universitarios evangélicos
instalar un pozo artesiano o un sistema de riego en un pueblo de la
selva del Brasil. Esto quiere decir también que en la Biblia no están
las respuestas particulares para los complejos problemas de una sociedad
industrial o pre-industrial como las nuestras. Parte del servicio
cristiano puede ser precisamente explorar las posibilidades que la
técnica y la ciencia van poniendo a nuestra disposición. Poner los
adelantos técnicos en manos de los necesitados es también una forma de
servicio cristiano, ¿por qué no?
En segundo lugar es fundamental que entendamos que la sociedad es más que la suma de individuos.
Es ingenuo afirmar que sólo basta con tener hombres nuevos para que
haya una sociedad nueva. Verdad es que todo hombre nuevo debe hacer
cuanto esté a su alcance para que el mensaje transformador de Cristo
llegue a todos sus conciudadanos. Pero también es verdad que
precisamente los hombres nuevos necesitarán a veces transformar las
estructuras de la sociedad a fin de que sean menos injustas, a fin de
que hagan menos fácil la maldad del hombre para con el hombre, la
explotación. La lucha contra la esclavitud, por ejemplo, en la cual los
evangélicos tuvieron parte destacada14 tuvo por un
lado la acción evangelizadora que transformó a algunos comerciantes de
esclavos, la enseñanza del principio de la igualdad entre los hombres
según la Biblia; pero también tuvo, por otro lado, la acción política
inteligente de un grupo evangélico del Parlamento británico durante
veinte años.
El servicio cristiano implica
también, entonces, actividades cuyo fin es influir sobre la condición y
el comportamiento del hombre estructurando su medio ambiente.15
Estas van desde el voto consciente del ciudadano corriente hasta la
participación en la acción social y política. La contribución
específicamente evangélica sería el espíritu de servicio con que se
da tal participación. La política latinoamericana necesita una buena
dosis de ese espíritu. Cuando las circunstancias lo demandan, la
participación inteligente puede implicar también una acción
revolucionaria en lo político. Si esta palabra y esta idea nos resulta
repelente y sorpresiva, debemos preguntarnos ¿qué posición habría
correspondido a los evangélicos en las guerras de nuestra independencia?
¿quién de nosotros hubiera preferido el status quo colonial?
4. Servicio y evangelización.
El servicio no es evangelización. Los hombres, cualquiera sea su clase
social, condición económica o color político necesitan saber que Dios
les ama y que Cristo les ofrece el camino de regreso a Dios. Ricos y
pobres, capitalistas y proletarios, militares y políticos necesitan
oír el llamado al arrepentimiento y la fe. El anuncio de estas buenas
nuevas por la predicación, el testimonio personal, la literatura, la
distribución de la Biblia, etc., es algo que corresponde siempre, aquí y
ahora a todo creyente. Pero el que evangeliza tiene una vida diferente.
Es alguien que ha aprendida a servir. Es carta viva que muestra 1a
verdad y aplicabilidad del mensaje que anuncia. No podemos separar la
proclamación del Evangelio de la "demostración" de ese Evangelio. Son
diferentes, pero ambas son indispensables.
...tres canales de comunicación están abiertos al Evangelio: "lo que hemos oído", sugiere la comunicación audible; "lo que hemos visto" sugiere la comunicación visible; "lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos del Verbo de vida" sugiere lo que podríamos llamar la comunicación tangible del Evangelio.16
Si somos de Cristo, tenemos el
Espíritu de servicio de Cristo, hemos dejado de ser egoístas, "lobos
del hombre". Nuestra nueva actitud es la evidencia de nuestra
experiencia espiritual. Por ello resulta ociosa la discusión de si
debemos evangelizar o promover la acción social. Ambas cosas van unidas.
Son inseparables. Una sin la otra son evidencia de defecto en la vida
cristiana. Por ello resulta ocioso y hasta "jesuítico" intentar
justificar nuestras empresas de servicio al prójimo alegando que "nos
sirven" para la evangelización. Dios está igualmente interesado en
nuestro servicio y en nuestra tarea evangelizadora. No tengamos mala
conciencia por nuestras escuelas, hospicios, centros asistenciales,
centros de estudio, etc. Si en ellas evangelizamos, ¡en buena hora! Pero
no las usemos como medio de coacción para implantar el Evangelio. No hace falta. Por sí solas son expresión de madurez cristiana.
Actividad política y evangelización,
acción social y evangelización, servicio a la comunidad y
evangelización. Eso es síntoma de madurez y evidencia de la nueva vida.
Son símbolo de la muerte a la vieja vida y evidencia de la nueva. Todo
lo que cuestan en esfuerzo, sacrificio, desprecio, persecución por
causa de la justicia, demuestra que estamos crucificados con Cristo y
que no sólo somos expertos en la crucifixión.
V. La resurrección y la esperanza cristiana
Pero entonces se nos plantea la
pregunta acerca de la validez que tiene el luchar por establecer un
mundo mejor si sabemos que este mundo está condenado a la destrucción.
Con el Nuevo Testamento afirmamos inequívocamente que esperamos cielos
nuevos y tierra nueva, que el Reino de Dios no es una utopía que el
hombre construirá por su propio esfuerzo. Cristo lo establecerá al
volver triunfante. Pero ese Reino no es sólo algo futuro. La victoria de
Cristo ha sido ya ganada en la resurrección y la cruz; él triunfó sobre
la muerte. La manifestación final y total del Señorío de Cristo y el
Reino de Dios es lo que anhelamos y esperamos: "Venga tu Reino" . Pero
los que así confesamos nuestra esperanza somos ya testigos de la acción
de su poder en nuestras vidas, ya hemos resucitado con Cristo, ya
anhelamos hacer cada día la voluntad de Dios, como esperamos que un
día se haga en toda la tierra, en toda la creación redimida. (1
Corintios 15; Efesios 1:15-2:10; Colosenses 3; 1 Pedro 1:3-5).
No se puede negar que la esperanza
escatológica llena las páginas del Nuevo Testamento. Tampoco se puede
negar que las exhortaciones a una conducta social diferente y elevada en
la relación con el prójimo son también una constante del Nuevo
Testamento. Sólo podemos entender la dinámica de la esperanza cristiana
si relacionamos esos dos elementos. La obediencia a las demandas éticas,
en lo individual y social, del Nuevo Testamento es por fuerza sal y luz
que hace un mundo menos malo. Ya hemos visto que esta obediencia es
imperativa, no es optativa. Cristo es Señor, no se puede tenerlo sólo
como Salvador. Pero con todo no creemos que la evangelización del mundo o
nuestro testimonio cristiano van a establecer el Reino de Dios sobre la
tierra. Eso lo establecerá Cristo a su tiempo. La garantía de ese
triunfo final es la victoria de la resurrección en la que creemos porque
si no seríamos los más miserables de todos los hombres. Las
consecuencias de esto para nuestra responsabilidad social son decisivas.
1. La dinámica de la nueva vida.
Es el poder de Dios manifestado en la resurrección el que nos da a
nosotros la nueva vida que hemos descrito como vida de servicio y
obediencia a Cristo. Es obra de Dios, no humana (Romanos 8:11). Las
tremendas demandas del discipulado sólo Dios puede realizarlas en
nosotros por su Espíritu. Es esa potencia de Dios la que nos hace
elevarnos por encima de todo condicionamiento sociológico. Es ese poder
de Dios el que nos hace recorrer la segunda milla. Sólo en la continua
dependencia de él es que podemos vivir en el mundo sin ser del mundo.
Es la falta de fe la que lleva al
monasticismo y a la separación antibíblica del mundo. Es el temor de
que el mundo nos manche. El resultado ha sido una espiritualidad
descarnada que sólo es posible en el invernadero protegido del "ghetto"
evangélico. Si la vida espiritual no aguanta el impacto de las
tentaciones a que está sometido el político, ¿dónde está el poder de la
resurrección?. Es fácil dogmatizar acerca de la maldad de los
políticos cuando no se ha intentado ser bueno allí, en medio de ellos.
Este retirarse del mundo ¿no será una desvirilización de la vida
cristiana?17
2. La inconsecuencia evangélica.
Ha habido momentos en que los creyentes han sentido con más agudeza la
inminencia de la venida de Cristo. Quizás momentos de crisis en lo
social y político o de frialdad espiritual y apostasía en la Iglesia.
La sinceridad se este sentir la inminencia de la vida se nota en la
conducta frente a las realidades materiales. Estos creyentes se
deshicieron de sus posesiones en forma a veces dramática.18
Destaquemos su sinceridad porque ella es un contraste con la actitud de
aquel que usa la idea de la venida del Señor como disculpa para no
cumplir las exigencias del Evangelio. Cuando personas que viven bien,
que construyen sólidos templos para que duren siglos y que atiendan con
esmero sus negocios, le hablan de la esperanza cristiana al pobre que se
queja, al político que lucha por cambios sociales o al estudiante
atraído por la lucha social, hay una inconsecuencia. Llegados a este
punto, creo que muchas veces se cede a la tentación de convertir el
Evangelio en "opio del pueblo". Eso es como darle un folleto de
evangelización a un hambriento y protestar porque se come el folletito.
El correctivo bíblico de esta
actitud lo tenemos en la clara enseñanza del apóstol Pablo de que creer
en la venida del Señor y su inminencia no lleva a andar
desordenadamente, sino a cumplir con las exigencias del Evangelio (2
Tesalonicenses 3:6-15). "Que todos les conozcan a ustedes como personas
bondadosas. El Señor está cerca" (Filipenses 4:5 V. Popular).
3. Presencia del Reino y espera del Reino.
Los ciudadanos del cielo vivimos dentro de reinos terrenales, con sus
estructuras sociales en las cuales muchas veces advertimos claramente la
influencia satánica. Sin embargo, proclamamos que Cristo es Señor:
aunque por ahora sólo algunos lo reconocen como tal, su señorío es un
hecho que pronto todos verán. Este mismo Señor nos enseña a respetar a
las autoridades terrenales de los reinos en que vivimos y a demostrar,
en nuestra conducta para con ellos, quién es nuestro verdadero Señor.
Aceptamos el estado y la estructura social como parte de la provisión de
Dios para que el hombre pueda todavía vivir sobre la tierra mientras
dura el tiempo de "la paciencia de Dios". Pero nuestra aceptación no es
incondicional porque si el César pide lo que es de Dios no se lo
daremos. Sabemos también que es Dios quien quita y pone reyes y
gobernantes, y que toda esta estructura es provisional.
El cristiano debe participar en lo social y político para tener una influencia en el mundo, no con la esperanza de hacer de este un paraíso sino simplemente para hacerlo más tolerable. No para disminuir la oposición entre este mundo y el Reino de Dios, sino simplemente para modificar la oposición entre el desorden de este mundo y el orden de preservación que Dios desea para él. No para "traer" el Reino de Dios, sino para que el Evangelio pueda ser proclamado, para que todos los hombres oigan realmente las buenas nuevas.19
4. Escatología y apertura al futuro.
La esperanza de la Iglesia no está puesta en ningún reino u orden de
cosas temporal, ni siquiera en aquel que los cristianos contribuyan a
establecer y mejorar. Por eso la Iglesia no encadena su destino al
destino de un sistema político, social o económico. No hay un sistema
social al que se pueda llamar "cristiano" o considerar la expresión del
cristianismo. Los sistemas son mayor o menormente adecuados a las
diferentes realidades y funcionan de acuerdo a las circunstancias y a la
historia y estructura de cada país. Nosotros no creemos, como algunos
católicos, que la vuelta al sistema corporativo de la Edad Media sería
lo ideal para América Latina. Tampoco creemos que la forma
evangélica de organizar la sociedad es el capitalismo y la llamada
democracia representativa. América Latina está atravesando un momento de
crisis y revaloración de los ideales democráticos liberales. Estamos
sintiendo el peso del abuso de los países ricos en el mercado
internacional de nuestros productos. Vemos cómo nuestras escasas divisas
se gastan en una ridícula carrera armamentista que simplemente sigue
los avatares de la guerra fría internacional. Es ya lugar común el
fracaso de la Alianza para el Progreso y el deterioro de las relaciones
interamericanas. Todo el poder de los gobiernos militares no consigue
impedir la presión popular capitalizada por el terrorismo organizado. ¿A
qué aspecto del status quo o del pasado puede apegarse el
evangélico que reflexiona sobre lo político y quiere hacer una
contribución? Ser consevador, ¿de qué? Ser revolucionario, ¿hacia qué?
El autor quiere expresar aquí su
opinión de que los evangélicos latinoamericanos están mejor capacitados
que nadie para juzgar con objetividad nuestro presente político, si
toman conciencia de las consecuencias de su fe. Sin apegarse
idolátricamente ni al conservadorismo ni a cualquier revolución, puede
el cristiano contribuir a determinar con claridad lo que hace falta
cambiar y lo que hay que conservar. Porque América Latina debe buscar su
propio camino con realismo y dignidad.
También la presencia evangélica en
tareas de servicio efectivo puede servir de correctivo a la verborragia y
a la demagogia de la política latinoamericana. Los evangélicos
debieran explorar las posibilidades de su presencia en proyectos como
los de cooperación popular, movilización de estudiantes hacia el
servicio en el campo, servicio de trabajo voluntario en áreas de
emergencia, organización de cooperativas y similares que varios de
nuestros gobiernos están iniciando. ¿Qué mejor posibilidad de
evangelización que la convivencia en el servicio?
Porque su servicio es obediencia a
Dios, porque en su vida de servicio tiene el auxilio del Espíritu
Santo, y porque espera gozoso el Reino de Dios en su manifestación
final, sin temor al futuro dentro de estas estructuras provisionales, el
evangélico puede colaborar con entusiasmo en las tareas para mejorar su
país, y allí, en medio de los hombres anunciar al Señor que lo ha
salvado. La otra alternativa es que los evangélicos se limiten
simplemente a predicar una religión diferente a la oficial. Hay millones
de latinoamericanos que todavía no han conocido ni el amor ni el poder
transformador de Cristo. En estas tierras nunca ha habido una mayoría
de cristianos. La indiferencia de unos y el abierto rechazo de otros
muestra que "podríamos decir que América Latina conoce demasiado bien
las debilidades de los cristianos pero ignora a Jesucristo".20
Permita Dios que asumamos nuestras responsabilidades y que como
resultado de este Congreso millones de latinoamericanos dejen de ignorar
a Jesucristo.
Conclusiones:
Sinteticemos nuestra ponencia:
1. Por razones históricas el descuido
de los evangélicos en el estudio y realización de la responsabilidad
social de la Iglesia es explicable pero no justificable. Nuevas
situaciones en la Iglesia y en el mundo imponen una toma de conciencia.
2. Para cumplir con la
responsabilidad social de la Iglesia no es necesario ni el abandono de
la evangelización ni la adopción de una teología liberal o no
evangélica. Se trata simplemente de llevar nuestras creencias hasta sus
últimas consecuencias.
3. El proceso de evangelización se da
en situaciones humanas concretas. Las estructuras sociales influyen
sobre la Iglesia y sobre los receptores del Evangelio. Si se desconoce
esta realidad se desfigura el Evangelio y se empobrece la vida
cristiana.
4. Los evangélicos deben encontrar la
forma de encarnar su fe en la realidad latinoamericana, relacionando
con ésta su mensaje y la aplicación de ese mensaje. Sin encarnación no
hay evangelización real en sentido bíblico.
5. La falta de encarnación está
convirtiendo el Evangelio en una ideología de clase media que ni apela
ni comunica nada a vastos sectores de América Latina.
6. La orientación de la vida total
como vocación de servicio es un imperativo que resulta de la fe y la
nueva vida en Cristo. Obedecer a Cristo debe llevarnos a explorar las
múltiples oportunidades de servicio en la sociedad latinoamericana.
7. No toca a la Iglesia adoptar una
misión y un programa políticos. Pero el testimonio de servicio del
creyente tiene indudables dimensiones sociales y políticas. La
concepción de nuestra responsabilidad como servicio evitará caer en la
"tentación católica" de dominar el poder e imponer el Evangelio desde
arriba.
8. La sociedad es más que la suma de
individuos. Los cambios sociales tan urgentes en América Latina vendrán
por el cambio de individuos y de estructuras. En ambos hay un desafío
al testimonio evangélico.
9. Los evangélicos no esperan
edificar el Reino de Dios sobre la tierra ni "cristianizar" la sociedad,
Su esperanza es escatológica, pero su servicio y testimonio es la señal
de esa esperanza y del Señorío de Cristo en sus vidas.
Los evangélicos respetan el Estado y
las estructuras dentro de las que viven, pero no temen al cambio ni
ligan el destino de la Iglesia a la subsistencia de determinadas formas
de organización social y política. Por ello pueden tener una
contribución decisiva en medio de la actual coyuntura revolucionaria de
América Latina.
Notas:
1 No
es posible en el espacio disponible discutir el tema del "mundo"
contrastando la enseñanza bíblica con la desfiguración monástica. Un
estudio de 1 Corintios 5:9-11, y una distinción de los diferentes
sentidos que la palabra "mundo" tiene en la Escritura ayudarán mucho en
este sentido.
2 Ver Carl F. H. Henry, Evangelical Responsibility in Contemporary Theology, Eerdmans, Michigan, 1957. Puede verse también Samuel Escobar, ¿Somos fundamentalistas?, en la revista Pensamiento Cristiano, Año XIII.
3 "The Church and Socialism" por Charles R. Erdman, en The Fundamentals, Vol. XII, Chicago, 1911, p. 118.
4 Ver, por ejemplo, los testimonios reunidos por Jorge P. Howard en ¿Libertad Religiosa en la América Latina?
5 Richard Halverson, Métodos de Evangelismo Personal, versión castellana difundida por la revista Pensamiento Cristiano, setiembre de 1967, y luego publicada como folleto con el título Evangelizar y Vivir, Ed. Certeza, Buenos Aires, 1968. pp. 1-3. El autor en parte cita a Roland Allen.
6 Estas son las conclusiones del excelente trabajo de E. A. Judge The Social Pattern of Christian Groups in the First Century, Tyndale Press, Londres, 1960.
7 Versión castellana difundida por la revista Pensamiento Cristiano, marzo de 1967, pp. 67-68.
8 Ibid., p. 69
9 Eugenio A. Nida, La estructura de la sociedad latinoamericana y la extensión del Evangelio, artículo en Cuadernos Teológicos numero 38, abril de 1961, p. 137.
10 Dos
grupos protestantes no caerían dentro de esta descripción: los de
inmigración (luteranos, valdenses) en ciertas áreas, y los
pentecostales. No entraremos en distinciones. Puede consultarse el vasto
trabajo de investigación El refugio de las masas, Christian Lalive D’Epinay, Ed. del Pacífico, Santiago de Chile, 1968.
11 Víctor Alba, Parásitos, Mitos y Sordomudos, CEDS, México 1964. El autor es especialista en problemas políticos de América Latina.
12 Stott, op. cit., p. 68
13 Phillipe Maury discute lo que llama "tentación pietista" y "tentación católica" en Cristianismo y política, Methopress, Buenos Aires, 1964, cap. II.
14 Sobre
la obra de los abolicionistas evangélicos y en general la acción social
evangélica en el mundo británico, pueden verse dos valiosas obras: Saints and Society, Earle E. Cairns, Moody Press, Chicago, 1960, y Evangelicals in Action, Kathleen Heasman, Geoffrey Bless, Londres, 1962.
15 La definición es propuesta por Jaymes P. Morgan en su articulo Why Christian Social Concern?, Fuller Seminary Theology News and Notes, diciembre de 1967.
16 Artículo difundido por la revista Pensamiento Cristiano, número 59, septiembre de 1968: Una apreciación apostólica del ministerio de Jesucristo por George B. Duncan.
18 Así
por ejemplo, un reciente libro sobre los orígenes del movimiento de
los Hermanos Libres (Plymouth Brethren), señala como algunos de sus
precursores, para actuar de acuerdo a su doctrina sobre la profecía y
el mundo, se deshicieron de sus fortunas. Esto fue practicado tanto por
individuos como por congregaciones enteras. Ver The Origins of the Brethren, Harold H. Rowdon, Pickering and Inglis, Londres, 1967, pp. 802-806.
19 Jacques Ellul, autor francés citado por C.F.H. Henry en Aspects of Christian Social Ethics, Eerdmans, Michigan, 1964, p. 96.
20 La frase pertenece al pastor Roberto E. Rios en La Novela y el Hombre Hispanoamericano, La Aurora, Buenos Aires, 1969, p. 25. Sobre este mismo tema puede verse El Cristo de Iberoamérica, revista Certeza número 33, p. 10 y ¿Ha pasado la hora del Cristianismo, revista Certeza número 35, pp. 72-77.
Sobre el autor:
Samuel escobar es peruano, radicado en Valencia - España. Catedrático emérito de Misiología de "Palmer Baptist Theological Seminary" en Philadelphia, USA y profesor del Seminario Teológico de la UEBE en Madrid.
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