Hace algunos meses, a raíz del estreno de la última temporada de la popular serie de HBO, Juego de Tronos (Game of thrones, David Benioff y D. B. Weiss, 2011-), algunos sitios evangélicos recuperaron una opinión del heptagenario predicador norteamericano John Piper sobre la desnudez en los medios audiovisuales. En ella, el autor de obras como Piense. La vida intelectual y el amor de Dios (2011) o Sed de Dios. Meditaciones de un hedonista cristiano (2001), hacía un llamado a todos los cristianos a unirse a él “en la búsqueda de una mayor pureza de la mente y del corazón” y presumía su rechazo a observar cualquier forma de desnudez exhibida en películas, en shows de televisión o en sitios web.
En sus “12 preguntas que debes hacerte antes de
ver Juego de Tronos”, Piper evidenció
un nulo interés en acercarse a comprender la serie como parte de la historia de
la industria cultural norteamericana y de la historia de un género literario
tan hondo como lo es la fantasía épica; además, Piper supone equivocadamente
muchas cosas sobre los procesos de filmación, edición y producción —así como
del estatuto de la imagen— cuando asume que todo desnudo en pantalla es “real”.
En síntesis: Piper no sabe de lo que habla y sólo extrapola conclusiones morales
a un tema (¿tan lejano?) como lo es el del arte y la industria cultural. Eso no
es nuevo: es lo que los evangélicos venimos haciendo desde hace mucho. Desde
siempre[i].
PUEDE SER DE TU INTERÉS: Ver o no ver. El espectador cristiano ante el cuerpo desnudo | Por Samuel Lagunas
PUEDE SER DE TU INTERÉS: Ver o no ver. El espectador cristiano ante el cuerpo desnudo | Por Samuel Lagunas
1.
Es necesario hacer crítica
cultural para la iglesia
Muchos intelectuales cristianos —evangélicos
y católicos— han escrito sobre cultura, sobre literatura, pintura y arte. C. S.
Lewis, por ejemplo, escribió La imagen
del mundo. Introducción a la literatura medieval y renacentista, un libro
imprescindible sobre la formación del mundo medieval a partir de los textos
clásicos. El pastor Northrop Frye revolucionó la crítica literaria de su tiempo
con obras como Anatomía de la crítica
(1957) o El gran código: una lectura mitológica
y literaria de la Biblia (1982); lo mismo han hecho Paul Ricœur o Mauricio
Beuchot en el terreno de la hermenéutica.
Desde la teología son invaluables las
aportaciones de Paul Tillich o Romano Guardini. Pero, seamos honestos, ninguna
de estas obras fue escrita pensando en las iglesias locales, dialogando con
ellas. Eso es lo que hace falta. Mucha falta, si queremos que la mayoría de las
y los creyentes puedan ser lectores y espectadores críticos o, como diría
Ranciére, espectadores/as “emancipados” no sólo del discurso cultural
hegemónico —la industria cultural— sino aún de los discursos moralizantes, que
suelen sostener las jerarquías de las iglesias respecto a las distintas
expresiones artísticas y culturales, y de las hermenéuticas que los respaldan.
Es decir, hace falta mucho para que no tengamos que preguntarle a Piper si
debemos ver o no ver tal o cual programa de televisión. Así como el tema de la
diversidad sexual, la crianza, o la participación política del creyente, son
cada vez más abordados interdisciplinariamente, es decir, conjugando aportes de
las ciencias sociales con la práctica pastoral; es urgente reconciliarnos con
el arte: saber verlo sin miedo, saber leerlo sin rendirle pleitesía, saber disfrutarlo
sin resentimientos.
2.
Que vaya más allá del
puritanismo
Si la opinión de Piper puede ser
considerada una forma de crítica cultural, ésta bien poder ser calificada como
“puritana” o heredera de ese esquema teológico-moral llamado “puritanismo” que
considera la pureza como ideal de la vida cristiana. Con esa idea general,
aunque algo tosca —la pureza como aspiración—, estoy de acuerdo. Cuando se ciñe,
sin embargo, al plano moral comienzan las discusiones. Hay mucho que el
puritanismo debe hacer en este terreno si quiere mantenerse vigente: hace
falta, también, un puritanismo crítico: que sepa mirarse a sí mismo
críticamente. Sin embargo, cuando el puritanismo se utiliza como único
fundamento para intentar una crítica literaria, cinematográfica, audiovisual, o
de arte en general, la equivocación es atroz y los resultados son
insostenibles. Es claro que hacer crítica cultural desde la iglesia y para la
iglesia en América Latina nos lleva a considerar en algún momento algunas ideas
del puritanismo, como su concepto de “pureza”, de “edificación” y de
“contaminación”. Pero un ejercicio serio de la crítica cultural nos exige ir
más allá. Y es que el arte, de por sí, moviliza y conjuga una variedad de
elementos culturales que abordarlos desde un solo marco teórico tan escueto
como el del puritanismo devalúa la obra artística y literaria al mismo tiempo
que provoca que los creyentes se comporten como espectadores apocados e
inseguros.
Sospecho
que si Piper reflexionara un poco más sobre su reticencia a ver películas con
desnudos, cambiaría de opinión. O al menos, desistiría de su imperante llamado
a “todos los cristianos” a hacer lo mismo. A Piper habría que preguntarle
primero si sostiene esa misma opinión cuando se habla de esculturas griegas del
período clásico, o de varias esculturas y pinturas renacentistas. ¿Ver esos
desnudos contamina? Si sí, seguro contamina “menos” que ver los desnudos de Juego de tronos.
Después, a Piper habría
que informarle que su rechazo a la desnudez en medios audiovisuales tiene sus
raíces más profundas en la iconoclastia hebrea y las más inmediatas en el
pánico evangélico a la imagen fotográfica. Sí: en el siglo XIX hubo un
predicador que dijo que la cámara era “un artefacto diabólico” y de él a Billy
Graham y a Piper hay una conexión directa fundamentada sobre el malentendido de
que en la fotografía y en el cine no hay artificio: todo es “real”. Podríamos
hablar con Piper de historia del arte, historia del cine, historia de la
censura, historia del cuerpo en el arte, historia de la estética, pero para él
tal vez resultarían temas demasiado profanos y de muy poco interés. Ni modo.
No
obstante, esta tozudez de algunos no debe desanimarnos en la tarea de pensar el
arte y hacer una crítica cultural desde la iglesia local y para la iglesia
local que consiga ir más allá del: “No lo veo porque contamina”. ¿Por qué
contamina? ¿A quién(es) contamina?, ¿a quien lo ve, a quien lo filmó, a quien
lo editó, a quien lo distribuye, o a todos los anteriores? Piper defiende su
postura con doce preguntas que van desde el barbarismo teológico —estoy
crucificando a Jesús de nuevo— hasta el patetismo más rancio —¿lo verías si
fuera tu hija/o?—. Y es que, antes de rechazar todo contenido “inmoral” debemos
detenernos a pensar las razones de dicho contenido en la obra: ¿son legítimas?,
¿cumplen una función dramática?, ¿cuáles son las razones para mostrar u ocultar
dicho contenido? Intuyo que otro problemita que tiene Piper con el arte es que
éste interpela directamente al cuerpo: gran parte del arte occidental está
hecho para llevarnos no sólo a imaginar sino a emocionarnos y a sentir. Y tanto
en el cine como en la televisión no es la sola exhibición del cuerpo la que
hace que nuestro cuerpo reaccione con excitación o repulsión, es el montaje. El
puritanismo sustituye, pues, la reflexión por el (pre)juicio; es, al final, un
atajo para dejar de pensar.
3.
Sin caer en el esteticismo
El puritanismo como fundamento de la
crítica cultural tiene su opuesto en el esteticismo: esa forma de pensar que sostiene
que el arte cumple sólo una función estética: el arte por el arte. En sus
expresiones más refinadas, autores afines a esta corriente de pensamiento sostienen
que las obras no responden más que a motivaciones estéticas y que incluso no
deben ser juzgadas por el momento histórico en que aparecen. El esteticismo
puede formar espectadores desvinculados de su contexto que, a diferencia de
Piper, verían de igual forma una película pornográfica y Juego de tronos y encontrarían en ambas una forma de legitimidad.
Para combatir el esteticismo es necesario afirmar que la crítica cultural es al
mismo tiempo una práctica política y, en el marco de la iglesia local, una práctica
pastoral. La crítica cultural se convierte en una práctica política cuando
relaciona la obra de arte con el mercado, el momento histórico, el contexto
sociopolítico, los modos de circulación, así como con otras obras de arte.
Paralelamente, la crítica cultural se vuelve una práctica pastoral cuando a
todo eso se añade la dimensión teológica y se hace pensando en las y los
miembros de la iglesia no en términos de crecimiento espiritual sino en miras a
la formación de una audiencia (auto)crítica capaz de dialogar con otros
espectadores y otras audiencias y que, sobre todo, entienda su consumo de
productos culturales no como una esfera separada (secular) de lo que hace, lo
que escucha y lo que piensa en la iglesia, sino como parte de un todo social y
teológico.
4.
Algunas ideas para empezar
La formación de las y los creyentes de
la iglesia local como espectadores críticos puede ser una tarea difícil pero no
debe desecharse. Estas son algunas de las acciones concretas que pueden
emprenderse.
- Arte y Biblia: Comiencen a explorar las relaciones que se han encontrado entre el arte y la Biblia. ¿Cómo es tratado el tema en los textos bíblicos?, ¿hay algún imperativo ético y/o moral en los textos que pueda extenderse a la tarea del espectador y del lector?, ¿por qué? Para tratar el asunto, pueden consultarse libros clásicos sobre el tema como Arte y Biblia de Francis Schaeffler pero es recomendable actualizar esas perspectivas desde un horizonte exegético más crítico
- Círculos de lectura, ciclos de cine, visitas a museos. Organicen actividades culturales con grupos pequeños ya existentes en la iglesia (jóvenes, mujeres, varones, clases de escuela dominical). Una salida a un museo puede ser algo sencillo, pero representa un buen punto de partida ya que hará que las y los creyentes dejen de pensar espacios como el museo como ajenos u opuestos a su vida cristiana y empiecen a verlos como parte de ella, así como hará que aprendan a encontrar discursos sobre Dios en los lugares que menos esperaban. Armar círculos de lectura de alguna obra literaria y/o ciclos de cine con temáticas en principio religiosas ayudará a debatir desde un espacio y un horizonte nuevo libros y películas. También sería recomendable organizar mesas de debate sobre temas afines y de interés como, efectivamente, Juego de Tronos, donde se puedan compartir distintos enfoques. En un primer omento, estas actividades pueden ser coordinadas por un especialista en el tema pero lo ideal es hacer un trabajo formativo y promover cada vez una mayor participación
- Fomente el trabajo de artistas de la iglesia local. Visibilizar el hecho de que existen hombres y mujeres interesados en el quehacer artístico al interior de la iglesia local despertará la sensibilidad sobre el tema al mismo tiempo que fortalecerá el vínculo entre la iglesia local y el artista (vínculo históricamente fácil de romper). Dé la oportunidad de que los artistas hablen de su obra, sus influencias, su visión sobre el arte y dé un tiempo para la retroalimentación de la audiencia. Es importante no forzar a que las y los artistas orienten su obra hacia una labor meramente evangelística sino respetar en todo momento su libertad creativa.
- No se canse. Cuando lo que queremos es generar pequeños cambios en iglesias locales, sobre todo si éstas son “históricas”, lo más fácil es cansarse y buscar otros espacios. Si queremos que las y los creyentes dejen de pensar el arte y su cultura en términos de lo que “contamina” y lo que “edifica” y que sea Piper quien dicte su educación sentimental, cultural y teológica, cansarse no es la opción.
[i]
En este texto quiero afinar y profundizar algunos argumentos que esbocé en “Vero no ver: el espectador cristiano ante el cuerpo desnudo”.
Sobre el autor:
Samuel Lagunas, es mexicano. Vive en Querétaro con Ruth. Ha publicado tres libros de poesía y un libro de cuentos para niños en colaboración con Keila Ochoa Harris y Susana Sánchez. Actualmente estudia una Maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM y pasa el tiempo viendo películas y escribiendo sobre ellas para medios digitales e impresos. Ha hecho diplomados en Biblia y Teología en la Comunidad Teológica de México, el Instituto Bíblica Virtual y la Universidad Bíblica Latinoamericana.
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